Elvis Costello. Peace, Love and Understanding. #VDLN 216

Madrid, Jardín Botánico. Casi solsticio de verano. Casi aniversario de una casualidad que con la excusa de Brian Ferry emparentó el presente con un ayer muy lejano. La determinación de una pausa. Esta noche no la amarga ni todo aquello que como los malos porteros opta por quedarse a media salida para facilitar el gol del adversario: una salud que ni mata ni deja, una genética que obliga a amar lo que daña, un trabajo feo que, sin permitir el consuelo de la queja, agobia mucho más de lo que renta. Aunque no alcance para adquirir con dudosa hipoteca de seiscientos mil mansiones de valor superior a dos millones, rinde lo suficiente para comprar sin apuros todo lo que no hace falta. Poco de lo que avergonzarme; poco de lo que presumir. Un simple tributo a la sumisa mediocridad de nuestra época.

Foto (mala, muy mala): Rafa Hernández

Quizá como homenaje al Himno al desacato de Nathan, decido vulnerar cualquier norma que se cruce. Comienzo por introducir en el recinto una cámara. Una pequeña compacta. Nada de ocultarla en el fondo de un inocente bolso o disimularla entre algún otro elemento cotidiano. En su funda y por la cara, como debe de ser. Desobedecer a escondidas, cual político a la caza de fortuna, hace tiempo que dejó de tener gracia. Comprensivo el segurata. En el fondo, creo que compartíamos sin palabras la insumisión a esa colección de reglas absurdas capaces de convertir en transgresora la doméstica tarea de arrojar la basura. La lacra de ese compendio de apoderados ineptos aún desconocedores de que la autoridad es un don que bendice a quien la merita tanto como ridiculiza al que la impone. La grosera diferencia entre el convencimiento y el triunfo por voluntad mayoritaria (o no) que distingue al digno del déspota.

—Hombre, que está prohibido.
—Ya lo sé, tío. De eso se trata.

Una sonrisa mutua y adelante, a la caza de unas cervezas con las que desafiar la química relación entre alcohol y cefaleas. También un esfuerzo por mi parte en regresar a casa conduciendo lo más cercano posible a la ilegalidad, sin repetir en su casi cumpleaños la locura prescrita de cruzar motorizado la fachada peatonal del Palacio Real. Como fin del prólogo, un bocadillo de quinoa con espinacas en rebeldía a ese vicio importado de una cultura inculta que se alimenta devorando los restos triturados del cadáver de una pobre vaca. Los que hacíais cola en hamburgueserías esperarme en manifestaciones reivindicativas: si cada día os solidarizáis con la tortura en vuestra mesa, no esperéis mi complicidad en otras causas. No sois de fiar. La igualdad es igualdad y el maltrato, maltrato. Ninguno entienden de género, de especie o de situación geográfica. Abrazar los unos y despreciar los otros me parece un signo inequívoco de deslealtad.

—¿Dónde nos ponemos?
— Al fondo, en el lateral. Lo más lejos posible de la masa.

Foto (pésima): Rafa Hernández

… Y a disfrutar de las notas de Elvis Costello. Un tipo inteligente capaz de cambiar sin perder la esencia; de aproximarse al jazz como acto subversivo ante las condenas contemporáneas de la electrónica o del reggeatton; de comprender que el arte consiste en alejarse del pretérito para mantener lo que lo merece. 

Hora y media de música sin mancha para asimilar que la revolución consiste en modificarse uno mismo y no en obligar a nadie a hacerlo por genitales. Un concierto que se resume en unas frases de la entrevista previa, explicativas de mucho de lo que nos pasa:

La redes sociales han convertido el hecho de sentirse ofendido, esa indignación estúpida, en toda una industria. La gente que promueve el uso de opiáceos hasta convertirlos en una epidemia a nivel mundial tiene la misma mentalidad que los que desarrollaron estas plataformas. Son el mismo tipo de parásito, traicionan algo que podría ser bueno para la humanidad y lo transforman en algo perverso. Han creado la posibilidad de comunicar cualquier cosa que pienses con extraños, ignorando que los impulsos naturales de mucha gente son acosar, censurar, aprovecharse de las debilidades del otro y propagar información falsa. Y, de paso, ser ciego ante cualquier otra opinión, consideración o decencia. Es lo mismo que envenenar a la gente a propósito. No dudo que estas nuevas formas de comunicación tienen cosas positivas, lo que me da rabia es ver en lo que se convierten. Así seguimos. ¡Esto es el progreso!

¡A la mierda el progreso! Gracias, maestro. Por la inmejorable aproximación al solsticio estival y por evitarme las explicaciones a quienes me las reclaman con insistencia. También por concluir el recital con una pócima mágica: paz, amor y comprensión. El único remedio efectivo ante la epidemia de pesimismo totalitario que de flanco a flanco nos asola.



Feliz #VDLN, feliz semana. Desde mi escondite personal en medio de la nada, entre peludos seres de carne y hueso, mis mejores deseos de salud y libertad.






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