Enrique Bunbury. Sácame de aquí. #VDLN 72

Por fin agosto empieza a despedirse. Un estío de calores excesivos y desasosiegos infinitos prepara oposiciones a los libros de historia. Ya pasó, ya pasó todo. Terminan las noches en vela con la cabeza inundada de sentimientos contradictorios, de viajes sin retorno hacia el país de la desesperación. De vez en cuando regresa la cordura para hacer la guerra a un dolor intenso que siempre concluye victorioso. Casi lo prefiero, por unas horas la mente se abstrae en defenderse del trigémino y escapa de los vacíos, de los afilados recuerdos de una estación que nació para el olvido. Por el camino algún oasis nos invita a subirnos al tren de la esperanza. No podemos. Faltan fuerzas y sobran temores. Mejor esperar un poco hasta que el tsunami se calme y las aguas vuelvan al natural límite de las playas. Solo unos ratos con los íntimos y con los que empiezan a serlo refrescan el tránsito por el Sinaí.


Como un autómata me levanto a eso de las ocho con la inmadura vocación de convertir este amanecer en un principio de nuevos tiempos. Hasta los gatos se vuelven agresores y me despiertan entre maullidos suplicando una caricia con la que saludar el día. No puedo tíos, lo siento. Hoy soy yo quien la reclama. Hoy soy yo quien precisa una mano amiga que me rasque entre las orejas y descienda hasta el cuello, mientras cierro los ojos para sentirme perdido en un instante de felicidad. Las Consecuencias, siempre inevitables.



Sin saber exactamente en qué, pierdo dos horas. Hago fuerzas y escapo de mi refugio. Saludo en el trabajo ante la sonrisa cómplice de una secretaria que supone, sin decir palabra, otra noche de fiesta. Mejor así. Da menos cosa.

–Jefe, tienes cuatro llamadas. Te dejé el correo sobre el cristal. Los mails mejor no los mires, hay más de cien. Te recuerdo que a las doce has quedado con “El Rico” y a la una cita con la Inspección. Esta tarde tómate un par de tilas, sobre las cinco llega “La Cicciolina”.

Asiento con solvencia, como si hubiera atendido a su impagable profesionalidad. Con la exactitud de un pertiguista antes del salto, repito cuidadoso el ritual de cada día. Me acerco hasta la sala de máquinas y retiro un café solo, largo y sin azúcar, junto a un par de vasos inundados de agua. Los dejo sobre la mesa. Tres recipientes hasta los bordes, dos manos y ni una gota fuera. Al menos esto sale bien.

Sigo con el rito y repaso la prensa del día. Lo de siempre. Un par de escándalos de corrupción, cuatro frases estúpidas de alguno que se cree líder y una pobre mujer asesinada por otro cabrón con la culpable complicidad de todos. Me paso a deportes. Nada destacable. Alonso que se retira en la segunda vuelta y Ronaldo que jugó mal porque un uñero le impide ser feliz.

Abro el facebook como buscando una esperanza. Más de lo mismo. La habitual colección de cartelitos de autoayuda, unos pocos mensajes hirientes para demostrar al ex lo poco que se acuerdan de él y algún intercambio de improperios entre contrarios y acérrimos de la tauromaquia. Mentiras, todo mentiras. Palabras de lata. Una frase sin sentimiento no es más que unas pobres letras desordenadas. No falta quien intenta alegrarnos el día con una canción a la que regalamos el me gusta sin haberla escuchado. Tampoco ese tarao que cuelga un poema que nadie entiende y que comentamos por parecer eruditos. Completan el muro un par de integristas de la religión Podemos, indignados porque alguien escribió que Iglesias se asemeja a un vende mantas y que Errejón tiene cara de bobo. A quién se le ocurre poner en cuestión la divinidad de los dioses. Ufff qué desgana. Necesito unas Bujías para el dolor.



