Christina Rosenvinge. Donde haya que ir... #VDLN 132
Hace tiempo tuve una amiga a la que quería de verdad. Aunque en mi opinión interesada merecía todas las coronas, siempre se negó a ejercer de princesa; no era mujer de monarquías ni de cuentos. Por un impreciso lapso temporal, compartimos un pequeño trozo de vacío, tan lejos del campo como de la urbe, en medio quizás de ese lugar de coordenadas desconocidas que llamamos nuestro. El barrio no era gran cosa, pero la casa daba el pego, el espacio justo para dos almas perseguidas por una fortuna empecinada en lo adverso. Por hacer como que hacíamos, comenzamos a caminar sin rumbo aparente, hasta que en una mala hora nos metimos en un lío de los buenos. Creo recordar que ella terminó devorada por algún tipo de reptil gigantesco. Yo, ni idea, perdí la memoria. A estas alturas aún desconozco si me mantengo vivo o si por mutación genética, o quizá por el simple instinto de supervivencia, me convertí en alguna especie inclasificada de muerto. Desde entonces juré no regresar jamás al lado salvaje; venga quien venga, pase lo que pase.
Donde estés, si es que aún existes en alguna parte, que sepas que continúas en mis pensamientos y que si por desgracia o por ventura volvemos a encontrarnos, tal vez nos riamos de aquella pesadilla con alguna droga fuerte de las que no matan los sueños. Tú por mí, yo por ti... donde haya que ir.
En la ilusionante primavera de 2.011, resucitó mi cuerpo. Una locura. Aunque quizá ya no teníamos edad para esas cosas, nos fuimos de acampada sin apenas conocernos. Crecieron nuevos anhelos, nuevas formas, nuevos episodios para la película que dicen que vemos justo antes de que la vida alcance su término. Viajamos sin miedo hasta ese reino incierto donde los malos tiran de verdad. Qué si tiran. Duró lo que duró, lo suficiente para tomar conciencia de que ya era demasiado. No importa. Que nos quiten lo puesto y la esperanza de que si volvemos a coincidir, quizá nos carcajeemos de todo con un café de por medio. Tú por mí, yo por ti… solo por ir.
2016. Jueves, veintisiete de octubre. Con la delicada potencia marca de la casa, Christina toma el escenario del Club Ocho y Medio (la But de siempre, para entendernos). Fiel a su habitual retraso que asumo sin la legitimidad moral de criticarlo, a eso de las diez nos regala lo mejor de su último trabajo. Un sonido distinto, potente, a ratos eléctrico y por momentos electrónico que se fusiona con algunas perlas de su etapa más cercana. Igual, pero a la vez diferente a la presentación en el Lara, hace ahora año y medio. Eclipse y La canción del eco me trasladan al exquisito reino de la sensibilidad. Recuerdos, esperanzas frustradas e ilusiones intactas que sin hallar el modo de evadirlas, me emocionan en una sala repleta de ilustres de la música. Un lujo la contribución a la guitarra del líder de Havalina, para mí el grupo más brillante de la mal llamada esfera independiente española, o al menos uno de los pocos que no ejercen su oficio cual margarinas derretidas al sol de agosto. Fueron momentos de confesiones, desconocía que el primer curro profesional de Manuel Cabezalí llegó precisamente en una gira con Rosenvinge. Todos quisieron arropar a la madrileña en la despedida nacional del tour Lo nuestro. Incluso algún gurú de la radio más cultureta con el que intercambié un saludo en el único lugar privado de todo el recinto. Entre esperas, telonera y la estrella del día, no se conoce vejiga que resista tres horas largas a base de tercios. Para el cierre, lo más selecto de su repertorio noventero: Tú por mí, Mil pedazos y ese Voy en un coche que hacía años no escuchaba en directo. Otras formas, otras versiones, con la misma alma pero con el don innato de saber adaptarse al instante y a la edad.
Para mi fue algo más que otro concierto. Un aquelarre purificador, quizás un reencuentro con amigos que son mucho más que eso. Sin duda por Christina, por esas razones que nunca necesité comprender y que la convirtieron en la diseñadora de sonidos que más me llega. Ni se la mienten a mis hijos. Aún recuerdo su cara de terror cada vez que en estricto uso de mi turno, escogía banda sonora en aquellos eternos viajes hacia la nieve, permanentes durante su carrera deportiva. Pero sobre todo por es@s herman@s con l@s que compartí la fiesta, de l@s que no precisan ni de la consanguinidad ni de la cercanía geográfica para reconocerse tales; también por ti que al final no te atreviste; y por un@s poc@s más que estaban sin estar. Que dure el eclipse. Tú por mí, yo por ti… aunque solo sea por ir.
Espero que les gusten las canciones de Christina Rosenvinge que hoy les ofrezco. Observarán que he obviado las más recientes; ya les dediqué un texto hace no demasiado (Lo nuestro) y no era cuestión de repetir. Como la fotografía con la que ilustro esta entrada, la última versión del tema que conduce esta colección de sensaciones, igual carece de la calidad necesaria. Ni la grabadora de un móvil, ni el diminuto sensor de una pequeña compacta dan para más, pero regalan a cambio la virtud de lo documental. A estas alturas ya habrán percibido que la composición me dice muchas cosas; unas completamente falsas, otras tan ciertas como como los minutos que gastamos en inventarlas.
