La importancia del método
Fue en 1637 cuando el clérigo francés Rene Descartes
consagró la metodología como elemento esencial del saber moderno. En su célebre
“Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad de
las ciencias”, mostró, además de un pésimo gusto para titular sus obras; mostró –
decía - que la ruta es tan importante como el destino; que las formas
trascienden con frecuencia al fondo y lo condicionan.
Nunca me gustaron quienes pretenden condicionar mi comportamiento con la amenaza de “que viene el coco”. Sus argumentos –o yo, o el mal- se parecen demasiado a los dogmas religiosos como para que puedan resultar asumibles. Y son en sustancia idénticos a los que durante años ha empleado el partido socialista. El célebre voto útil. Necesito que alguien me explique por qué determinada conducta es nefasta si la usa el PSOE, pero intachable si son IU o Equo, por citar dos candidatos, los que la aplican a los no votantes. En política, como en el amor, hay que aprender a interpretar y disfrutar los silencios. No hacerlo constituye una carencia personal y no un pecado ajeno.
Vuelvo a Descartes. Esa aparente disparidad metodológica
esconde un fondo tan profundo como el de la Fosa de las Marianas. La eterna discusión
entre los que aspiran a salir de la crisis y los que huyen en estampida del
capitalismo. Entre los que pretenden cambiar de jaula y los que sienten un
mágico subidón de adrenalina con solo intuir la libertad. La historia concede a
estos últimos el privilegio de la razón. Si la analizamos, no encontraremos un
solo ejemplo de cambio relevante que haya nacido del recuento de papeles en una
cárcel de cristal. Lógico. La reciente práctica en ese engendro que llamamos occidente,
nos enseña que un sobre es lo bastante grande para contener muchas ambiciones personales, pero demasiado pequeño para introducir en él la
voluntad de los pueblos. De la revolución de los metales a la bolchevique, de
las liberales a la tecnológica o a la industrial, ninguna nació de una urna. Primero
fueron paridas en la sociedad y luego exportadas a regañadientes a la política o a la economía. Con el voto se cambian gobiernos, no sistemas.
El camino a seguir lo explicó mi cada día más admirado Carlos Taibo, en la última conferencia que pronunció en Talavera. Tiene dos sendas. Una negativa, la pacífica desobediencia civil hacia las normas ilegítimas emanadas de un poder político-financiero que también lo es. Y otra positiva, la construcción de espacios propios de autogestión en el seno de una sociedad que estamos obligados a cambiar. Esto impone el deber de recuperar formas de democracia directa mucho más próximas al ciudadano que las actuales. La otra vía, la de esperar un mesías que en lugar de en Belén, nazca en la Carrera de San Jerónimo, la dejamos para los que profesen determinados credos. Como en la vieja canción de Héroes del Silencio, “Hay que empezar despacio a deshacer el Mundo”.
Tampoco creo en ningún mesías (y mucho menos si sus iniciales empiezan por J.A. y ya bebió del manantial corrompido de nuestro Sistema), y de las 2 vías para un cambio (que esto acabe en una violencia civil o que un movimiento ciudadano entre en el sistema a través de 1 herramienta legal como es una formación política) tu propones una 3ª con la autogestión, con el nacimiento de una fuerza/lobby que sea capaz de doblegar a nuestros señores feudales.
ResponderEliminarLas 3 opciones tienen sus pros y contras. La violencia engendra violencia, causa daños colaterales, víctimas inocentes de la explosión que ha engendrado 1 odio, y no por ello puede dar un buen resultado, miremos Egipcio, al final han cambiado el collar, pero no al perro.
Las restantes opciones son totalmente válidas, pero mi pregunta es ¿cuál es más fácil de llevar a cabo? pues la autogestión la veo extremadamente difícil, dado que lleva implícito un compromiso AÜN mayor que el de unirnos y crear una alternativa política.
Tus ideas tendrás, pero llámame incrédulo, porque viendo la sociedad en la que vivo no lo veo.