Patrick Hernández (Born to be alive) y otras melodías con pedales. #VDLN 68.

Atlético de nacimiento, el fútbol nunca fue dama de mis amores. Como la política o como ese utensilio para resolver los conflictos del modo más arbitrario posible que convenimos en llamar Administración de Justicia. Jamás concebí un medio tan franco de definir el término oximoron. Administración y Justicia, con pretenciosas mayúsculas, en una misma frase.


Desde niño prefería el ciclismo. La única condición que impuse a mi padre para aceptar el destierro del primer campamento de verano, fue la de recibir a diario las clasificaciones de la Vuelta a Francia, como a él le gustaba llamarla. Lo de alejarme de los amigos, de las mascotas o de aquel juguete de diseño casero con el que combatía la soledad del hijo único, pase; perderme el Tour, ni de coña. Cada tarde renunciaba a la siesta para sorber la crónica de la etapa. La recibía por correo, con dos días de retraso, envuelta en un sobre que custodiaba como si guardase el tercer secreto de Fátima. Aprendía de memoria las clasificaciones, mientras recordaba con orgullo la mañana en que descubrí que el proveedor de recortes de prensa y un tal Bahamontes, el mismo al que veneran en Europa como mejor escalador de la historia, compartieron canicas en la infancia.



Era la época del campeón de siempre, de un belga llamado Eddy Merckx para quien la vida solo adquiría sentido cuando se luchaba por la victoria. Por algo le apodaban “el caníbal” mucho antes de que el señor Lecter nos descubriera las peculiaridades de semejante hábito alimenticio. Disfrutaba como propias sus proezas, pero quizá prisionero de esa vocación de perdedor obsequiada por la genética materna, idolatraba al Tarangu y a Luis Ocaña. Nada de patriotismos pueblerinos. Admiraba a los dos españoles por su irregularidad, por apostar la vida al as de corazones, por esos ataques suicidas a cien kilómetros de meta, capaces de hacer temblar al último genio humano que regaló este deporte. Como suele afirmarse en mi tierra, no se sirven pájaros a medias: "o perdiz entera o no comerla". ¡Guerra a Aristóteles! 

Me identificaba con ellos, con sus éxitos en el límite de lo épico, con sus pájaras, con sus caídas inoportunas, con el fatalismo existencial que ya por entonces visitaba mi cabeza. Lloré cuando el conquense se fracturó todo en el descenso del Coll de Menté, mientras guardaba en el maillot de líder, las llaves del triunfo en un Tour que merecía. Lo consiguió años más tarde, pero el cruel destino que siempre lo acompañó, le robo una victoria sobre el más grande en el mejor momento de su carrera.

José Manuel Fuente, El Tarangu, era otra cosa. Un genio de las cuestas capaz de destrozar a los mejores en las rampas de Lavaredo o del Puy de Dome, o de merecer el periodístico trofeo a la originalidad por llegar con el control cerrado en la segunda etapa.

Durante años visité cada mes de julio los míticos pasos pirenaicos. Acompañado por un mico disfrazado de Chava Jiménez y de un par de bicis de mercadillo, coleccionába los puertos soñados de la infancia: Tourmalet, Aubisque, Soulor, Pla d'Adet, Luz Ardiden... Me importaba un pimiento si la etapa la ganaba Amrstrong, Ullrich o mi medio paisano Sevilla. Todos sabíamos que aquello era un espectáculo de mentiras, un concurso de médicos que empezó con el coñazo de Indurain y que ha terminado por exterminar esta preciosidad de deporte. Mi carrera, la de verdad, consistía en compartir con mi hijo el sufrimiento de cada pedalada, en vencer el desafío de alcanzar las mismas cumbres que los ídolos de antaño. Un modo incruento de saldar cuentas con el pasado. Llegué, llegamos, donde Merkcx, donde Ocaña o donde Fuente. Más despacio sí, mucho más, pero llegamos. Descubrí que uno solo se encuentra a sí mismo cuando se libera de la física, cuando comprende que la velocidad no es más que el espacio dividido entre el tiempo, un estúpido concepto de la mecánica clásica ajeno a ese estado del espíritu que el lenguaje define como felicidad.



