Presidente! Presidente! Otra visión de la fiesta Podemos-CLM

Llegué tarde, como siempre. Las cuestas que sirvieron a Bahamontes para educarse en el arte de escalar montañas, frenan mis eternos propósitos de puntualidad fallida. Media entrada en la plaza de Zocodover, para asistir a una celebración del Día de Castilla La Mancha, anunciada a los vientos como alternativa. Nunca entendí el significado de esa fecha, quizá porque nunca comprendí del todo el sentido de esta región descabezada, a la que en el proceso constituyente hurtaron su natural capitalidad madrileña. 

Como en las tardes veraniegas de Las Ventas, lleno en la sombra y piedra, mucha piedra, en los tendidos de sol. Como en las tardes veraniegas de Las Ventas, las barreras reservadas para los conocidos con pedigrí, esos que albergan la esperanza de que alguno de los maestros decidan estirarse y brindarles el toro. Por detrás, una legión de afines más atentos a corear cualquier lance que al análisis de la faena con un mínimo sentido crítico. Pancartas, pareados y las manos listas para el aplauso en cuanto la elevación del tono de alguno de los oradores así lo permita. La megafonía debió instalarla un ilustre empleado de la casta. Entre los rezos de los fieles y la pésima acústica, cuesta entender los mensajes.

Un acalorado paseo sirve para descubrir el variopinto pelaje del público. Perroflautas dimitidos, exconvictos de Izquierda Unida, gente corriente, curiosos, funcionarios de la Junta a la captura de posiciones en el escalafón y hasta algún facha confeso que busca en la tercera vía podemista el modo de disfrazar sus convicciones. Decido aclimatarme bajo el sol y sombra de uno de los pocos árboles supervivientes a los homicidios ecológicos de la plaza de mi pueblo. Con cristiana resignación, asumo el riesgo de verme cagado por un habitante de las ramas, ajeno a la solemnidad del acto.


Sobre el escenario, el electo José García Molina inicia su faena con los habituales capotazos de recibo. Nada destacable. Verónicas sin demasiada profundidad a la caza de la ovación fácil de unos tendidos dispuestos a regalarla sin oponer resistencia. Me gusta su dicción pausada, aunque desconfío de un lenguaje corporal que resta credibilidad a las palabras. Debería corregir esa oratoria con el puño tenso. Sin que pueda identificar la causa, no suena sincera.

Tras la suerte de varas y las inevitables banderillas, comienza la faena de muleta con unos derechazos sentidos. Sin duda lo mejor de la mañana. Inapelable su crítica a la gestión de Cospedal. Al final de la serie se adorna con gusto en una cita a Valery. Aunque me resulta familiar por nuestra amistad en redes sociales, la coloca en el lugar exacto y con el tono preciso para huir de la pedantería. Me temo que la entregada concurrencia no la valoró del modo merecido.

Cuando llega el tiempo del toreo al natural, de ofrecer el engaño sin la artificial ayuda de la espada, comienzan los problemas. Por el pitón izquierdo, el de Page, la embestida no se muestra tan franca. Cuatro pases aseados pero sin la densidad necesaria como para satisfacer el ansia de los exigentes aficionados del “siete”. Apetecía gritar pico, pico, en referencia a esas suertes ejecutadas con estética de salón, pero sin el temple requerido para que la res no atropelle de continuo la muleta. Apunta maneras con su distinción entre hablar y negociar. La densa sombra de aquella reunión propiciada por Bono a espaldas de Sánchez, impide el lucimiento. Con el patriarca manchego de por medio, cualquier charla se mancha de negocio.

Remata con un volapié fácil, de esos que garantizan la inmediata muerte del animal, pero que carecen de la autenticidad necesaria como para emocionar a los no militantes. Vale que anuncie una consulta en la que el pueblo decida. Lo sesgado de la pregunta, difumina la eficacia del método: “¿quieren cambio o lo de siempre?”. Usted qué cree. Quizá si explicara con detalle en qué va a consistir ese nuevo aire, podríamos responder con conocimiento de causa.


Entre toro y toro, el feliz reencuentro con un viejo conocido alivia la decepcionante sensación de asistir a un espectáculo repetido. Mitad amigo, mitad camarada. Se agradece. Hacía tiempo. Nos ponernos al día sobre nosotros y sobre los nuestros. Coincidimos. A ninguno nos agrada Errejón. Tras su aspecto de empollón inofensivo, intuimos la ambición del estratega, capaz de todo por alcanzar el indisimulado objetivo de la gloria. Su habitual lenguaje guerracivilero ratifica las sospechas. “No es esto” que diría Ortega. Sin afirmarlo de modo abierto, los dos nos alegramos que hoy no actúe en esta plaza. En respuesta a nuestros comentarios, una fan pancartera nos asesina con la mirada, mientras emite un par de vocablos despectivos que los dos optamos por no entender.


Terminada la vuelta al ruedo de García Molina, salta a la arena la figura del momento. Pablo Iglesias, hábil en la interpretación y brillante en la palabra, comprende tras los primeros lances que no es necesario exponer la vida para salir a hombros del coso toledano. Como en las corridas de las fiestas de pueblo, el precio de la entrada incluye el derecho a cortar las dos orejas con la sola presencia del diestro en el ruedo. Faroles, ayudados por alto y abaniqueos. Ni un solo pase de los de verdad en el que merezca la pena detenerse. “Qué Page se baje el sueldo”. Venga, con eso todo resuelto. Me sorprende el entusiasmo de los asistentes. Nadie parece adivinar que los problemas de este país no se resuelven haciendo que la gente gane menos por su trabajo. Con que las élites dejen de robar, ya basta.

Entre promesas de cambio indefinido y unos gritos de presidente, presidente, que recuerdan al González del 82, sobraba la estéril referencia a Padilla. Lo último que precisa una región a la que hurtaron hasta el agua, son unas dosis de rancio nacionalismo castellano.


Dimito antes de que el cielo se inunde de pañuelos. Me escondo a la sombra de los soportales para aliviar ese calor sofocante y esa decepción reiterada tan propia de la primavera de estas tierras. Al circular junto a la Delegación del Gobierno un madero con disfraz de Rambo (supongo que ciudadano de uniforme para el artista principal de este evento) me descubre el rigor con el que se calculan las cifras de manifestantes. Por la emisora policial comenta a su interlocutor: “esto se acaba; sin incidentes; no sé, habrá como dos mil personas”. Escucho en la SER que unas quinientas. Medios locales afines a la causa señalan que más de cinco mil. Un fiel espejo de la realidad nacional. Opiniones a ojo y al gusto de quien las emite. Con lo sencillo que era contarlas.


Sospecho que a los habituales lectores, les sonará tan extraña mi asistencia al evento, como el lenguaje taurino empleado en su descripción. Tranquilos. Más para mal que para bien, permanezco fiel a los principios. De vez en cuando me gusta comprobar que las corridas de toros, siguen siendo un cruel espectáculo con truco.

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