Un muerto. Un presunto homicida. Unos tirantes... Letrashop (XIII)

Un muerto. Un presunto homicida. Unos tirantes. Una bandera tan absurda y tan minúscula, pero a la vez tan legítima, como cualquier otra. Unos orígenes geográficos, unos aspectos físicos y unas historias personales que, bajo la adicción a uno u otro bando, convierten al sospechoso en culpable o al difunto en provocador, sin ni siquiera permitir la actuación de la siempre injusta Justicia. Un álbum de ignorantes emitiendo veredicto sin otros elementos que su proyección sobre lo sucedido. Un cruel infortunio...

Foto: actuall.com

Porque ya es mala suerte que coincidieran a la misma hora en el mismo sitio. Que ambos se identificasen como rivales. Que por razones que desconocemos se enfrentaran, uno terminase llamando al otro sudaka de mierda o fascista repugnante (qué más da a estas alturas) y alguno (o los dos) reaccionara a hostia limpia. Un desdichado capricho del destino, usado por casi todos y por casi todas como miserable herramienta para consagrar nuestras ideas apriorísticas.

En un colectivo ejercicio de indecencia… Según los unos, un mártir. Todo por la patria. La perfecta excusa para transformar en criminal un nacionalismo con idéntico grado de irracional y obsesiva perversión que el que ellos profesan... Según los otros, un invento policial; otra novela de la caverna, perseguidora de la Cataluña libre (para quienes entiendan por libertad la sumisión a un yugo diferente, claro), o de esa nueva política que cada vez con un enfoque más nítido, se retrata gemela de la antigua... Dos vergonzantes formas de ratificación de los errores propios y de saldar cuentas con los opuestos. Dos modos impresentables de humillar en el cementerio a quien perdió la vida sin otra razón que la sinrazón de la sociedad que hemos construido. Un crimen (con atenuantes o no) del que todos y todas deberíamos lamentarnos desde lo humano, si aún conserváramos algún resto de dignidad.

Ignoran los primeros que unos antecedentes de okupación, una historia demostrablemente falsa (ver Ciudat Morta, contra el que no se ha interpuesto ninguna demanda, pese a la gravedad de las acusaciones), un ideario político, una concreta genealogía y una «pinta» determinada, no transforman a nadie en convicto de asesinato. ¿Que el chico desciende de no sé qué general? Pues como si es hijo bastardo de Carlos II. Por cierto, que eso de la ocupación continúa siendo uno de los modos originarios de adquirir la propiedad de las cosas, según nuestro vigente código civil (artículo 609), y el génesis último del supuesto derecho que ostentamos sobre cualquiera de los bienes inmuebles de los que disfrutamos.

Ignoran los otros que unos tirantes rojigualdas evidencian, en mi criterio, un pésimo gusto a la hora de elegir los complementos; pero nunca una actitud merecedora de la muerte instantánea. Por mucho que me produzcan sarpullido, tampoco la cercanía hacia lo militar o hacia unas ideas más o menos «fachas», dictan el decreto de izar a la víctima hasta el cargo de verdugo. Resulta injusto, inmerecido, vil, hiriente, miserable, y… absolutamente opuesto a los ideales que dicen defender muchos y muchas de quienes así se manifiestan.

No sirve, mas que como una prueba de parte a valorar por quien corresponda, el comunicado de la familia del presunto agresor en el que le exime de cualquier responsabilidad en la tragedia. Como con formas singularmente dolorosas, quedó explícito en el juicio de esos indeseables autodenominados «la manada», una cuestión son las estrategias de los abogados que cada cual escoja, y otra la verosimilitud o incluso la ética de la linea de defensa. Ni la violada será jamás responsable de la violación, ni el cadáver del homicidio.

La historia se transforma en cuento con solo caer en el maniqueísmo. Como con singular acierto expresó Anaïs Nin, «no vemos las cosas como son, sino como somos nosotros». Que cada cual se aplique la frase y se observe ante el espejo antes de emitir dictámenes apresurados con la pasión del creyente o la autoridad del que todo lo ignora.

Tras las cortinas y con independencia de lo que en algún momento determine algún juez, surge una pregunta a lo Zaplana: ¿a quién corresponde la autoría intelectual de tan nefasto acontecimiento? La respuesta inmediata sugiere que a Rajoy, Rivera, Sánchez, Iglesias, el tal Puigdemont, Junqueras y a esa CUP, decepcionante inventora del original concepto «anarquistas con fronteras». Ellos, todos, al servicio de sus estrictos intereses partidistas, provocaron un incendio de consecuencias indeterminadas. Las decenas de mensajes en las redes en los que los fans de los unos y los otros, usan la muerte para enrocarse en sus ideas y para hacer méritos ante los propios, en literal desarrollo de patologías descritas por la psicología de grupos, se encargan de propagarlo. Y lo peor es que todos y todas creen pensar por sí mismos y suponen que son los de enfrente los que se convirtieron en masa.

Estoy con Borges, como casi siempre: «Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos». Demasiado, en demasiadas ocasiones. Así nos va, así nos irá.


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