Las puertas de la percepción

Por ese dueño de nuestra existencia que llamamos azar, este agosto coincidí de nuevo con mi querido Huxley. Lejos de sus populares distopías, tan cercanas por cierto al tiempo que nos toca soportar, decidí sumergirme en el disparatado universo de la aventura psicotrópica. Más allá de la simple descripción de los efectos de la mezcalina sobre una inteligencia privilegiada, la trilogía conocida como "Las puertas de la percepción", explica con una claridad asequible hasta para la torpeza de quien esto escribe, los mecanismos que rigen el cerebro humano. Según el genio de Godalming, la mente funciona de un modo muy parecido a los actuales sensores de las cámaras de gama baja. Capturamos una ínfima parte del medio y el resto lo intuimos, lo interpolamos en función de los parámetros contenidos en el chip personal que todos portamos. En el símil de la fotografía, el algoritmo depende de la voluntad del fabricante. La misma toma, con idéntica sensibilidad, exacta longitud focal, semejante apertura e igual velocidad de obturación, alcanza resultados diferentes, según los deseos de Nikon, Canon, Olympus o Sony. El verde se convierte en rojo y el naranja en magenta, con la misma soltura con la que cualquiera de mis gatas se desayuna un desdichado escarabajo. En el ser humano, la educación, los prejuicios, el maketing, las ideas del grupo, el recorrido vital, los deseos, las ambiciones y hasta el simple anhelo de "llevar razón", sustituyen a las programaciones de los torpes sensores CCD. El fenómeno en sí, no es ni positivo, ni perverso; sencillamente es. Como canta Rosendo Mercado, lo malo es no darse cuenta.
Solo así se entienden nuestras contradictorias interpretaciones de supuestas evidencias. Lo que para mi madre resulta el inequívoco fruto de la intervención divina, se transforma, bajo la mirada de su incrédulo hijo, en la obra maestra de un eficiente cirujano sobre su maltrecha rodilla. Lo que para algunos constituye arte y hombría, otros lo concebimos como la crueldad de un tío disfrazado de payaso, sobre un pobre animal indefenso. Cuba y Corea del Norte, aparecen como ejemplares democracias o como inadmisibles dictaduras, en función del iris que las observa. La muerte se convierte en justicia o la justicia en muerte con solo girar el objetivo y modificar el enfoque.
La política nacional no escapa a la epidemia. El famoso debate televisivo entre Doña Esperanza Aguirre Gil de Biedma y Don Pablo Iglesias Turrión, se muestra un eficiente espejo de esa visión. Desde fuera, resultaba cómico que los mismos argumentos, exactamente las mismos eslóganes feisbuseros, los empleaban ambos bandos en favor de su ídolo y en obvio detrimento del contrario. Todos con una pasión cercana al fanatismo. El video del espectáculo tornó en navaja multiusos. Según la orientación política del observador, mostraba “evidencias” tan parecidas en la valoración como contradictorias en el sentido. No quedó pepero de bien sin aclamar la facilidad dialéctica, la solidez argumental y la educación exquisita de la lideresa. Tampoco devoto de las nuevas religiones que no observase idénticas cualidades en ese hábil profesor universitario que, desde la cantera de La Tuerka, fue lanzado al estrellato mediático por voluntad compartida entre Intereconomía y el señor Lara. Me refiero al propietario de Atresmedia. El otro Lara, el de Atapuerca, no está ya para estos trotes. Se perdió para siempre entre los fríos de la era glaciar.
En rigor, tampoco quien esto escribe escapa a los caprichos de su cerebro programado. Quizá por mi alérgica animadversión a toda forma de poder, no observé en aquella discusión de tasca, más que una interminable sucesión de tópicos vacíos, de argumentos banales repetidos entre muestras de mala educación y de una preocupante escasez de talento. Una actuación poco convincente de dos actores a sueldo. Aunque ellos no lo recuerden, conozco a ambos. Por razones personales fuera del caso, más y de más tiempo a Aguirre que a Iglesias. Me decepcionaron. Esperaba otro nivel. Mis particulares interpolaciones cerebrales concluyeron, con la misma visual claridad que los fans de la una y del otro, que apañados vamos si cualquiera de estos personajes deben convertirse en respuesta.
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Foto: Rafa Hernández |
Pese a creernos especie superdotada, la evolución nos gastó una broma de discutible gusto. Los chimpancés, por fortuna para ellos, quedaron a salvo de semejantes limitaciones. Se nota.
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