Alternativas al poder de los mercados
Ponencia del Curso Políticas y Poéticas. Formas de estar en el mundo.
Universidad de Castilla La Mancha - Talavera de la Reina, 16 de marzo de 2012.
Universidad de Castilla La Mancha - Talavera de la Reina, 16 de marzo de 2012.
1. Introducción
En estos complicados días que la historia nos regala,
analistas y dirigentes de todo tipo nos hablan de la satisfacción de “los
mercados” como el fin último de toda política. La protección social, los
derechos laborales, las libertades individuales y hasta las propias
Constituciones de los estados, cambian para mejor servir a los nuevos señores
del planeta.
Antes de exponer cuales son las alternativas posibles al
feudalismo financiero que nos domina, se impone concretar quién o quiénes son
esos mercados, cómo se desarrollan y cuál es la exacta dimensión de su poder. A
estos interrogantes intentaremos dar respuesta en las siguientes líneas, con la
vocación confesa de hacer compatibles el rigor técnico y la claridad
expositiva. En caso de conflicto, elegiremos el castellano como lengua común,
en detrimento del con frecuencia ininteligible dialecto, propio del gremio de
los economistas.
2. Concepto, origen y desarrollo de los mercados financieros
Cuando hablamos de “los mercados” hacemos referencia al
mercado financiero, a ese mecanismo que permite a los agentes económicos el
intercambio de productos y activos financieros. Títulos-valores, divisas y
derivados diversos son sus principales objetos. Aunque el flujo de capitales es
casi tan antiguo como la propia economía, su volumen y trascendencia se ha
multiplicado en los últimos cincuenta años. Dos factores han favorecido de modo
especial ese espectacular desarrollo.
I.
La desaparición en 1971 del patrón oro como referencia
de valor de las monedas nacionales. Desde 1.944 se había seguido
el modelo nacido de la Conferencia Internacional de Bretton Woods. Para evitar,
entre otras cosas, las crisis especulativas
como el tristemente recordado crack del 29, se pacta – explicado de la forma
más simple posible – que la riqueza de cada país será equivalente a las
reservas de oro en poder de su Banco Central. La cotización de la moneda
nacional se determina dividiendo el valor de ese oro entre el número de
unidades monetarias en circulación. Lo esencial era la existencia de una
relación clara y directa entre economía real (reservas de oro) y economía
financiera (moneda). Al desaparecer este mecanismo estabilizador, el valor de
cada divisa está en función de su credibilidad. Y ésta, en último extremo, de
la opinión o del interés de unas compañías privadas, dependientes de los grandes
colosos financieros, que con el paso del tiempo evolucionan y pasan a denominarse
Agencias de Calificación de Riesgos. Los nombres de Standard & Poor’s,
Moody’s o Fitch Ratings son hoy tan
sorprendentemente conocidos para el público como el último delantero fichado
por el F.C. Barcelona.
II.
La desregulación de los mercados financieros de los
felices años ’80. Impulsada de modo entusiasta por los gobiernos
conservadores de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EEUU,
supuso un cambio radical en las relaciones económicas internacionales. Hasta
entonces cualquier producto financiero innovador debía contar con la
autorización previa de las autoridades. Tras las sucesivas reformas y, robando
la frase a los juristas, se invierte la
carga de la prueba: es lícito y puede comercializarse todo aquello que no se
encuentre prohibido de modo expreso.
Al amparo de esta libertad financiera sin precedentes, el
mundo rico vive un periodo de crecimiento y prosperidad que parece no tener
límites. La denominada burbuja inmobiliaria con que en este país celebramos el
cambio de milenio, no fue sino la versión nacional de ese mundo feliz, exacta
transcripción a la economía de la famosa novela de Aldous Huxley. El consumo se dispara y las necesidades
crediticias aumentan. Para hacer frente a esa demanda de fondos, los productos
financieros tradicionales no son suficientes: las acciones, las obligaciones,
participaciones, bonos o títulos de deuda, no se mueven con la necesaria
velocidad. Nacen los derivados financieros.
