Joan Baptista Humet. Hay que vivir. Amores inexplicables (V). #VDLN 119

Imagino que por mi prematura adicción al ajedrez, o tal vez por los primeros pasos en la montaña (nunca desplaces un pie hasta no asegurarte que el de apoyo no resbala), adquirí el vicio de moverme por la vida con exceso de pausa. De mi maestro en el arte de los escaques, un convicto heredero de la escuela rusa, aprendí a leer las jugadas; a comprender que ningún rival que merezca ese título mueve sus piezas sin una intención definida; y que en contrarrestarla se halla el único secreto de una victoria bien ganada. Por esa cartesiana costumbre de llevar la contraria (“si una cuestión es difícil la razón siempre se encuentra en la minoría”), me agradaba competir con negras. No me importaba regalar la iniciativa, organizar la defensa y esperar – como mi Atleti – a que una contra me salvara.


Llegué a obsesionarme con Bobby Fischer, un judío americano (renegado hasta de sí mismo) al que terminé regalando el trono de mi infancia. Quedé prendado de una de esas incontables frases con las que podrían rellenarse una enciclopedia de citas: “no se gana con la inteligencia, sino con el alma”. Una buena infusión de esperanza para los que nunca nos reconocimos sobrados de cabeza, aunque en su caso, supongo, echaría una mano un cociente intelectual de 182; muy superior al que la literatura especializada estima para Einstein y de los que convierten en auténticos zoquetes a personajes tan socialmente admirados como Bill Gates o Stephen Hawking.

Casi a diario estafaba a mis padres. Tras las escasas hojas de una tarea que se volvía infinita, escondía los recortes de prensa con los más célebres duelos del ídolo rebelde. Aquel que desde la soledad del individuo derrocó el concepto estalisnista de la vida, al derrotar a Boris Spaski y a toda su corte de asesores en el histórico mundial de Reikavik; aquel que se negó a convertirse en estandarte occidental de la guerra fría, exigiendo de modo expreso concursar sin bandera. Me detuve con especial entusiasmo en la versión de la defensa Grunfeld que estrenó en la llamada partida del siglo, frente a Byrne. Creo que llegué a memorizarla con todas sus variantes. Necesitaba comprender las razones que consagraron a un crío de trece años, la edad de Fischer en 56, como el mayor talento jamás conocido. Convertí los deberes escolares en mi principal entrenador ajedrecístico. Quién iba a decirle al niño que a la ducha, a por la merienda o a acostarse, con tres viajes pendientes hacia la aritmética básica. “Papá que no me salen”, menuda cara.


El estilo de Bobby no iba con mis formas aprendidas. Él siempre arriesgaba, rehusando el enroque con ese famoso movimiento de rey que lo definía. Durante años intenté sin fruto adaptar mi estilo al de aquellas imprevisibles combinatorias con las que destrozaba al adversario. Lo suyo era poesía escrita sobre un tablero a cuadros. Lo mío, otra cosa; incluso salvando la insalvable distancia. Viví mis primeros años prisionero de esa puñetera ortodoxia posicional de Botvinnik que tanto odiaba y que con el tiempo destruí para transformarla en un ejercicio de riesgo permanente. Nada del ataque constante de mi ídolo de la infancia; aguantar atrás, dejar que te lleguen, y cuando el enemigo se siente más seguro, salir con todo por el flanco de dama. Se mata o se muere, aquí no se aceptan tablas…

Tras una fecha fea en mi historia personal, de esas que te trasladan a un difícil equilibrio entre emociones contrapuestas, el sábado pasado inauguré las vacaciones en un pueblo de la sierra, en una de esas cenas de chicas a las que tengo por hermanas. Aunque no sé como tomarme la invitación a eventos con semejante título, era consciente de las intenciones y de la especial importancia de este descanso laboral. Hace meses que me percibo en un punto de inflexión del que desconozco el ángulo que ha de tomar la función matemática. Nada nuevo, mi habitual constelación de dudas entre lo sensato y lo que apetece con clara ventaja de alfil y torre para lo segundo. Por un momento recordé una vieja frase de Poincaré que anima pero no aclara: “el caos no existe, es solo un orden que desconocemos”.



De camino reflexionaba sobre la similitud entre la vida y mis eternos combates de ajedrez. Porque somos como somos, todas terminamos repitiendo la misma partida. Siciliana o Grunfeld, según la dirección de los primeros movimientos del contrincante; apertura inglesa si no queda otro remedio que tomar las blancas. Juegos estratégicos que se inician como nada, pero que garantizan abundante sangre en cuanto el reloj avanza. Sin otra razón que el sentirme un tanto “así”, y por esa natural tendencia a traducirme en canciones, se me vino a la mente un viejo tema de Joan Baptista Humet, “Que no soy yo, que aún no soy yo”, pese a los cincuenta y tres. “Y ahora acabemos de ser sinceros, que a mi también me mueve el dinero y la vanidad”. Vaya noche; sin ansiolíticos a mano, incompatibles por prescripción médica con parte del menú, y con “esa lucecita que apenas se ve” dando por saco hasta el alba.

Ya por la mañana, saludo al espejo y por más que mi metro ochenta y tres se empeñe en lo opuesto, me encuentro pequeñito, una sensación conocida; también algo resacoso, todo hay que decirlo. Que mis amigas le pegan a ciertas cosas como si no hubiera un mañana y sin querer te contagias. A qué me meteré yo en tanto lío, si lo que apetece es la calma. Ratifico un sentimiento que se vuelve repetitivo, aunque mi entorno no lo comparta: igual es cierto que a veces me escondo en un disfraz de sobrado, pero en la soledad de las noches... Solo soy un ser humano.



