Alternativas al poder de los mercados


  Ponencia del Curso Políticas y Poéticas. Formas de estar en el mundo.
    Universidad de Castilla La Mancha - Talavera de la Reina, 16 de marzo de 2012.
    

1. Introducción

En estos complicados días que la historia nos regala, analistas y dirigentes de todo tipo nos hablan de la satisfacción de “los mercados” como el fin último de toda política. La protección social, los derechos laborales, las libertades individuales y hasta las propias Constituciones de los estados, cambian para mejor servir a los nuevos señores del planeta.

Antes de exponer cuales son las alternativas posibles al feudalismo financiero que nos domina, se impone concretar quién o quiénes son esos mercados, cómo se desarrollan y cuál es la exacta dimensión de su poder. A estos interrogantes intentaremos dar respuesta en las siguientes líneas, con la vocación confesa de hacer compatibles el rigor técnico y la claridad expositiva. En caso de conflicto, elegiremos el castellano como lengua común, en detrimento del con frecuencia ininteligible dialecto, propio del gremio de los economistas.


2. Concepto, origen y desarrollo de los mercados financieros


Cuando hablamos de “los mercados” hacemos referencia al mercado financiero, a ese mecanismo que permite a los agentes económicos el intercambio de productos y activos financieros. Títulos-valores, divisas y derivados diversos son sus principales objetos. Aunque el flujo de capitales es casi tan antiguo como la propia economía, su volumen y trascendencia se ha multiplicado en los últimos cincuenta años. Dos factores han favorecido de modo especial ese espectacular desarrollo.
I.                    La desaparición en 1971 del patrón oro como referencia de valor de las monedas nacionales. Desde 1.944 se había seguido el modelo nacido de la Conferencia Internacional de Bretton Woods. Para evitar, entre otras cosas,  las crisis especulativas como el tristemente recordado crack del 29, se pacta – explicado de la forma más simple posible – que la riqueza de cada país será equivalente a las reservas de oro en poder de su Banco Central. La cotización de la moneda nacional se determina dividiendo el valor de ese oro entre el número de unidades monetarias en circulación. Lo esencial era la existencia de una relación clara y directa entre economía real (reservas de oro) y economía financiera (moneda). Al desaparecer este mecanismo estabilizador, el valor de cada divisa está en función de su credibilidad. Y ésta, en último extremo, de la opinión o del interés de unas compañías privadas, dependientes de los grandes colosos financieros, que con el paso del tiempo evolucionan y pasan a denominarse Agencias de Calificación de Riesgos. Los nombres de Standard & Poor’s, Moody’s o Fitch Ratings son hoy  tan sorprendentemente conocidos para el público como el último delantero fichado por el F.C. Barcelona.
II.                  La desregulación de los mercados financieros de los felices años ’80. Impulsada de modo entusiasta por los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EEUU, supuso un cambio radical en las relaciones económicas internacionales. Hasta entonces cualquier producto financiero innovador debía contar con la autorización previa de las autoridades. Tras las sucesivas reformas y, robando la frase a los  juristas, se invierte la carga de la prueba: es lícito y puede comercializarse todo aquello que no se encuentre prohibido de modo expreso.
Al amparo de esta libertad financiera sin precedentes, el mundo rico vive un periodo de crecimiento y prosperidad que parece no tener límites. La denominada burbuja inmobiliaria con que en este país celebramos el cambio de milenio, no fue sino la versión nacional de ese mundo feliz, exacta transcripción a la economía de la famosa novela de Aldous Huxley.  El consumo se dispara y las necesidades crediticias aumentan. Para hacer frente a esa demanda de fondos, los productos financieros tradicionales no son suficientes: las acciones, las obligaciones, participaciones, bonos o títulos de deuda, no se mueven con la necesaria velocidad. Nacen los derivados financieros.
No son una parte alícuota de una empresa, de un crédito o de una materia prima; sino unos nuevos productos que se derivan – de ahí su denominación- de otro principal. Simples apuestas sobre acontecimientos futuros. Su objeto va desde la evolución del precio del trigo hasta la vida o la muerte a fecha concreta de determinadas personas. Si acierto gano, si fallo pierdo. El principal volumen de contratación no corresponde ya a bienes y servicios reales.  Todo se tituliza, se emiten títulos de las cosas más insólitas, y los mercados financieros se transforman en un gigantesco casino en el que los principales actores (las grandes sociedades americanas de capital-riesgo), juegan con las cartas marcadas (controlan la información) y con el crupier a sueldo (las Agencias de Calificación). Como en cualquier casino que se precie, la banca siempre gana.

