Tequila. Crónica de una despedida (o no). VDLN 229

Esperaba un desfile de barriguitas sin cura y cabezas afeitadas por los años en ilustre tributo a las greñas, los cabellos tiesos o los flequillos a la altura del mentón de instantes pretéritos. Un error. Junto a notables del oficio como Javier Gurruchaga, con el que compartimos espacio desde lo discreto, mucha peña del entorno de los cuarenta y hasta chavales y chavalas de veinte dispuestos a escapar por unas horas del horror del reggeaton.

Foto: Rafa Hernández

Nacidos para regenerar un país en el que «ser culto y progre» imponía la penitencia de soportar con estoicismo a los cantautores de la transición, Tequila desapareció sin ruido en el ochenta y dos víctima de su propio éxito, de los altibajos perpetuos en la extraña relación entre sus dos líderes y del postureo «modelnista» de quienes, en ausencia de otras cualidades, deseaban convertirse en bote de detergente para vivir del cuento en la tele.

Aunque se notaba que Alejo se siente cien por cien Tequila y que Ariel se identifica más con Los Rodríguez, irreprochables ambos en lo técnico, bien secundados por músicos brillantes a la altura de los jefes. Sin desmerecer al soporte rítmico, David Salvador (bajo) y Christian Chiloé (batería), Julián Kanevsky a la guitarra y Luis Prados con las teclas son capaces de convertir en bueno el repertorio más cutre. Ni siquiera los habituales cameos —Leiva, Fito, M-Clan, Juancho Conejo (Sidecars)... — transformaron en aburrido el experimento. A riesgo de pasar por rancio, me ocurre con estos excesos como con las batucadas de las manifestaciones: ¿quién habrá inventado que aportan algo?



En mi memoria, se conservaban las canciones de Tequila como un banal juego de críos con el que saludar la libertad recién estrenada tras décadas de oscurantismo franquista. Sencillas melodías repetitivas para adornar textos adolescentes sin mayor pretensión que el puro divertimento. No todo iban a ser profundos versos. Imagino que como la mayoría de los correligionarios que llenábamos el martes la pista del WiZink Center, acudí con la idea de refugiarnos en el pasado ante la fealdad del presente, de recordar que yo también fui joven algún día o de extrañar de nuevo a quienes nos dejaron hace años. Otro error.

Mediado el concierto, comprendí el auténtico valor de la banda madrileña. En sintonía con la certera comparecencia de Rosa María Mateo ante no sé qué comisión del Congreso —buen repaso a ese atajo de parásitos—, aprendí a distinguir lo superfluo de lo sustancial. A incluir en lo primero a los que mandan, a los que mandaron y a los que lo pretenden; a los que se definen falsificando títulos universitarios sin el menor prestigio, bajo la creencia de que eso engrandece; a los que, teniendo por obligación aplicar algún remedio, se refugian en declaraciones institucionales para no detener la incesante sangría de mujeres a manos de criminales que afirman amarlas para mayor crueldad; a los que consideran villanía o ejemplo cívico gastarse millonadas en viviendas de lujo en función de la ideología del que compre; a los que se adivinan el ombligo del universo porque un puñado de incautos escribieron su apellido en una papeleta; a los que no aprendieron de Borges que todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia, que lo que importa es lo que se hace con ellas.



También que en este momento de la vida, cuando lo que queda abulta mucho menos de lo que se fue, resumo lo trascendente en «que te quites la ropa y no apagues la luz» (los dos haremos lo que se pueda), en reconocer que lo que los medios califican de noticia «es siempre la misma rutina y no aguanto más» y que, pese a todo, sigue habiendo días en que me levanto con la sonrisa puesta y lo que apetece es convidarte a saltar... asumiendo el riesgo de deslomarnos en la caída. «Lo otro» no me interesa. Como diría el admirado Fernando Arrabal: «Tan triste... no es serio; tan cómico... no es divertido».



Por si en este mundo horroroso que entre todos y todas hemos edificado, necesitan un trago para poderse estabilizar, hoy invito a una buena borrachera de Tequila. A algunos aún nos dura la resaca. Quién nos manda a nuestra edad.

Feliz VDLN, feliz semana. Salud y libertad.




Comentarios

  1. Da gusta volver a leer tus entradas. Unas reflexiones que comparto y eso que me gustaría que no hubiera tanto postrero político, que viviéramos en una país más justo y con el pasado oscuro ya superado, pero se ve que cuesta darle la vuelta a esta tortilla que no termina de hacerse. Por eso, me alegra escuchar música, en este caso Tequila.
    Un saludo.

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  2. Rafa, con frecuencia se olvida que una revolución, si no es divertida, no es revolución.

    Navegando por YouTube, he dado con este trozo del concierto que tiene nombre de cóctel: Tequila con Fito: https://youtu.be/H0BvQqSiygg

    Feliz #VDLN

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  3. Siempre que vuelvo a leerte, me voy con una sonrisa y algo nuevo aprendido...¿qué más podría pedir?

    Un besote.

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