Cumplido el sueño, aguardábamos en la cuneta el paso de los corredores. José Miguel Echavarri, el último caballero de un deporte que como todo en estos tiempos se vendió a los mercaderes, nos saludaba desde el coche de Banesto en cuanto divisaba al crío, uniformado de modo impecable con los colores del equipo. Descubrimos que los vascos son los que más entienden de pedales. Que al margen de esa manía impuesta por la política de acudir abanderados a cualquier escenario, saben y sienten de esto como nadie. Buena gente que animan a todos y se entusiasman sin preguntar el origen. Lo demás son tópicos tan absurdos como los de cualquier parte o tontos tan tontos como los de cualquier lugar. 

Me retiraron del vicio un puñado de estos últimos. Esperábamos en Peyresourde con un calor que amenazaba asfixia, incluso para los habituales del infierno estepario. Unos tipos con matrícula navarra repartían agua entre los peregrinos del desviador, mientras exhibían orgullosos toda suerte de símbolos de cierta organización. No era el sitio, no era el momento, no tocaba... 

A esos no les deis, son españoles. Que se jodan y que pasen sed que bastante nos han hecho. 

Me inundó la tristeza. No por mi, sino por ellos. Seguramente con ese gesto repararían una ofensa de años; seguramente un crío de diez y un cuarentón que esperaban ilusionados el paso de los ases, seríamos los responsables de no sé cuantas afrentas históricas. Igual de valerosos que quienes salvaban la patria con tiros en la nuca; igual de razonables que quienes en el nombre de la libertad de un pueblo, recluían a un semejante en los cuatro metros cuadrados de un zulo de mierda a cambio de pasta. Las secuelas de la mala alimentación, de ingerir la envenenada pócima del nacionalismo en cualquiera de sus preparaciones conocidas. Juré no volver y no volví. Puro miedo al contagio.



Hoy la salud convirtió en recuerdo lejano aquellas gestas. Casi me alegro. El fanatismo en todos sus órdenes ha transformado las carreteras en un Madrid-Barsa, en un paraíso para estúpidos dispuestos a ensuciar con la política cualquier acontecimiento, o a lanzar orina al rostro del líder solo porque va el primero sin ser “de los nuestros” y porque determinado medio acusa sin pruebas de usar trampas. Ahora toca reconvertir lo cotidiano con otras ilusiones, recuperar esperanzas. Con fuerzas o sin ellas, como cantaba Patrick Hernández en aquel hit de disco-music que sirvió de sintonía a la Vuelta del 79, Born to be alive. Nací para vivir.



Después, o antes que la memoria hace tantas aguas como la salud, llegaron nuevas melodías para adornar el paso de los ciclistas sobre el asfalto. Les dejo un par de ejemplos: el Funky Town de Lipss Inc (otra obra de disco-funk) y el No tengo tiempo, con el que un dúo bautizado como Azul y Negro, dieron la salida al tecno nacional. Me quedo con la del “primo Patrick”. Fuera de mis estilos habituales, habré bailado mil veces un tema que desde los duros ochenta hasta este lúgubre instante del siglo XXI, transmite un mensaje que me permitió llegar, para escribir en el último viernes de julio, una entrada sin sentido repleta de recuerdos desordenados. Espero que les guste. Buen #VDLN, feliz semana. A por ellos con salud y en libertad.

Para ver las reglas y las canciones propuestas por el resto de participantes en este juego de blogs, pulse el botón.

Comentarios

  1. "Uno solo se encuentra a sí mismo cuando se libera de la física, cuando comprende que la velocidad no es más que el espacio dividido entre el tiempo, un estúpido concepto de la mecánica clásica ajeno a ese estado del espíritu que el lenguaje define como felicidad." Joder Rafa, jooooooder.
    En cuanto a la música...no me lo esperaba, ja,ja,ja.

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  2. Rayos, pedazo de escrito!! hasta me dieron ganas de pedalear por los Campos Eliseos!!

    feliz #VDLN, salud y libertad para ti también

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  3. Yo, al ser más joven, mis recuerdos son de Perico, Vicente Belda, Recio e Indurain. A pesar de la gesta del navarro y sus cinco tours, siempre fui más de Perico. Esa manera de atacar, de despistarse en la crono de la primera etapa y hacer una gesta para casi ganar su segundo tour....

    Por cierto, la primera canción genial, aunque no sabía que fuera de él. Feliz semana.

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  4. Yo como Dexter me tocó otra época y seguía el Tour por la tele...Como se transmite tu pasión por el ciclismo a través del texto. Me ha encantado. Feliz finde

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