3. Los efectos sobre la economía real


Mientras el esquema antes descrito se mantiene como una especie de pasatiempo para millonarios ociosos, la economía mundial permanece en calma. Pero cuando esa titulización del planeta  empieza a afectar a la producción real, se encienden las alarmas. Los precios en los mercados internacionales del trigo, del arroz, del maíz, del petróleo o de la deuda pública, no dependen como hasta ahora de la oferta y la demanda de esos  bienes, se fijan, en buena parte, por la tendencia marcada en los mercados de derivados. Un amigo experto en cooperación, uno de esos genios anónimos con los que la vida nos obsequia de vez en vez, suele expresarlo de un modo tan dramático como cierto: “en cuanto algún operador internacional apuesta al alza en los mercados de alimentos, los enterradores suben su tarifa en África”.
El desarrollo de las nuevas tecnologías ha desbordado  a autoridades y  financieros. Sucede, valga el símil, como con el controvertido asunto de las descargas de internet. Está fuera de control y cada nueva medida que se adopta produce efectos no previstos y, en muchos casos, contrarios a los deseados.
La influencia de este casino financiero sobre la economía real es rotunda y dramática. En los países pobres: hambrunas.  En los territorios privilegiados por la diosa economía: paro, crisis de deuda y pérdida de derechos sociales.

4. El neoliberalismo como solución


Tras la lectura de lo anterior surge una pregunta obvia: ¿es posible desde el actual modelo neoliberal hacer frente a esta dictadura financiera? Aunque supongo que el señor Rajoy, la señora Merkel, el ciudadano Monti y demás empleados de banca, discreparán de mi dictamen, la contestación  es clara y tajante: no. Para concluir así, basta con observar las respuestas dubitativas, contradictorias y sobre todo los resultados de esas medidas, con que los gobiernos occidentales afrontan la crisis de deuda. Hoy apoyamos  a Grecia, mañana la amenazamos; ahora Italia y España van bien, mañana son una ruina. Ayer éramos unos campeones y hoy son imprescindibles nuevos recortes. Recuerdan a un clásico del cine de ficción: la magnífica King-Kong. Nuestros responsables políticos, como los nativos de la Isla Calavera, ofrecen a la bestia todo tipo de sacrificios en espera de que sirvan para calmar su ansia de destrucción. La diferencia es que mientras en la versión de 1976 el gorila gigante se encapricha de una preciosidad de mujer llamada Jessica Lange, y paga con la captura su amor imposible; los peludos mercados permanecen insaciables aunque les entreguemos nuestros más virginales presentes: sanidad, educación, estabilidad laboral, salarios... todo ha de ser ofrecido en beneficio del monstruo… con los resultados hasta ahora conocidos. Se nos pide paciencia y se prometen efectos a medio plazo, pero este debe ser el medio plazo más extenso de la historia económica.  Cuatro años largos de crisis y los únicos brotes verdes parecen crecer en los jardines privados de la Moncloa. Ocultos por desconocidas razones a las indiscretas miradas de los ciudadanos.