No son una parte alícuota de una empresa, de un crédito o de
una materia prima; sino unos nuevos productos que se derivan – de ahí su
denominación- de otro principal. Simples apuestas sobre acontecimientos
futuros. Su objeto va desde la evolución del precio del trigo hasta la vida o
la muerte a fecha concreta de determinadas personas. Si acierto gano, si fallo
pierdo. El principal volumen de contratación no corresponde ya a bienes y
servicios reales. Todo se tituliza, se
emiten títulos de las cosas más insólitas, y los mercados financieros se
transforman en un gigantesco casino en el que los principales actores (las
grandes sociedades americanas de capital-riesgo), juegan con las cartas
marcadas (controlan la información) y con el crupier a sueldo (las Agencias de
Calificación). Como en cualquier casino que se precie, la banca siempre gana.
3. Los efectos sobre la economía real
Mientras el esquema antes descrito se mantiene como una
especie de pasatiempo para millonarios ociosos, la economía mundial permanece
en calma. Pero cuando esa titulización del planeta empieza a afectar a la producción real, se
encienden las alarmas. Los precios en los mercados internacionales del trigo,
del arroz, del maíz, del petróleo o de la deuda pública, no dependen como hasta
ahora de la oferta y la demanda de esos bienes, se fijan, en buena parte, por la
tendencia marcada en los mercados de derivados. Un amigo experto en cooperación,
uno de esos genios anónimos con los que la vida nos obsequia de vez en vez,
suele expresarlo de un modo tan dramático como cierto: “en cuanto algún operador internacional apuesta al alza
en los mercados de alimentos, los enterradores suben su tarifa en África”.
El desarrollo de las nuevas tecnologías ha desbordado a autoridades y financieros. Sucede, valga el símil, como con
el controvertido asunto de las descargas de internet. Está fuera de control y
cada nueva medida que se adopta produce efectos no previstos y, en muchos
casos, contrarios a los deseados.
La influencia de este casino financiero sobre la economía
real es rotunda y dramática. En los países pobres: hambrunas. En los territorios privilegiados por la diosa
economía: paro, crisis de deuda y pérdida de derechos sociales.
4. El neoliberalismo como solución
Tras la lectura de lo anterior surge una pregunta obvia: ¿es
posible desde el actual modelo neoliberal hacer frente a esta dictadura
financiera? Aunque supongo que el señor Rajoy, la señora Merkel, el ciudadano
Monti y demás empleados de banca, discreparán de mi dictamen, la contestación es clara y tajante: no. Para concluir así,
basta con observar las respuestas dubitativas, contradictorias y sobre todo los
resultados de esas medidas, con que los gobiernos occidentales afrontan la
crisis de deuda. Hoy apoyamos a Grecia,
mañana la amenazamos; ahora Italia y España van bien, mañana son una ruina. Ayer
éramos unos campeones y hoy son imprescindibles nuevos recortes. Recuerdan a un
clásico del cine de ficción: la magnífica King-Kong. Nuestros responsables políticos,
como los nativos de la Isla Calavera, ofrecen a la bestia todo tipo de
sacrificios en espera de que sirvan para calmar su ansia de destrucción. La
diferencia es que mientras en la versión de 1976 el gorila gigante se
encapricha de una preciosidad de mujer llamada Jessica Lange, y paga con la
captura su amor imposible; los peludos mercados permanecen insaciables aunque
les entreguemos nuestros más virginales presentes: sanidad, educación,
estabilidad laboral, salarios... todo ha de ser ofrecido en beneficio del monstruo…
con los resultados hasta ahora conocidos. Se nos pide paciencia y se prometen
efectos a medio plazo, pero este debe ser el medio plazo más extenso de la
historia económica. Cuatro años largos
de crisis y los únicos brotes verdes parecen crecer en los jardines privados de
la Moncloa. Ocultos por desconocidas razones a las indiscretas miradas de los
ciudadanos.
5. El Estado del Bienestar como remedio a corto plazo
Si el
liberalismo (lo de neo no termino de verlo) no aporta soluciones, ¿tendremos
entonces que aferrarnos a nuestro malherido Estado del Bienestar para recuperar
la estabilidad del sistema económico?
