El sexo del euro

El último grito en discusiones bizantinas , consiste en sentar alrededor de una mesa a un puñado de economistas y, cual tertulianos de la sobremesa televisiva, lanzarlos a discutir sobre la conveniencia o no de ese extraño e inexplicado fenómeno que denominamos “salir del euro”.  Cuanto más teórico y mas “progre” sea el “científico”, mayores probabilidades habrá de que se decante por la fórmula escapista. Hasta mi querida y plural Attac se somete a los dictados de la moda y organiza con ocasión del Encuentro Altermundista de Gandía un espectáculo parecido.

Lamento no asistir al acto. Pero incluso el activismo tiene sus límites y cuando la montaña se viste de novia, este apóstata de la ciencia económica no es capaz de resistirse a la erótica de su llamada. Lo lamento, decía, pero sin excesos. La consciente pérdida del tiempo nunca se encontró entre mis planes predilectos para un largo fin de semana. Debatir sobre la conveniencia de abandonar la moneda única puede ser una excitante práctica para teóricos del oficio o para aspirantes a profes universitarios, cuyo sueño es sentarse en algún aula magna con uno de esos horribles y corporativistas disfraces, tan al uso entre los docentes. Para quienes vivimos esta presunta ciencia entre los fogones de los balances  y las cacerolas de la práctica empresarial , carece del menor sentido. Es como preguntarse si el ser humano no caminaría mejor con tres piernas. Desde el punto de vista de la teórica de la movilidad seguro que tendríamos más equilibrio e incluso una mayor velocidad de desplazamiento. El problema es … que nacemos con dos  y tanto el coste como los efectos de implantar una nueva extremidad nos son desconocidos y de imposible evaluación.  Curiosa forma de entender el progreso esta de retroceder  en la historia. Como cantaba Machado “ ... y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. El pasado no puede abrirnos las ventanas del porvenir.

Espero, confío y deseo que pronto entendamos  que contemos en euros, en pesetas, en ducados o maravedíes,  no se trata de elegir entre unas y otras políticas económicas , sino de desterrarlas todas como integrantes de una ciencia que no lo es y de un sistema  agresivo con la naturaleza humana . Que comprendamos que los economistas no somos tales. Que como gremio no pasamos de historiadores interesados cuando miramos atrás y de pitonisos de feria cuando hablamos del futuro. También que seamos capaces de identificar que la salida al túnel de este fin de era, no se encuentra en  modificar el Estado, sino en acabar con él; que no se trata de transformar el capitalismo, sino de propiciar su inmediato exterminio; que no hay que “actualizar” las religiones y aproximarlas a los tiempos que corren, sino desterrarlas para siempre de nuestras conciencias.

A quién le sobre, que siga perdiendo el tiempo. Como los bizantinos con los ángeles, puede continuar discutiendo del sexo del euro.  Pero para esa labor que nadie cuente con este pobre, pacífico y convicto antisistema.

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