5. El Estado del Bienestar como remedio a corto plazo


Si el liberalismo (lo de neo no termino de verlo) no aporta soluciones, ¿tendremos entonces que aferrarnos a nuestro malherido Estado del Bienestar para recuperar la estabilidad del sistema económico?
A corto plazo no se atisba otro remedio.  El uso de políticas activas de demanda de corte keynesiano parece una alternativa razonable.  Reducir el fraude fiscal (en  nuestro país la tasa bordea lo vergonzante), aumentar la imposición directa sobre las rentas más altas, reformular determinados tributos patrimoniales, reducir unas exenciones y bonificaciones casi siempre incomprensibles y el establecimiento de  tasas a los movimientos especulativos de capital (la célebre Tasa Tobin, revindicada desde sus orígenes por Attac, organización a la que pertenezco y represento en este acto), se muestran como vías posibles y sensatas de financiar esas políticas. El aumento del consumo, del crédito a empresas y consumidores y la eliminación de la corrupción política y económica serían instrumentos intermedios para la recuperación de la necesaria estabilidad.
Pero con todo, el estado del bienestar no deja de ser una forma más o menos evolucionada de capitalismo. Y el capitalismo da síntomas inequívocos de cansancio vital. De estar próximo al fin de sus días.

6. La necesidad del crecimiento.


El capitalismo como sistema económico ha sido definido por la historia de mil maneras distintas. Pero si hay un rasgo que desde una perspectiva técnica lo caracteriza, es el de ser esclavo del crecimiento. Si la economía no crece,  el sistema no funciona. Ello es así por dos razones principales: una de índole financiera y la otra económica.
Para comprender la necesidad financiera de crecimiento, debemos detenernos en el mecanismo de puesta en circulación del dinero. De un modo muy simplificado podemos decir que el Banco Central –titular del monopolio de la emisión - ,  presta dinero a los bancos comerciales a bajo interés, en torno al 1% por fijar un tipo similar al de las últimas operaciones realizadas por el BCE.  Para que aquéllos puedan en su día devolver el préstamo recibido y pagar los intereses, deben a su vez prestar o invertir obteniendo una rentabilidad superior a ese 1%. En caso contrario, no podrán pagar, con lo que el sistema entra en crisis. Este proceso se repite en cada uno de los eslabones que forman la gran cadena de la economía.
Más complicado será explicar la necesidad económica de crecimiento. Para ello nos ayudaremos de la física y, en particular, del concepto de entropía que se enuncia en la conocida como segunda ley de termodinámica. La entropía sería entonces una magnitud que mide la parte de la energía que no puede utilizarse para producir trabajo. En palabras comprensibles para unas mentes como las presentes, para su fortuna más acostumbradas a las letras, diremos que es la parte de energía que cada sistema consume para mantener su propio funcionamiento.  Esto que en apariencia podría ser esencial para conservar en vuelo un avión, pero irrelevante para explicar la necesidad de crecer; se torna capital cuando la Teoría de Sistemas nos demuestra que  el económico es uno de los más entrópicos que existen. De los que más “gastan para sí”. Cuando una parte importante de lo que producimos se queda en “autoconsumo”, o crecemos o la criatura es inviable.

7. La inviabilidad a largo plazo del capitalismo 


¿Se puede crecer indefinidamente? Esta trascendental cuestión puede contestarse sin más que asomarnos al concepto matemático de límite o, a nuestro gusto,  con la simple observación del firmamento en una clara noche de verano. Si aquello que parece inmenso dicen los científicos que tiene un fin, que no ocurrirá con nuestra modesta capacidad de crecimiento económico.   De vuelta a la Tierra, nos encontramos con que el principal problema del momento  es sin duda el paro. La espectacular cifra de cinco millones de personas sin empleo hiere  a nuestra sociedad y no debe esconder el drama personal que se oculta tras cada dígito. Resolverlo, agrade o no a “los mercados”, debería ser el primer objetivo de toda política. Si consultamos a mis compañeros de oficio, nos dirán que para arreglar “esto del desempleo”, necesitamos una economía que crezca, como mínimo, entre un 3 y 3,5% anual. Y que para que esa mejoría se note en el enfermo, serán necesarios unos 10 años de tratamiento.