A corto
plazo no se atisba otro remedio. El uso
de políticas activas de demanda de corte keynesiano parece una alternativa
razonable. Reducir el fraude fiscal
(en nuestro país la tasa bordea lo
vergonzante), aumentar la imposición directa sobre las rentas más altas,
reformular determinados tributos patrimoniales, reducir unas exenciones y
bonificaciones casi siempre incomprensibles y el establecimiento de tasas a los movimientos especulativos de
capital (la célebre Tasa Tobin, revindicada desde sus orígenes por Attac,
organización a la que pertenezco y represento en este acto), se muestran como
vías posibles y sensatas de financiar esas políticas. El aumento del consumo,
del crédito a empresas y consumidores y la eliminación de la corrupción
política y económica serían instrumentos intermedios para la recuperación de la
necesaria estabilidad.
Pero
con todo, el estado del bienestar no deja de ser una forma más o menos
evolucionada de capitalismo. Y el capitalismo da síntomas inequívocos de
cansancio vital. De estar próximo al fin de sus días.
6. La necesidad del crecimiento.
El
capitalismo como sistema económico ha sido definido por la historia de mil
maneras distintas. Pero si hay un rasgo que desde una perspectiva técnica lo
caracteriza, es el de ser esclavo del crecimiento. Si la economía no crece, el sistema no funciona. Ello es así por dos
razones principales: una de índole financiera y la otra económica.
Para
comprender la necesidad financiera de crecimiento, debemos detenernos en el
mecanismo de puesta en circulación del dinero. De un modo muy simplificado
podemos decir que el Banco Central –titular del monopolio de la emisión - , presta dinero a los bancos comerciales a bajo
interés, en torno al 1% por fijar un tipo similar al de las últimas operaciones
realizadas por el BCE. Para que aquéllos
puedan en su día devolver el préstamo recibido y pagar los intereses, deben a
su vez prestar o invertir obteniendo una rentabilidad superior a ese 1%. En
caso contrario, no podrán pagar, con lo que el sistema entra en crisis. Este
proceso se repite en cada uno de los eslabones que forman la gran cadena de la
economía.
Más
complicado será explicar la necesidad económica de crecimiento. Para ello nos
ayudaremos de la física y, en particular, del concepto de entropía que se
enuncia en la conocida como segunda ley de termodinámica. La entropía sería
entonces una magnitud que mide la parte de la energía que no puede utilizarse
para producir trabajo. En palabras comprensibles para unas mentes como las
presentes, para su fortuna más acostumbradas a las letras, diremos que es la
parte de energía que cada sistema consume para mantener su propio
funcionamiento. Esto que en apariencia
podría ser esencial para conservar en vuelo un avión, pero irrelevante para
explicar la necesidad de crecer; se torna capital cuando la Teoría de Sistemas
nos demuestra que el económico es uno de
los más entrópicos que existen. De los que más “gastan para sí”. Cuando una
parte importante de lo que producimos se queda en “autoconsumo”, o crecemos o
la criatura es inviable.
7. La inviabilidad a
largo plazo del capitalismo
¿Se
puede crecer indefinidamente? Esta trascendental cuestión puede contestarse sin
más que asomarnos al concepto matemático de límite o, a nuestro gusto, con la simple observación del firmamento en una
clara noche de verano. Si aquello que parece inmenso dicen los científicos que
tiene un fin, que no ocurrirá con nuestra modesta capacidad de crecimiento
económico. De vuelta a la Tierra, nos
encontramos con que el principal problema del momento es sin duda el paro. La espectacular cifra de
cinco millones de personas sin empleo hiere
a nuestra sociedad y no debe esconder el drama personal que se oculta
tras cada dígito. Resolverlo, agrade o no a “los mercados”, debería ser el
primer objetivo de toda política. Si consultamos a mis compañeros de oficio,
nos dirán que para arreglar “esto del desempleo”, necesitamos una economía que
crezca, como mínimo, entre un 3 y 3,5% anual. Y que para que esa mejoría se
note en el enfermo, serán necesarios unos 10 años de tratamiento.
