La ley innata
Se cumplen cinco años desde que Extremo
publicó la Ley Innata. Su noveno disco de estudio. Un trabajo
conceptual, preciso, estético y maduro que demostró el perfecto
conocimiento que Robe y Uoho poseen del verbo evolucionar. Sin
alejarse del espíritu ni de las formas del rock transgresivo de sus
orígenes, pusieron rumbo a nuevos horizontes. A lugares donde la
poesía se escribe con notas musicales y donde para inventar buenos versos, no es imprescindible vestir jersey de cuello alto. La
portada, tan severa e intuitiva como el interior, muestra de fondo el
davinciano hombre de Vitruvio, símbolo del ideal renancentista. Sobre él, una cita de Cicerón que, traducida,
expresa más o menos lo siguiente:
“Existe,
de hecho, jueces, una ley no escrita sino innata. La cual no hemos
aprendido, heredado, leído, sino que de la misma naturaleza la hemos
agarrado, exprimido, apurado. Ley para la que no hemos sido educados,
sino hechos, y en la que no hemos sido instruidos sino empapados”.
Desde
credos que en nada se asemejan a lo religioso, hay quienes afirmamos
la existencia de esa Ley. La
escribimos con mayúsculas porque es justa, austera, natural,
salvaje, imperecedera y tan eterna como dure la vida en este precioso
y pequeño planeta. Poco, a la vista del esmero que ponemos en
destruirla. Sus preceptos nada tienen que ver con el escolástico
Derecho Natural. A diferencia de éste, la justicia y el orden no
nacen de un Dios al que debimos pillar de mala leche; la Ley Innata procede de nuestra más estricta condición
animal, de la naturaleza. De las piedras, plantas y demás entes
vivos o sin vida, con los que cohabitamos desde que este virus con
patas que llamamos homo sapiens, cobró su actual forma. Existía antes que el hombre y existirá después.
Imagen robada a coveralia.com |
La
exposición de motivos de la Ley Innata nos aclara que eso que
llamamos estado de bienestar se parece demasiado a la dictadura del
malgastar. Y además de ser como la mujer de la curva, una leyenda
urbana de la que todos hablan pero que nadie ha visto, se diseñó
para ricos y causa de modo directo y culpable la extrema pobreza de 2/3 de la humanidad. No podemos adorar un dios tan perverso. También
nos habla de la carencia de justificación ética de los llamados
derechos reales. La tierra, el aire, el agua, los animales y las
plantas carecen por definición de dueño. La propiedad tal como la
concebimos no dispone de documento de legitimidad: no se conforma como el poder de usar y disfrutar de las cosas, sino como la facultad
de impedir a los demás que hagan lo mismo. No nos permite satisfacer
nuestras necesidades, nos regala el mecanismo jurídico para impedir
que los demás sacien las suyas. Por eso, por todo eso, transforma al ser humano en un número. Le dota de DNI, de carnet de conducir, le asocia a los dígitos de un teléfono, de una cuenta bancaria o de una tarjeta de crédito. Hasta para acceder al gimnasio, horrible recinto al que acudimos para eliminar los excesos de nuestra mala alimentación, debemos identificarnos como lo que somos: una sucesión ordenada de cifras sin sentimientos.
Redactada
en un inusual lenguaje simbólico no siempre fácil de comprender, el cuerpo de la norma explica como en el reino animal, los
depredadores suelen ser territoriales, violentos, crueles, machistas
y con una irreprimible tendencia al conflicto, sobre todo entre los machos. Llevan de común una vida aburrida, sedentaria y dependiente
del lugar en que nacieron y de los individuos dominantes de la
manada. La fuerza se vuelve su argumento estrella. Los herbívoros y
buena parte de la aves no cazadoras, poseen tendencia al nomadismo,
viven en rebaños más amplios y en territorios tan extensos o
reducidos como la tierra que en cada momento pisan sus pies o el aire
que surcan sus alas. Aunque las hormonas propias del género
masculino, siguen jugando malas pasadas (en eso habremos de ajustar
algún día las cuentas con la naturaleza), admiten mayores grados de
solidaridad y convivencia. Suelen mostrarse menos crueles. Su vida,
por lo común, debe resultar más variada y divertida. Al menos
cambian de lugar y no son prisioneros de sus propiedades. Los
omnívoros como diversas especies de simios, incluida el hombre,
poseen la capacidad de elegir de que alimentarse. No tienen
necesidades más amplias, sino un mayor número de opciones. Y
termina el texto, con ese simbolismo que no siempre se entiende, con la afirmación de que
casi todos los animales son lo que comen. Cuando los omnívoros deciden matar para sobrevivir, su comportamiento tiende a semejarse al de los depredadores.Al contrario, en caso de renuncia a la sangre.
Que nadie extraiga conclusiones equivocadas. No escribo de política, ni de hábitos alimenticios. Los segundos dependen de la libertad individual de cada cual. La primera no merece la pena. Hace tiempo que la concibo como aquella actividad que autoriza a quien la ejerce a pontificar sin rubor sobre lo que ignora. Algo así como los tertulianos de los mass media, pero pagados con fondos públicos. ¿Hay excepciones? Por supuesto. Diversas y muy respetables. Y pese a lo que pueda indicarnos la sobredosis de sectarismo que padecemos, sin clasificar ni por ideas, ni por militancias. Insisto. No escribo de política. Solo trato de expresar lo que me dice un buen disco. Como este de Extremoduro que lleva por título La Ley Innata.
Fantastico texto y fantástico disco
ResponderEliminarBonito y emotivo el texto, y el tema.
ResponderEliminarExelente apreciación de toda la filosofía que esconde ese disco
ResponderEliminarNo acabo de entender muy bien la diferencia que quieres decir sobre la ley innata , el derecho natural y la escolástica El derecho natural ya existía desde por lo menos ,los romanos ,cuyo autor, y defensor, el que lo desarrolló de forma jurídica fue Marco Tulio Cicerón, nada que ver con la escolástica. Por desgracia los seres humanos pertenecemos al género de los depredadores creo que por ello tenemos que crear leyes , muchas veces absurdas e injustas para protegernos de nosotros mismos .perdona mi estrechez de mente un abrazo.
ResponderEliminarPrecios e interesante texto. Para releer.
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