El papel y el micrófono todo lo soportan, pero si tomamos calculadora y hacemos cuentas, veremos que una tasa del 3,5% durante 10 años supone un crecimiento en términos absolutos del 40%. Crecer un 40% no es un dato contable. Significa que habrá que hacer un 40% más de carreteras; un 40% más de coches; un 40% más de casas de esas que luego quedan vacías por falta de comprador; un 40% más de “Emetreintas soterradas”; de líneas de AVE; de aeropuertos como el de Ciudad real o Castellón reconvertidos, por buscarlos un uso, en improvisadas escuelas infantiles de patinaje sobre ruedas; un 40% más de Circuitos de Fórmula1, un 40% mas… me detengo porque ya no cabemos. 
Si esos cálculos son erróneos, nos encontramos en esta senda hacia el crecimiento sin fin con un segundo inconveniente. En el mundo actual, el consumo de recursos naturales es superior a su capacidad de regeneración. Lo que la Tierra tardó en fabricar miles de años, nosotros lo gastamos en un viaje a Cuenca y se lo devolvemos en forma de veneno por el tubo de escape de nuestro automóvil.  Los datos de la OCDE muestran que más del 85% de la energía que hoy se consume en el planeta procede de combustibles tradicionales. Petróleo, gas y carbón. Más o menos un 6% provendría de hidroelectricidad, otro 6% sería de origen nuclear y tan solo un 1% de las llamadas fuentes alternativas.  El crecimiento del consumo total de energía estaría en torno al 5% anual. Podemos y debemos aumentar el volumen  de energías limpias que hoy no da ni para absorber el aumento de la demanda. Pero seguimos dependiendo de un combustible fósil que según todos los indicios, tiene los días contados. Se puede discutir si las reservas de crudo durarán 10 años o 50, pero nadie duda que su fin está próximo. Para los entusiastas de la energía nuclear - por ejemplo nuestro actual Gobierno-, tampoco se presentan mejor las cosas. A margen de los problemas de seguridad que pueda plantear (que parecen muchos y graves), si la mitad de la energía que se consume en el mundo fuera de origen atómico, las reservas de Uranio y Plutonio (los combustibles necesarios para este proceso) se agotarían en 24 años. Los datos proceden de la Agencia de la Energía Nuclear de la OCDE y del Organismo Internacional de la Energía Atómica  y se encuentran publicados en una fuente tan poco sospechosa de sectarismo antiatómico como una página web que se denomina “yosoynuclear.org”.
Ante este horizonte no debemos olvidar que uno de los principales indicadores del crecimiento económico es el consumo de energía. Sobre todo el de energía industrial. No son datos para el optimismo. Esto empieza a parecerse a una infumable película ochentera llamada Mad Max, representación apocalíptica de un mundo sin combustible.
Pero si la imposibilidad del crecimiento perpetuo y la falta de energía para mantenerlo son en sí malas noticias, las que exponemos ahora no resultan más agradables. Como su propio nombre indica, si algo es indispensable para que la economía capitalista funcione, es capital. En nuestra actual sociedad tecnológica el dinero se encuentra preso en los mercados financieros y casi por entero alejado del sector productivo. Bajo la lógica liberal nada hay de reprochable en ese comportamiento. Mientras que especulando con derivados se obtienen con facilidad rentabilidades superiores a un 50%, en la economía productiva es difícil alcanzar beneficios que vayan por encima de un 15% sobre la cantidad invertida. ¿Riesgo? Mayor en las segundas que en las primeras que para algo se inventaron las operaciones de cobertura. ¿Quién, en esas circunstancias, va a prestar su dinero a un fabricante de calzado para que haga zapatos, cuando si se lo cedo a un especulador voy a obtener más rentabilidad y tengo mayor garantía de devolución? La respuesta es obvia y por eso los Gobiernos de nuestros países son incapaces de movilizar el crédito hacia el consumo, la agricultura, la industria o los servicios.
Otra de las incapacidades de nuestro actual modelo económico venía en el envase con el producto original, pero como los lácteos expuestos en las estanterías de un centro comercial, han caducado por el simple paso del tiempo. Me refiero al mecanismo de formación de los precios. Los precios deberían recoger, entre otras cosas, los costes reales de los distintos bienes y servicios. Pero hoy día existen costes que no se trasladan al precio final con lo que las asignaciones de recursos que se realizan en el mercado son incorrectas. Pensemos en un producto tan simple como una camiseta deportiva de cualquier multinacional. El coste final con el que sale a la venta recogerá la mano de obra necesaria, las materias primas, el I+D, los consumos de energía, los gastos generales, la distribución, etc. Pero olvida una serie de “costes sociales” que no recaen de modo directo sobre el fabricante. La degradación del medio ambiente que origina su producción y comercialización, los residuos, los efectos sociales de fabricarse en oriente con toda probabilidad por adolescentes condenados a jornadas de trabajo interminables a cambio de poco más que la comida, los efectos sobre la salud de una publicidad engañosa (por ejemplo trastornos alimentarios), el uso en su producción de algodón transgénico, el gasto sanitario consecuencia del empleo de tintes hiperalérgicos, la obsolescencia planificada … Para evitar la demagogia fácil he tomado como ejemplo un bien tan inofensivo como una camiseta. Pensemos en las conclusiones de extender este razonamiento a un automóvil, un avión, un arma de fuego o a la energía eléctrica de origen nuclear.
Para no recrearme en el pesimismo, cito sin más el último elemento que nos invita a pensar en una cercana extinción de nuestro actual sistema económico. El dinero ha dejado de representar alguna de las funciones básicas  que nos enseñó la “micro” clásica. Las más significativas quedaron ya expuestas al principio de esta charla, cuando explicábamos la evolución de los mercados financieros. No parece prudente repetirlas.