Tras un delicioso almuerzo, por una compañía que entusiasma, de regreso a casa la puñetera lucecita al fin se apaga. La sustituyo por otra melodía del desaparecido cantautor catalán, al que incluyo sin reparos en el capítulo de amores inexplicables. Qué pena que nadie se haya decidido a revisar su obra y liberarla de los feos atuendos impuestos por las discográficas de la época . “Hay que vivir, amigo mío”; hay que vivir que pese a los calores estivales… ya va haciendo frío. Para quienes creen que en estos tiempos absurdos nos hallamos en el peor momento de la historia y que conviene irse arrepintiendo de los pecados ante la inminencia del apocalipsis, les sugiero se detengan en un texto que fue parido en los estertores de los setenta. Que lo mismo exageramos y esto ha funcionado siempre igual, con idénticas intenciones y con parecidos mesías.



Me estrujo en el sofá con la tímida esperanza de encontrar entre sus telas la solución ansiada. Concluyo que en los últimos tiempos he repetido demasiadas partidas artificiales; que no me apetece retirarme del todo; que pese a los años y los achaques, me sigue cautivando mi juego predilecto; pero que de aquí en adelante escogeré contrincantes de carne y hueso, que uno empieza a estar harto de quienes se esconden detrás de una máquina y de l@s que se retiran en plena apertura en cuanto la posición se aleja de la que imaginaron en algún cuento de hadas. Desempolvo mi viejo tablero de madera en el que coloco las piezas casi sin limpiarlas; el test soñado por mi terapeuta, supongo. Sin dudarlo un instante tomo las blancas. Peón cuatro dama...

Una apertura cerrada de las que en estricta teoría garantizan tablas si ninguno de los contendientes mete mucho la pata. Una simple propuesta para un combate equilibrado sin otra finalidad que disfrutar jugando de un juego que aún me encanta. Como diría mi viejo maestro: pieza tocada, pieza movida. Peón cuatro dama...


Olviden los infames arreglos y disfruten si pueden de las composiciones de Humet, uno de los grandes olvidados de nuestra música, quizá por dedicar los textos a reflexiones universales y no a los dogmas políticos dictados desde la propaganda. Disculpen la extensión, hoy no tuve tiempo ni de acortarme. Feliz #VDLN, feliz semana. Hasta la próxima con otro de mis habituales desvaríos veraniegos. Salud y libertad.


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Comentarios

  1. Espero ansiosa esa novela que me han chivao estás escribiendo. Narras precioso y tienes mucha cosas que contar, creo. Un besazo.

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    1. Muchas gracias. Todavía queda bastante. A ver que sale. Un beso.

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  2. No termino de pillar el simbolismo. Como siempre puede referirse a mil cosas. Pero el texto me encanta. Besos.
    Herminia.

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    1. No hay nada que ja,ja,ja. Con que te haga pasar un buen rato es suficiente.Muchas gracias y besos.

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  3. Pues a mí tus desvaríos se me hacen cortos... si es que me encanta leerte, y hasta me has dado ganas de aprender de una vez por todas, a jugar al ajedrez.
    Creo es siempre bueno ponerse en juego, y que nunca es tarde... soy de las que prefiere gritar como Alterio en "Caballos salvajes" "...la puta que vale la pena estar vivos..." pese a las cicatrices que deja el viaje.

    La música que elegiste, porque de eso se trata también ¿no? (jajajajaja) no la conocía y me encantó, me he escuchado todos los temas completos y ya me apunté el nombre para seguir indagando... gracias!

    Un beso y a disfrutar del fin de semana.

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    1. Muchas gracias. Me apunto la frase de Alterio. Me alegro que te gusten texto y temas. Para estàn. Feliz semana. Un beso.

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  4. Rafa, no sé si estarás escribiendo otra novela, pero que podrías publicar un libro con una selección de estos 'desvaríos musicales' estoy más que seguro.

    Feliz #VDLN

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    1. Pues algo me he plateado. La idea original era escribir una especie de anuario contando lo que ha sido este último año, en formato eBook, con los enlaces a algunas canciones y la visión gráfica de un amigo que pinta como el mismo Satanás y que sería lo que daría sentido al proyecto. Depende del tiempo disponible, de la salud y de mi amigo. Demasiadas cosas, pero en la cabeza está.

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  5. No se si me gusta más tus textos o la música que me haces descubrir todas las semanas. En todo caso enhorabuena pir las dos cosas. Felíz semana

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  6. No conocía ninguno de estos temas ni al interprete, he visto que ya falleció, me ha gustado mucho, gracias por el descubrimiento. Totalmente de acuerdo con Jerby, de estos "desvaríos musicales" puede salir algo muy interesante, apoyo su propuesta! ;-) Nos vemos en el próximo #VDLN, feliz fin de semana!

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  7. Has hecho un repaso perfecto, como un director de orquesta que controla y está pendiente de cada uno de sus músicos.
    Esto de los "desvarios" me es muy familiar... El Ratón suele tenerlos muy a menudo :-)
    Muy feliz semana.

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Aunque yo tiro más a gato, se ve que somos más o menos del mismo gremio. Con retraso, feliz semana. La que venga.

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