Por esa especie de adicción a lo dañino, enciendo algo que no debiera y de lo que creí despedirme para siempre hace muchos años. Otra mentira. Lo que se halla en nosotros, los afectos y los odios que nos resultan innatos siempre vuelven, como el cartero de aquella vieja peli de Rafelson. Me acerco al ventanal y contemplo un espectáculo que todo lo explica. Decenas de vehículos circulando sin sentido, por una rotonda sin sentido y a toda velocidad hacia un destino que probablemente tampoco lo tenga. Se me aparece un rostro, no distingo si real o imaginario, que me aporta la serenidad de lo conocido. Por esa melomanía enfermiza que alguien me regaló hace muchos años, se me viene a la mente otra canción de Enrique Bunbury. Un grito que no quise pronunciar escapa autónomo de mi garganta:

!Sácame de aquí! No me dejes solo que todo el mundo está loco y dios hace años que perdió los tímpanos bajo el absurdo griterío de sus seguidores.



Vuelvo a la realidad y contemplo mi faz reflejada en la pantalla. Me aterra. Un simio viejo, más gastado por el kilometraje que por la matrícula, con los amortiguadores rotos como inequívoco signo de haber frecuentado malos pavimentos. Quizá por ese exceso de autoestima que todos portamos, no me reconozco mala hierba, solo hierba en mal lugar. Con frecuencia, en el peor de los posibles.

En un simple ejercicio intelectual, intento recordar el CD al que pertenecía la canción que hoy sirve de excusa para compartir depresiones. No lo consigo, hasta la memoria empieza a hacer aguas. Pido socorro al Duck-duck y me chiva que se publicó en Flamingos. Me sorprende. Pegaba más en El viaje a ninguna parte. Un buen título para unas vacaciones que ya se aproximan. Una frase ambigua que puede traducirse en desencanto o en la convicción de que buscamos mal, de que no siempre los mejores tesoros se hallan escondidos en preciosas islas desérticas. Algún viernes en que como en éste, no se me ocurra que decir, les contaré la respuesta. Mientras tanto, como ya nada puede empeorar, haremos un último esfuerzo en espera de que sople El viento a favor.



Buen #VDLN, feliz semana. Salud y libertad.

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Comentarios

  1. Hola Rafa, te sigo en el blog, aunque no te lo creas. Nunca se lo que hay de cierto y de inventiva en lo que cuentas. Hablas en la presentación de bienvenidos a tu mundo de mentiras. Un poco de cada supongo. Tampoco si escribes en primera persona porque lo sientes o porque es la técnica que mejor dominas. Vuelvo a suponer que un poco de cada. Pero cualquiera que sean esas respuestas lo que siempre consigues es emocionarme cuando te leo. Me da una vuelta el cuerpo cuando describes las emociones que todos pasamos pero que no sabemos expresar. Puedes estar tranquilo, hasta donde te conozco, no tienes nada de mala hierba, se nota.Enhorabuena por los textos y por la sensibilidad que demuestras en cada entrada. Lo siento por la parte de verdad que pueda colarse en tu mundo de mentiras. Gracias por hacerme reir o sufrir de esa manera. Un beso.

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  2. Es curioso que se pueda disfrutar tanto leyendo un relato de tristezas o de un bajón emocional, pero cuando esta escrito tan bien, con esa poesía y acompañado con la música del gran Bunbury, una se pierde en las palabras y olvida que hay una persona detrás hasta que terminas de leer y reflexionas qué poner en el comentario. Entonces es cuando hablas a la persona, no al texto. No esta bien decir "me ha gustado mucho" pero si no lo digo seria una de esas mentiras que se sueltan por Internet. Que tengas una buena (o al menos mejor) semana!

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  3. Me encanta cuando un texto me revuelve mis entrañas, me conecta con mi corazon olvidado y da un jalon a mi higado. Bien ahí. Y el gran Bunbury es sin duda un buen acompañante en mis melancolías @samariel4ever

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  4. Ay Rafa. Me engancha como escribes, como sientes y como escribes lo que sientes. Una mezcla extraña de hiperrealismo y abstracción que te identifica. Si fuera posible, escribe más y siente menos. Y espera a que el viento sople a favor. No hay prisa. Kiss.

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