Muerte en el parque

Era una tarde calurosa de junio con ese calor de secarral con que Zaragoza da la bienvenida a quienes en verano la visitan. En uno de sus muchos parques, un perro blanco, de mediano tamaño y avanzada edad para los de su especie, desespera ante la indiferencia de quien con ese estúpido sentido de la propiedad que tenemos los humanos se autodenomina su dueño. El sapiens que le tocó en desgracia (entiéndase lo de sapiens como un simple recurso estilístico para evitar horrorosas repeticiones de palabras) parece haber ingerido mas alcohol del que de normal tolera su organismo y yace inconsciente sobre uno de los bancos más próximos.


El animal –un lanitas que diría mi llorada abuela- no cesa de ladrar. Por terceras partes asustado, hambriento y en solicitud de auxilio para su humano compañero, se convierte en lo que conocemos como un perro coñazo. Suelto y temeroso, causa la lógica inquietud entre ese nutrido grupo de transeúntes con ciertos recelos hacia los cánidos. Es comprensible. El irresponsable propietario no se encuentra ni siquiera en condiciones de amenazar nuestra paciencia con el clásico y crispante: “si no hace nada”.

Para desgracia del peludo, unas pocas fechas antes en Toledo, una perra enferma de rabia atacó a varias personas. Aunque sorprenda por alguna de sus posteriores declaraciones, ninguna apellidada Cospedal. Fue comentada la negligente labor de las distintas policías. "Solo" tardaron 16 horas en localizar un animal que durante una buena parte de ese periodo descansaba plácido en un paseo a no más de un kilómetro del cuartelillo de los municipales.

Para cualquier ciudadano dotado de inteligencia media, la actitud del cánido aragonés no revestía mayor peligro. Ladrador poco mordedor que sentencia el refranero. Pero ello se torna algoritmo fuera de alcance de quienes con buena probabilidad accedieron a la noble escala de la Policial Local tras ser incapaces de superar las oposiciones "a madero”. Que tampoco es que sean las de abogacía del Estado. 

Los guardias se acercan con ese aire entre ridículo y chulesco que caracteriza a quienes se consideran autoridad. El culo de miedo de uno de ellos demuestra la suerte que tienen los presentes. Cómo para verse en la tesitura de ser defendidos por semejante personaje. Mientras el chucho molesta a los ciudadanos, pase; pero en cuanto hace el más leve amago de atacar a su compañero, un apestoso corporativismo conecta el piloto automático. La carencia de mesura, de proporcionalidad y de talento pone el resto. ¡Pum!. Disparo al animal que fallece en el acto. El desmedido interés por tirar de inmediato el cadáver exterioriza el pesado aroma de la mala conciencia.

Al día siguiente en la prensa versiones para todos los gustos. Todas interesadas, con sesgo evidente y ni tan siquiera próximas a lo sucedido.

Mis pocos lectores pensarán a estas alturas del relato que mis hábitos veganos pasan por fin factura al organismo: he perdido de modo irremediable el juicio. Tranquilos. Resulta imposible extraviar aquello de lo que se carece. Si me conmueve esta historia, que así contada parece salida de las lágrimas de la factoría Disney, no es solo por el triste final. No puedo evitar verme reflejado en ese pobre animal asesinado en el parque. Como a nuestro amigo del pelo blanco, nos han abandonado a fatal suerte aquellos que se postularon y a quienes elegimos para protegernos. Como a nuestro amigo del pelo blanco, pedimos pan y auxilio y … recibimos golpes e incomprensión. Como a nuestro amigo del pelo blanco, nos agrede la misma policía que cobra para defendernos. A nosotros, de momento, solo nos disparan pelotas de goma. Quizá porque todavía no ladramos lo suficiente.

Anden con cuidado los vigilantes del parque. Aunque la izquierda política y sus ayudantes parasindicales muestran singular eficacia a la hora de contener la furia animal, llegará algún día en que a fuerza de tratarnos como a perros, nos acostumbremos a morder. Al tiempo.

Comentarios

  1. Lo que se ha podido escuchar hoy, es una prueba de la estupidez humana, en contraposición a la inteligencia, o si le queremos llamar instinto de los seres vivos, que a todas luces a este paso, se demuestra más racional que la del resto de nuestros congéneres.
    Esta mañana, mientras iba a casa escuchando la radio, ha intervenido un ciudadano muy molesto porque mientras su perro estaba haciendo sus menesteres en medio del carril bici, ha pasado un ciclista recriminando su acción, este hombre explicaba en directo, que el ciclista debería tener más educación, y comprender que el perro tiene que hacer sus necesidades.
    Yo es que cada vez que me acuerdo me entra la risa, no sé si el aire que hemos tenido durante tanto tiempo nos ha vuelto a todos tontos o qué.
    Puedo entender que los fatigados viajeros arrastren sus pesadas maletas por el carril bici para coger un taxi, por supuesto que un minusválido lo use para sus desplazamientos, ya me cuesta mucho más que las mamás discurran en paralelo con los cochecitos de sus niños, y directamente no entiendo para qué se lleva el carro de la compra vacío.
    A este hombre se le debería quitar la patria potestad para con su mascota, si es que este término es aplicable al caso, porque argumentando su comportamiento, no parece que una multa vaya a servir para recordarle sus obligaciones. Quizá sería más eficaz que un día paseara con su bici y le salpicara por la cara, piernas y espalda, el regalo que obligó a dejar a su propio perro, volviendo a casa con el olor de la estupidez humana.

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  2. Vaya, no sabía que esto requiriera tu aprobación, espero haber hecho bien todos los pasos. Luis.

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  3. Pues que quieres que te diga, que tienes toda la razón.

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