Las ventajas de no saber inglés

Fiel al espíritu zen que recomiendan los terapeutas, creo haber descubierto el lado amable de mis limitaciones con el inglés. Me defiendo lo suficiente como para entender en unas pocas oídas la letra de una canción, para mantener con cierto decoro correspondencia o para viajar a Londres con muchas más probabilidades de volver que si aterrizo en Munich o en París. Aunque... sin excesos. No me sale natural. No puedo pensar en esa lengua. La capacidad para distinguir entre el ser y el estar, justifica algún incoveniente turístico o la necesidad de buscarnos un amigo que traduzca las instrucciones de la olla nueva. La que trajimos de Andorra y que nos cocina las patatas al vapor, casi antes de terminar de pelarlas.



Esta nueva especie de colonización linguística, la del inglés, nos ha hecho olvidar que en un territorio o en una organización se está y no se es. "Ser" implica un componente posesivo inverso, difícil de aceptar por la razón. La cosa se adueña del hombre. Nos hace sumisos esclavos del sitio que pasa a establecerse en fin, en lugar de mantener su humilde condición de medio. "Estar", enriquece. "Ser", aborrega y constituye una patología de sencillo dianóstico. Los enfermos no aceptan la crítica y piensan que por su "pertenencia a", el resto les debemos "un respeto". El mismo que ellos suelen negar a los que caminamos por la vida con los lomos limpios de cualquier divisa. Los típicos ayatollah poseídos por la conciencia de grupo y, en ocasiones, por la necesidad de obsequiar un sentido a su historia personal.

También debe ser culpa del inglés la simplificación opuesta. El poder no “está” corrupto, lo es por concepción. Tiende a ilimitarse como el orín a correr por una cuesta, sin darnos tiempo a subir cremalleras o colocar faldas. Lo mismo sucede con los intrumentos para alcanzarlo. ¿Ambos son necesarios? Aunque aceptemos al calamar gigante de la Fosa de las Marianas como animal doméstico, no más que los medios para someterlos a vigilancia. El poder no puede salir de paseo sin bozal. Muerde. Mata. Es un rotbailer maleducado a quien desde cachorro hemos reído las gracias. Agrada mientras nos creemos sus amos, pero se muestra terrorífico en cuanto es otro el que sostiene la correa.

El verbo "to have" tiene hasta más peligro. Si lo mezclamos con dinero, pasamos del "hay" una playa preciosa al "tengo" un paraíso, en lo que tarda en firmarse una escritura de compraventa o una concesión administrativa. Prefiero ni plantearme las posibilidades del "to get".

Los obsesos del inglés no resultan fiables. Demasiado serios, demasiado ordenados, demasiado puntuales... demasiado obedientes a una lengua que se afilió al verso libre no por convencimiento, sino por su natural dificultad para la rima. Los obsesos del inglés simplifican el vocabulario, limitan la gramática y terminan por confundir los verbos. Una cosa es estar loco o tonto – a veces nos pasa - y otra serlo. Como en la canción de Rosendo, "lo malo es no darse cuenta". Todos conocemos a los obsesos del inglés. En una vida es imposible no cruzarnos con alguno. Con esto de la crisis son legión los que, a falta de otra cosa, estudian idiomas.


Comentarios

  1. I love to be able to smell the british way, we would never laught about the shadow of the apple as they do. However, it is true that that I can apreciate because I am spanish ( not spaniard, they have another sense of humor, simpler than the yankies) . I know that my english is not very good, but is a pleasure use it to write a commen in your blog. A stupid thing, I know ;)

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    1. It isn't stupid thing. Your english is bad enough that we can understand each other.

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