8. Los modelos alternativos


Tras el oscuro dibujo  que he trazado en esta primera parte de mi argumentación, desconozco si a estas alturas quedará algún oyente o lector al que no se le haya pasado por la cabeza el suicidio como medida de política económica. No nos precipitemos. Proudhon definía lo de quitarse la vida como una bancarrota fraudulenta y en Attac nunca fuimos amigos de las quiebras.

¿Existen alternativas al actual modelo económico que no supongan la destrucción de toda protección social y la consagración de la injusticia como principio económico irrenunciable? Por supuesto que existen y a su análisis vamos a dedicar los próximos minutos.
Cuando hablamos de “Economías alternativas o del decrecimiento” nos referimos a un conjunto de proposiciones surgidas como respuesta a  los efectos nocivos de la globalización y del actual modelo de capitalismo financiero. Aunque cada una de ellas posee rasgos diferenciadores, es posible la sistematización de unos principios comunes:
I.                    Humanización de la economía.  Es el inspirador de todos los demás. Se trata de poner la economía al servicio de las personas. El hombre debe ser el centro y el objetivo de la ciencia y no un mero instrumento. Cuando, para que un modelo funcione,  debemos reducir salarios, eliminar protección social, renunciar a la idea de justicia y convertir la sanidad o la educación en un negocio; es que llegó el momento de cambiar. En palabras de José Luis Sampedro, presidente de honor de Attac-España, “somos naturaleza, poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe”.
II.                  Economía sin déficit ambiental. Solo es posible consumir los recursos que la  naturaleza puede reponer. De lo contrario estaremos robando el futuro a nuestros descendientes.
III.                Democratización de las decisiones económicas. No nos engañemos, cuando hablamos de que los mercados quieren esto o desean lo otro, sabemos que los mercados son entes sin voluntad. Que las decisiones las toma  una minoría privilegiada que actúa en función de sus intereses personales. Sólo acercando las decisiones financieras al ciudadano podremos salir de la dictadura de “los mercados”.
IV.                Son modelos diversos, flexibles y no globalizados. Nacen y se adaptan en función de los territorios en que han de ser aplicados. Un músico argentino con el que mantengo cierta relación personal, me explicaba hace unos meses como comprendió los peligros de la globalización en un tranquilo paseo con por Buenos Aires. Era finales de diciembre, recién comenzado el verano austral y, según narraba, encontró a un señor sudando a chorros bajo un traje de Papa Noel. Con el peculiar acento porteño, decía: “Che, ¿qué culpa tiene ese tipo de que en Boston haga diez bajo cero?”. Valga la anécdota para ilustrar las contradicciones de un mundo global.
V.                  Intervenir  en los precios de los productos, vía impuestos, para que aquellos recojan los costes sociales y ambientales no explicitados en el modelo convencional.
