Tardes de julio. De Merckx a Rajoy

Fue en la frontera entre los 60 y los 70, cuando me infectó el virus de la bicicleta. La gestas de Merckx, de Ocaña, del Tarangu o del elegante Gimondi, llenaban mis tardes de julio y eso que por aquel entonces la TV única , pública y en blanco y negro, dosificaba todo deporte distinto del fútbol, como si fueran a gastarse con el esfuerzo las 625 lineas de las viejas pantallas de tubo. Siempre he tenido más vocación de participante que de espectador, pero una etapa de montaña con aquellas carreteras todavía medio malas, aquellas bicis con rastrales, los cambios en el cuadro y unos desarrollos con los que ahora sería incapaz se subir la cota de cuarta que pillo al llegar a mi casa, no me la perdía ni a cambio de la camiseta firmada de José Eulogio Gárate; único ídolo futbolero que he reconocido alguna vez. 

Pese a que padre compartió escuela y barrio con Bahamontes, mi afición ciclista no era cuestión pacífica en el ambiente doméstico. El Tour, por horario, entraba en conflicto con uno de los dioses familiares: la siesta.


- Hijo ¿no te vas a acostar ni un poquito? Te pondrás malo con tanto calor. Luego ves el resumen. 

Cosas de madres. Por fortuna, la insoportable impertinencia con la que solía despertar del letargo vespertino, pronto convirtió “La Vuelta a Francia” - así la llamaba y la llama mi padre- en feliz aliado para el reparador sueño de los mayores.

Con unos sistemas de dopaje que no pasaban de anfetaminas de estudiante, me enamoró la forma de correr de aquellos titanes. Siempre valientes, siempre al ataque, sin más táctica que llegar antes que el resto. No "era" de ninguno. Me atraía tanto la arrogancia vencedora de Eddy, como el derrotismo involuntario del de Cuenca. Y qué decir de los mortales sobre el alambre de Fuente. O todo o nada. Llegar en el grupo carecía de sentido. Como dicen en mi tierra: perdiz o no comerla. La mitad del ave no sirve para hacer guiso. O cinco minutos por delante o diez por detrás. Creo que el día que más cerca me sentí del Tarangu fue cuando estuvo a punto de recibir el inexistente premio a la originalidad, por llegar fuera de control ... en la primera etapa. Solidaridad entre perdedores supongo. Uno consolidado y otro que ya desde niño apuntaba maneras.

Tras años de asistir cada mes de julio al pie de las carreteras, decidí dimitir del ciclismo y últimamente hasta de la bici. Tourmalet, Luz Ardiden, Pla d'Adet o Plateu de Beille fueron algunas de las cimas conquistadas. Casi todas en compañía de una pulga disfrazada de José María Jiménez que causaba la admiración de la inigualable afición vasca. Vamos "Chava" le gritaban cuando ascendía con una máquina del Alcampo y no más de diez años, los desafíos de la ladera norte de Pirineos. Con perspectiva lo recuerdo ahora como una especie de peregrinación religiosa. Unos a Fátima o a la cercana Lourdes. Otros al Aspin. Lo traumático fue descubrir que ambas servían al mismos Dios: el dinero.

Cambió el ciclismo y con él una parte de la afición vasca. Llegaron los financieros. Los Saiz, Belda y demás expulsaron a los románticos supervivientes, como mi paisano Rafa Carrasco, y demostraron que un médico con pocos escrúpulos y un ego tan sobredimensionado como sus ganas de hacerse rico, era el componente más decisivo del equipo. El complemento perfecto para la desvergüenza hecha carne que dominaba el invento. Y llegaron quienes decidieron utilizar las carreteras del sur de Francia para reivindicaciones políticas. Serían legítimas, pero quedaban fuera de lugar. Expulsar los gases del cuerpo es un ejercicio tan natural como imprescindible. Hacerlo desde la presidencia de un banquete nupcial, con los invitados a la escucha, es de dudosísima educación por muy a gusto que se quede uno. Y llegó un maldito día en Peyresourde en qué unos bárbaros negaron el agua a los resecos labios de dos críos de unos diez años que acababan de subir el puerto ...por su presunta condición de españoles.

Esa jornada en plena carrera camino de Loudenvielle, comprendí que la política y los mercaderes -vienen a ser lo mismo-, se habían adueñado del mundo. De mi mundo. Y ... asumí la derrota. ¿Todo por una anécdota? Cuestionaría con buen criterio un observador imparcial. Ya. Pero ¿que es la vida sino una sucesión de anécdotas sin más valor que la suma de todas ellas?.

En la política y en el deporte, se repite el mismo diseño. No hay corrupción generalizada. Son solo unos pocos y el resto está limpio. Que no, que Contador no hizo trampas como no las hacen ninguno de sus compañeros de oficio. Eso son cosas del pasado. En las tertulias televisivas o radiofónicas, tipos como Mario Conde y Vicente Belda se convierten en catedráticos de ética; mientras el doctor Fuentes se autoconfigura como un genio incomprendido. Luego aparecen Rajoy y Cospedal y sus empleados de La Razón (vaya nombre, para vaya medio), diciendo que ellos son víctimas de Bárcenas, como Patrick McQuaid (presidente de la UCI) se considera poco menos que perseguido por Eufemiano, por Armstrong y por Bruynell.

En la política como en el deporte reina el negocio por encima de cualquier otra motivación. Hoy acabo de escuchar a un joven diputado, ex-indignado, solicitar elecciones como solución a nuestros males. Habrá razones hermano, pero no era eso lo que decías en las plazas. Y también acabo de ver a un larguirucho inglés sentenciar el Tour con tan increíble como sospechosa superioridad, en la rampas del legendario Mont Ventoux...

Y lo peor es que como si nos lo creyéramos, no nos cansamos de aplaudir desde la cuneta.

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