Personajes en busca de autor
Supongo que será mi escasa afición a
derrochar el tiempo, la que me impide destinar, siquiera unas
miserables líneas, al tan bien publicitado “asunto Talegón”. El
marketing nunca me atrajo como ciencia. Llamadme desconfiado, pero
cuando alguien pronuncia del modo exacto, en el momento justo y con
la precisión requerida, las palabras que la audiencia necesita
escuchar, resulta razonable y hasta prudente la sospecha del engaño.
Si el orador ejerce como profesional de la política, esa
probabilidad se transforma de inmediato en absoluta certeza.
Por conocido y poco ejemplarizante no
me agrada el pasado de esta chica. Esa pública alergia a los hoteles
caros, no termina de casar con su privada afición a los sueldos
desmedidos. Por encontrarse ligado de modo irremediable a una
formación política de tan reconocida indecencia como el Partido
¿Socialista? ¿Obrero? Español, tampoco me interesa su futuro.
Más me preocupa el enfermizo
gregarismo que parece haber infectado a esta sociedad nuestra.
Treinta y cinco años de presunta democracia y seguimos como pueblo
en la más inconsciente adolescencia. Hasta los sectores más
contestatarios se muestran insolentes en la forma, pero dependientes
en el fondo. Del vértigo por la emancipación nace la añoranza de
la casa paterna y su mísera pero segura asignación semanal.
Bastaron tres palabras bonitas, dos argumentos demagógicos y una
logística adecuada, para que Talegón pasase del anonimato de un
enchufe con salario VIP en la Europa de los bandidos, a la
popularidad requerida por la nueva esperanza de puño y rosa. El
indisimulable anhelo social de que un mesías nacido de las urnas nos
redima de todos lo pecados, levanta con soltura el resto del
edificio.
Hace poco más de un año alguien a
quien desde entonces tengo por amigo, me enseñó el concepto de
huérfanos de la izquierda. Me encantó el término por lo que define
y por lo que me define. Y por lo que permite reflexionar sobre el
futuro.
Ante la objetiva desdicha de la
orfandad solo caben dos respuestas. O esperamos una salvadora
adopción o intentamos por nosostros resolvernos la vida. La primera
explica en gran parte el síndrome Talegón. Estamos tan
necesitados de una familia que llamamos madre a la primera impostora
que nos dispensa una dosis de afecto. Y olvidamos que en los
partidos, como en los cuentos, las madrastras suelen ser falsas,
interesadas y casi siempre crueles. La segunda nos relaciona con los fenómenos de sociedad paralela, de desobediencia
colectiva y de construcción de espacios autogestionados al margen de
la política y de los políticos que empiezan a hacer fortuna en
determinados sectores de la población.
Ambas opciones son legítimas, pero
tienen distinto alcance. Si nos movemos, si asumimos nuestra
responsabilidad y nuestra madurez individual y colectiva, y tomamos
posesión del destino, nada perdemos. Que mañana aparece una
una familia de acogida; tranquilos que si de verdad son buena gente
nos recibirán con cariño. Si optamos por esperar a Godot nos
ocurrirá como a Estragón, Vladimir, Pozzo y Lucky, insignes
protagonistas de la genial obra de Beckett: quedaremos para siempre
presos de la nada. Igual no es muy preciso el símil literario que he
escogido. Quizá quede más explícito si indicamos que una mayoría
social son al modo descrito por Pirandello, personajes en busca de
autor, mientras a una minoría ilusionada nos agrada el estimulante
desafío de tomar la pluma y escribir nuestra historia. Cada cual es libre de escoger su futuro. Quién aspire a ser oveja que bale y aplauda.
Talegón no es nadie, pero significa
mucho.
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