El
papel y el micrófono todo lo soportan, pero si tomamos calculadora y hacemos cuentas,
veremos que una tasa del 3,5% durante 10 años supone un crecimiento en términos
absolutos del 40%. Crecer un 40% no es un dato contable. Significa que habrá
que hacer un 40% más de carreteras; un 40% más de coches; un 40% más de casas
de esas que luego quedan vacías por falta de comprador; un 40% más de “Emetreintas
soterradas”; de líneas de AVE; de aeropuertos como el de Ciudad real o
Castellón reconvertidos, por buscarlos un uso, en improvisadas escuelas
infantiles de patinaje sobre ruedas; un 40% más de Circuitos de Fórmula1, un
40% mas… me detengo porque ya no cabemos.
Si esos
cálculos son erróneos, nos encontramos en esta senda hacia el crecimiento sin
fin con un segundo inconveniente. En el mundo actual, el consumo de recursos
naturales es superior a su capacidad de regeneración. Lo que la Tierra tardó en
fabricar miles de años, nosotros lo gastamos en un viaje a Cuenca y se lo
devolvemos en forma de veneno por el tubo de escape de nuestro automóvil. Los datos de la OCDE muestran que más del 85%
de la energía que hoy se consume en el planeta procede de combustibles tradicionales.
Petróleo, gas y carbón. Más o menos un 6% provendría de hidroelectricidad, otro
6% sería de origen nuclear y tan solo un 1% de las llamadas fuentes alternativas. El crecimiento del consumo total de energía
estaría en torno al 5% anual. Podemos y debemos aumentar el volumen de energías limpias que hoy no da ni para
absorber el aumento de la demanda. Pero seguimos dependiendo de un combustible
fósil que según todos los indicios, tiene los días contados. Se puede discutir
si las reservas de crudo durarán 10 años o 50, pero nadie duda que su fin está
próximo. Para los entusiastas de la energía nuclear - por ejemplo nuestro
actual Gobierno-, tampoco se presentan mejor las cosas. A margen de los
problemas de seguridad que pueda plantear (que parecen muchos y graves), si la
mitad de la energía que se consume en el mundo fuera de origen atómico, las
reservas de Uranio y Plutonio (los combustibles necesarios para este proceso) se
agotarían en 24 años. Los datos proceden de la Agencia de la Energía Nuclear de
la OCDE y del Organismo Internacional de la Energía Atómica y se encuentran publicados en una fuente tan
poco sospechosa de sectarismo antiatómico como una página web que se denomina
“yosoynuclear.org”.
Ante
este horizonte no debemos olvidar que uno de los principales indicadores del
crecimiento económico es el consumo de energía. Sobre todo el de energía
industrial. No son datos para el optimismo. Esto empieza a parecerse a una infumable
película ochentera llamada Mad Max, representación apocalíptica de un mundo sin
combustible.
Pero si
la imposibilidad del crecimiento perpetuo y la falta de energía para mantenerlo
son en sí malas noticias, las que exponemos ahora no resultan más agradables.
Como su propio nombre indica, si algo es indispensable para que la economía capitalista
funcione, es capital. En nuestra actual sociedad tecnológica el dinero se
encuentra preso en los mercados financieros y casi por entero alejado del
sector productivo. Bajo la lógica liberal nada hay de reprochable en ese comportamiento.
Mientras que especulando con derivados se obtienen con facilidad rentabilidades
superiores a un 50%, en la economía productiva es difícil alcanzar beneficios
que vayan por encima de un 15% sobre la cantidad invertida. ¿Riesgo? Mayor en
las segundas que en las primeras que para algo se inventaron las operaciones de
cobertura. ¿Quién, en esas circunstancias, va a prestar su dinero a un
fabricante de calzado para que haga zapatos, cuando si se lo cedo a un
especulador voy a obtener más rentabilidad y tengo mayor garantía de
devolución? La respuesta es obvia y por eso los Gobiernos de nuestros países
son incapaces de movilizar el crédito hacia el consumo, la agricultura, la
industria o los servicios.
