Los platanistoideos



Siempre admiré la estrategia de caza de los platanistoideos. Como los grandes depredadores terrestres, acechan en grupo, de manera organizada. Uno de los animales golpea su cola contra el lecho embarrado del río. Con ese gesto, levanta el lodo y provoca un remolino de suciedad que enturbia el agua. Las presas, siempre superiores en número, la mayoría en velocidad y algunas con suficientes medios de autodefensa como para hacer frente a un ataque directo, huyen confundidas sin una orientación clara. Con sus equivocados movimientos, solo contribuyen a acelerar el proceso. A veces, alguno de los cazadores penetra en la turbulencia y muestra a las víctimas la salida de aquel infierno oscuro. Esa ceremonia de la dispersión, el miedo al kaos, convierte a los peces en suculento almuerzo. El pánico, les hace introducirse sin resistencia en las bocas del resto de la manada que espera en los bordes del torbellino, en aguas de apariencia segura. Confunden la salida del túnel con las mandíbulas del enemigo. Pagan con su vida las prisas, la preferencia por la solución más sencilla, la más inmediata, la de plazo de realización más breve, aquella que por conocida suena familiar.

Los platanoistodeos, la singular especie de los delfines de río, lo saben. La naturaleza les regaló una inteligencia que, según los biólogos fluviales, es la más próxima a la del ser humano.

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