VI.                Reducir la jornada de trabajo. El desempleo más que un problema económico,  es un error aritmético,  el resultado de una división mal hecha. La reducción de los tiempos de trabajo, además de ser un proceso histórico irreversible,  aumenta la productividad (a menos horas, más rendimiento por unidad de tiempo), beneficia la salud, reduce el déficit público (menos subsidios), favorece las políticas de igualdad de género, mejora la distribución de la renta y permite una más fácil conciliación de la vida profesional y personal.  Si ofrece tantas ventajas, ¿por qué no se pone en práctica de modo inmediato? Tendremos que echar mano de una famosa frase de Keynes aquella en la que expresaba que  “al hombre le  cuesta menos trabajo adquirir nuevas ideas que desechar las antiguas”.
VII.              Modificar el modelo de empresa. El objetivo de la nueva empresa será maximizar la satisfacción de todos los factores productivos y de todos quienes se relacionan con ella: trabajadores, proveedores, clientes, tierra y comunidad en general.  El capital es uno de esos factores productivos al que habrá que remunerar de modo adecuado, pero ni es el único, ni el más importante.
VIII.            Modificar los mecanismos de creación del dinero. La moneda se incorpora a la economía sin interés con lo que eliminamos  la necesidad financiera del crecimiento económico.
IX.                Se basan en la idea de cooperación frente a la competencia. La competencia no aporta nada.  Solo consume recursos y genera desigualdad social. La desaparición de los mercados financieros especulativos es lógica consecuencia de este principio.
X.                  Eliminación del crecimiento económico como meta. Lo sistemas más perfectos que se conocen, los seres vivos, sólo crecen hasta que alcanzan el tamaño óptimo. A partir de ahí la única finalidad es cubrir sus necesidades. A juzgar por el éxito de determinadas clínicas de adelgazamiento, parece que el objetivo del decrecimiento es algo que compartimos los humanos de este tiempo con las nuevas propuestas económicas.
Una vez que hemos descrito  los rasgos comunes a todas las propuestas, pasamos a analizar de modo singular, aunque breve, las más características.

9. La Economía del Sustento de Vandana Shiva


Vandana Shiva, premio Nobel alternativo en 1993, es – como todos sabemos - una científica, filósofa y escritora india, reconocida activista en favor del denominado ecofeminismo. En 2006 publica su famoso “Manifiesto para una Democracia en la Tierra: justicia, sostenibilidad y paz” que constituye todo un tratado filosófico, político y económico.
Distingue tres tipos de economía. La llamada Economía de la Naturaleza que es la primaria, la realizada por el propio medio natural. Cita como ejemplos el ciclo hidrológico o la fertilización de las plantas. Solo se da en culturas primitivas y civilizaciones sin apenas desarrollo. Un segundo estadio sería la Economía del Sustento. En ella las personas trabajan para satisfacer por si mismas las principales necesidades. Dos tercios de la humanidad vivirían hoy bajo este modelo. Se basa en dos grandes principios: la satisfacción de las necesidades básicas con carácter universal y la sostenibilidad a largo plazo. Una tercera fórmula sería la Economía Capitalista, basada en la explotación de los recursos, la ganancia financiera y la acumulación de capital. Propone un abandono del modelo capitalista a favor de la Economía del Sustento.