Otra de
las incapacidades de nuestro actual modelo económico venía en el envase con el
producto original, pero como los lácteos expuestos en las estanterías de un
centro comercial, han caducado por el simple paso del tiempo. Me refiero al
mecanismo de formación de los precios. Los precios deberían recoger, entre
otras cosas, los costes reales de los distintos bienes y servicios. Pero hoy
día existen costes que no se trasladan al precio final con lo que las
asignaciones de recursos que se realizan en el mercado son incorrectas.
Pensemos en un producto tan simple como una camiseta deportiva de cualquier
multinacional. El coste final con el que sale a la venta recogerá la mano de
obra necesaria, las materias primas, el I+D, los consumos de energía, los
gastos generales, la distribución, etc. Pero olvida una serie de “costes
sociales” que no recaen de modo directo sobre el fabricante. La degradación del
medio ambiente que origina su producción y comercialización, los residuos, los
efectos sociales de fabricarse en oriente con toda probabilidad por
adolescentes condenados a jornadas de trabajo interminables a cambio de poco
más que la comida, los efectos sobre la salud de una publicidad engañosa (por
ejemplo trastornos alimentarios), el uso en su producción de algodón
transgénico, el gasto sanitario consecuencia del empleo de tintes
hiperalérgicos, la obsolescencia planificada … Para evitar la demagogia fácil
he tomado como ejemplo un bien tan inofensivo como una camiseta. Pensemos en las
conclusiones de extender este razonamiento a un automóvil, un avión, un arma de
fuego o a la energía eléctrica de origen nuclear.
Para no
recrearme en el pesimismo, cito sin más el último elemento que nos invita a
pensar en una cercana extinción de nuestro actual sistema económico. El dinero
ha dejado de representar alguna de las funciones básicas que nos enseñó la “micro” clásica. Las más
significativas quedaron ya expuestas al principio de esta charla, cuando
explicábamos la evolución de los mercados financieros. No parece prudente
repetirlas.
8. Los modelos alternativos
Tras el
oscuro dibujo que he trazado en esta
primera parte de mi argumentación, desconozco si a estas alturas quedará algún
oyente o lector al que no se le haya pasado por la cabeza el suicidio como
medida de política económica. No nos precipitemos. Proudhon definía lo de
quitarse la vida como una bancarrota
fraudulenta y en
Attac nunca fuimos amigos de las quiebras.
¿Existen
alternativas al actual modelo económico que no supongan la destrucción de toda
protección social y la consagración de la injusticia como principio económico
irrenunciable? Por supuesto que existen y a su análisis vamos a dedicar los
próximos minutos.
Cuando
hablamos de “Economías alternativas o del decrecimiento” nos referimos a un
conjunto de proposiciones surgidas como respuesta a los efectos nocivos de la globalización y del
actual modelo de capitalismo financiero. Aunque cada una de ellas posee rasgos
diferenciadores, es posible la sistematización de unos principios comunes:
I.
Humanización de la
economía. Es el inspirador de todos los demás. Se trata
de poner la economía al servicio de las personas. El hombre debe ser el centro
y el objetivo de la ciencia y no un mero instrumento. Cuando, para que un
modelo funcione, debemos reducir
salarios, eliminar protección social, renunciar a la idea de justicia y
convertir la sanidad o la educación en un negocio; es que llegó el momento de
cambiar. En palabras de José Luis Sampedro, presidente de honor de
Attac-España, “somos naturaleza, poner al
dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe”.
II.
Economía sin déficit ambiental. Solo es posible consumir los
recursos que la naturaleza puede
reponer. De lo contrario estaremos robando el futuro a nuestros descendientes.
III.
Democratización de las decisiones económicas. No nos engañemos, cuando
hablamos de que los mercados quieren esto o desean lo otro, sabemos que los
mercados son entes sin voluntad. Que las decisiones las toma una minoría privilegiada que actúa en función
de sus intereses personales. Sólo acercando las decisiones financieras al
ciudadano podremos salir de la dictadura de “los mercados”.
IV.
Son modelos diversos, flexibles y no
globalizados. Nacen y se adaptan en función de los territorios en
que han de ser aplicados. Un músico argentino con el que mantengo
cierta relación personal, me explicaba hace unos meses como comprendió los
peligros de la globalización en un tranquilo paseo con por Buenos Aires. Era
finales de diciembre, recién comenzado el verano austral y, según narraba,
encontró a un señor
sudando a chorros bajo un traje de Papa Noel. Con el peculiar acento porteño,
decía: “Che, ¿qué culpa tiene ese tipo de que en Boston haga diez bajo cero?”.
Valga la anécdota para ilustrar las contradicciones de un mundo global.
V.
Intervenir
en los precios de los productos, vía impuestos, para que aquellos
recojan los costes sociales y ambientales no explicitados en el modelo
convencional.
VI.
Reducir la jornada de trabajo. El desempleo más que un
problema económico, es un error
aritmético, el resultado de una división
mal hecha. La reducción de los tiempos de trabajo, además de ser un proceso
histórico irreversible, aumenta la
productividad (a menos horas, más rendimiento por unidad de tiempo), beneficia
la salud, reduce el déficit público (menos subsidios), favorece las políticas
de igualdad de género, mejora la distribución de la renta y permite una más
fácil conciliación de la vida profesional y personal. Si ofrece tantas ventajas, ¿por qué no se
pone en práctica de modo inmediato? Tendremos que echar mano de una famosa
frase de Keynes aquella en la que expresaba que
“al hombre le cuesta menos
trabajo adquirir nuevas ideas que desechar las antiguas”.
VII.
Modificar el modelo de empresa. El objetivo de la nueva empresa
será maximizar la satisfacción de todos los factores productivos y de todos
quienes se relacionan con ella: trabajadores, proveedores, clientes, tierra y
comunidad en general. El capital es uno
de esos factores productivos al que habrá que remunerar de modo adecuado, pero
ni es el único, ni el más importante.
VIII.
Modificar los mecanismos de creación del
dinero. La
moneda se incorpora a la economía sin interés con lo que eliminamos la necesidad financiera del crecimiento
económico.
IX.
Se basan en la idea de cooperación frente a
la competencia. La competencia no aporta nada. Solo consume recursos y genera desigualdad
social. La desaparición de los mercados financieros especulativos es lógica
consecuencia de este principio.
X.
Eliminación del crecimiento económico como
meta. Lo
sistemas más perfectos que se conocen, los seres vivos, sólo crecen hasta que
alcanzan el tamaño óptimo. A partir de ahí la única finalidad es cubrir sus
necesidades. A juzgar por el éxito de determinadas clínicas de adelgazamiento,
parece que el objetivo del decrecimiento es algo que compartimos los humanos de
este tiempo con las nuevas propuestas económicas.
Una vez
que hemos descrito los rasgos comunes a
todas las propuestas, pasamos a analizar de modo singular, aunque breve, las
más características.
9. La Economía del
Sustento de Vandana Shiva
Vandana Shiva,
premio Nobel alternativo en 1993, es – como todos sabemos - una científica, filósofa y escritora india, reconocida activista en favor del
denominado ecofeminismo. En 2006 publica su famoso “Manifiesto para una
Democracia en la Tierra: justicia, sostenibilidad y paz” que constituye todo un
tratado filosófico, político y económico.
Distingue tres tipos de economía. La
llamada Economía de la Naturaleza
que es la primaria, la realizada por el propio medio natural. Cita como
ejemplos el ciclo hidrológico o la fertilización de las plantas. Solo se da en
culturas primitivas y civilizaciones sin apenas desarrollo. Un segundo estadio
sería la Economía del Sustento.
En ella las personas trabajan para satisfacer por si mismas las principales
necesidades. Dos tercios de la humanidad vivirían hoy bajo este modelo. Se basa
en dos grandes principios: la satisfacción de las necesidades básicas con
carácter universal y la sostenibilidad a largo plazo. Una tercera fórmula sería
la Economía Capitalista,
basada en la explotación de los recursos, la ganancia financiera y la
acumulación de capital. Propone un abandono del modelo capitalista a favor de
la Economía del Sustento.
10. La Economía del Buen Vivir
Se trata de un concepto acuñado por Alberto Acosta,
economista ecuatoriano y antiguo Ministro de Minas de su país. Frente al que
considerada fracasado modelo del Bienestar, propone el Buen Vivir como el fin
último de la actividad humana, incluyendo la economía.