10. La Economía del Buen Vivir


Se trata de un concepto acuñado por Alberto Acosta, economista ecuatoriano y antiguo Ministro de Minas de su país. Frente al que considerada fracasado modelo del Bienestar, propone el Buen Vivir como el fin último de la actividad humana, incluyendo la economía.
El concepto de “Buen Vivir” surge  cuando cooperadores internacionales intentan traducir al quechua, el término occidental de progreso o desarrollo económico. Se dieron cuenta que era imposible expresar con palabras esa idea porque no era concebible por la cultura andina. A partir de ahí, se desarrolla todo un modelo político-filosófico como respuesta indígena a la crisis sistémica. Sus principios son: sostenibilidad a largo plazo a través de la armonía de la naturaleza y la tierra; satisfacción de necesidades en contraposición a la idea capitalista de crear esas necesidades y acumular riqueza; y la eliminación de la prisa mediante el principio tribal de complementariedad. Frente a la idea occidental de competir se impone el concepto indígena de la cooperación.
Aunque pueda parecernos algo utópico y de difícil realización, sus propuestas se han elevado a rango constitucional e incluso existe hoy en Ecuador un Plan nacional de Buen Vivir 2009-2013 con logros significativos en lo económico y en lo social. Para su mejor compresión es obligada la lectura de “El Buen Vivir en el camino del postdesarrollo” del citado Acosta.


11. El modelo del Bien Común


La Economía del bien común además de una formulación teórica, es un proyecto económico abierto a las empresas y promovido por el profesor austríaco Christian Felber.  Es algo así como la versión europea de los modelos no capitalistas y, por tanto, la más próxima a nuestra cultura y la que con mayor facilidad podemos comprender. Pretende desarrollar una verdadera economía sostenible en la que de modo necesario y voluntario, tienen que participar las empresas. 
La Economía del Bien Común se  presenta por  Felber como una alternativa tanto al capitalismo de mercado como planificación central. Aunque parte de unos criterios generales,  es un modelo abierto que debe construirse entre todos sus miembros.
 Frente al capitalismo en el que priman los valores del lucro,  la competencia y la acumulación de riquezas,  la Economía del Bien Común se basa en los valores humanos:  confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad y generosidad entre otros. Aquellas empresas a las que les guíen esos principios deben obtener ventajas legales que les permitan sobrevivir frente  a las tradicionales.
En la economía real actual se mide el éxito con indicadores monetarios como el producto interior bruto o los beneficios que dejan fuera a los seres humanos y al medio en el que vivimos. Estos indicadores “no nos dicen nada sobre si hay guerra,  si se vive en una dictadura, si sobreexplotamos el medio, si se respetan los derechos humanos, etc... De la misma manera una empresa que tenga beneficios no nos indica nada sobre las condiciones de sus trabajadores,  sobre lo que produce, ni como lo produce”.
Propone la realización de un Balance Financiero (más o menos el actual) y un balance del Bien Común. El beneficio financiero pasa a ser un medio y no un fin.  “El balance del Bien Común mide como una empresa vive la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social, la sostenibilidad ecológica o la democracia con todos sus proveedores y clientes”.  La evaluación de esos valores mediante un sistema de puntos, podrá permitir al consumidor escoger los productos.
En la última revisión de su modelo, Felber  propone ciertas limitaciones a la propiedad privada y al derecho de herencia.
La implantación del modelo teórico comenzó en octubre de 2010 con un grupo de empresas de varios países que participan cumpliendo de modo voluntario los requisitos del proyecto. Hoy intenta iniciar su expansión internacional.
Para mayor documentación es obligada la lectura de “Nuevos Valores para la Economía”  publicado por Felber en 2008. 

11. Conclusión


He superado y en bastante el tiempo concedido a esta ponencia. Mi exposición, como era previsible, ha sido más Política que Poética. Para purgar esa culpa, termino con mis versos predilectos, son del gran Jaime Gil de Biedma y dicen aquello de
“Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde”

Con que comprendamos a tiempo que los mercados también iban en serio y que existen alternativas a su poder, me conformo.


Rafael Hernández López
Economista – Miembro de Attac Castilla La Mancha

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