El concepto de “Buen Vivir” surge cuando cooperadores internacionales intentan
traducir al quechua, el término occidental de progreso o desarrollo económico.
Se dieron cuenta que era imposible expresar con palabras esa idea porque no era
concebible por la cultura andina. A partir de ahí, se desarrolla todo un modelo
político-filosófico como respuesta indígena a la crisis sistémica. Sus
principios son: sostenibilidad a largo plazo a través de la armonía de la
naturaleza y la tierra; satisfacción de necesidades en contraposición a la idea
capitalista de crear esas necesidades y acumular riqueza; y la eliminación de
la prisa mediante el principio tribal de complementariedad. Frente a la idea
occidental de competir se impone el concepto indígena de la cooperación.
Aunque pueda parecernos algo utópico y de difícil
realización, sus propuestas se han elevado a rango constitucional e incluso
existe hoy en Ecuador un Plan nacional de Buen Vivir 2009-2013 con logros
significativos en lo económico y en lo social. Para su mejor compresión es
obligada la lectura de “El Buen Vivir en el camino del postdesarrollo” del
citado Acosta.
11. El modelo del Bien Común
La Economía
del bien común además
de una formulación teórica, es un
proyecto económico abierto a las empresas y promovido por el profesor austríaco Christian Felber. Es algo así como la
versión europea de los modelos no capitalistas y, por tanto, la más próxima a
nuestra cultura y la que con mayor facilidad podemos comprender. Pretende
desarrollar una verdadera economía
sostenible en la que de modo necesario y voluntario, tienen que
participar las empresas.
La Economía del Bien Común se presenta por Felber como una alternativa tanto al capitalismo de mercado como planificación central. Aunque parte de unos criterios generales,
es un modelo abierto que debe
construirse entre todos sus miembros.
Frente al capitalismo en el que priman los valores
del lucro, la competencia y la
acumulación de riquezas, la Economía del
Bien Común se basa en los valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad,
cooperación, solidaridad y generosidad entre otros. Aquellas empresas a
las que les guíen esos principios deben obtener ventajas legales que les
permitan sobrevivir frente a las tradicionales.
En la
economía real actual se mide el éxito con indicadores monetarios como el producto interior bruto o los beneficios que dejan fuera a los seres
humanos y al medio en el que vivimos. Estos indicadores “no nos dicen nada
sobre si hay guerra, si se vive en una dictadura, si sobreexplotamos el
medio, si se respetan los derechos humanos, etc... De la misma manera una
empresa que tenga beneficios no nos indica nada sobre las condiciones de sus
trabajadores, sobre lo que produce, ni
como lo produce”.
Propone la realización de un Balance Financiero
(más o menos el actual) y un balance del Bien Común. El beneficio financiero
pasa a ser un medio y no un fin. “El
balance del Bien
Común mide como una empresa vive la dignidad humana, la
solidaridad, la justicia
social, la sostenibilidad ecológica o la democracia con
todos sus proveedores y clientes”. La
evaluación de esos valores mediante un sistema de puntos, podrá permitir al
consumidor escoger los productos.
En la última revisión de su modelo,
Felber propone ciertas limitaciones a la
propiedad privada y al derecho de herencia.
La implantación del modelo teórico
comenzó en octubre de 2010 con un grupo de empresas de varios países que
participan cumpliendo de modo voluntario los requisitos del proyecto. Hoy
intenta iniciar su expansión internacional.
Para mayor documentación es obligada
la lectura de “Nuevos Valores para la Economía”
publicado por Felber en 2008.
11. Conclusión
He superado y en bastante el
tiempo concedido a esta ponencia. Mi exposición, como era previsible, ha sido
más Política que Poética. Para purgar esa culpa, termino con mis versos predilectos,
son del gran Jaime Gil de Biedma y dicen aquello de
“Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde”
Con que comprendamos a
tiempo que los mercados también iban en serio y que existen alternativas a su
poder, me conformo.
Rafael Hernández López
Economista – Miembro de Attac Castilla La Mancha
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