Feliz #VDLN, feliz semana. Olviden lo inevitable, lo accesorio, los virus que se esparcen desde algún teatro maléfico, custodiado por un par de leones hambrientos. Y disfruten de la vida con salud y en libertad. El resto es esperar a que todo estalle por sí solo. Pese a ellos, unos malos muy malos y unos buenos que tampoco son tan buenos, sí que se puede.
Para ver las reglas y las canciones propuestas por el resto de participantes en este juego de blogs, pulse el botón.
Imagen: Rafa Hernández. Madrid 27.10.16 |
En la ilusionante primavera de 2.011, resucitó mi cuerpo. Una locura. Aunque quizá ya no teníamos edad para esas cosas, nos fuimos de acampada sin apenas conocernos. Crecieron nuevos anhelos, nuevas formas, nuevos episodios para la película que dicen que vemos justo antes de que la vida alcance su término. Viajamos sin miedo hasta ese reino incierto donde los malos tiran de verdad. Qué si tiran. Duró lo que duró, lo suficiente para tomar conciencia de que ya era demasiado. No importa. Que nos quiten lo puesto y la esperanza de que si volvemos a coincidir, quizá nos carcajeemos de todo con un café de por medio. Tú por mí, yo por ti… solo por ir.
2016. Jueves, veintisiete de octubre. Con la delicada potencia marca de la casa, Christina toma el escenario del Club Ocho y Medio (la But de siempre, para entendernos). Fiel a su habitual retraso que asumo sin la legitimidad moral de criticarlo, a eso de las diez nos regala lo mejor de su último trabajo. Un sonido distinto, potente, a ratos eléctrico y por momentos electrónico que se fusiona con algunas perlas de su etapa más cercana. Igual, pero a la vez diferente a la presentación en el Lara, hace ahora año y medio. Eclipse y La canción del eco me trasladan al exquisito reino de la sensibilidad. Recuerdos, esperanzas frustradas e ilusiones intactas que sin hallar el modo de evadirlas, me emocionan en una sala repleta de ilustres de la música. Un lujo la contribución a la guitarra del líder de Havalina, para mí el grupo más brillante de la mal llamada esfera independiente española, o al menos uno de los pocos que no ejercen su oficio cual margarinas derretidas al sol de agosto. Fueron momentos de confesiones, desconocía que el primer curro profesional de Manuel Cabezalí llegó precisamente en una gira con Rosenvinge. Todos quisieron arropar a la madrileña en la despedida nacional del tour Lo nuestro. Incluso algún gurú de la radio más cultureta con el que intercambié un saludo en el único lugar privado de todo el recinto. Entre esperas, telonera y la estrella del día, no se conoce vejiga que resista tres horas largas a base de tercios. Para el cierre, lo más selecto de su repertorio noventero: Tú por mí, Mil pedazos y ese Voy en un coche que hacía años no escuchaba en directo. Otras formas, otras versiones, con la misma alma pero con el don innato de saber adaptarse al instante y a la edad.
Para mi fue algo más que otro concierto. Un aquelarre purificador, quizás un reencuentro con amigos que son mucho más que eso. Sin duda por Christina, por esas razones que nunca necesité comprender y que la convirtieron en la diseñadora de sonidos que más me llega. Ni se la mienten a mis hijos. Aún recuerdo su cara de terror cada vez que en estricto uso de mi turno, escogía banda sonora en aquellos eternos viajes hacia la nieve, permanentes durante su carrera deportiva. Pero sobre todo por es@s herman@s con l@s que compartí la fiesta, de l@s que no precisan ni de la consanguinidad ni de la cercanía geográfica para reconocerse tales; también por ti que al final no te atreviste; y por un@s poc@s más que estaban sin estar. Que dure el eclipse. Tú por mí, yo por ti… aunque solo sea por ir.
Espero que les gusten las canciones de Christina Rosenvinge que hoy les ofrezco. Observarán que he obviado las más recientes; ya les dediqué un texto hace no demasiado (Lo nuestro) y no era cuestión de repetir. Como la fotografía con la que ilustro esta entrada, la última versión del tema que conduce esta colección de sensaciones, igual carece de la calidad necesaria. Ni la grabadora de un móvil, ni el diminuto sensor de una pequeña compacta dan para más, pero regalan a cambio la virtud de lo documental. A estas alturas ya habrán percibido que la composición me dice muchas cosas; unas completamente falsas, otras tan ciertas como como los minutos que gastamos en inventarlas.
Feliz #VDLN, feliz semana. Olviden lo inevitable, lo accesorio, los virus que se esparcen desde algún teatro maléfico, custodiado por un par de leones hambrientos. Y disfruten de la vida con salud y en libertad. El resto es esperar a que todo estalle por sí solo. Pese a ellos, unos malos muy malos y unos buenos que tampoco son tan buenos, sí que se puede.
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Conocí esta cantante en una de mis tantas vueltas por la blogesfera. Estupenda es poco, me gusta su estilo y tengo algunas de sus canciones en mis playlist personales.
ResponderEliminarMuy buena elección... y como siempre, un placer leerte.
Un beso.
Qué bonito... intenso. ¡¡Feliz viernes!!
ResponderEliminarMe gusta su estilo, sus videos sin tanta vuelta. Natural, con una voz especial. Gracias por invitarnos a conocerla. Un placer pasar los viernes por aquí. Felíz semana.
ResponderEliminarUf como siempre me pones la piel de gallina, precioso! Feliz VDLN!
ResponderEliminaryo, lo he pensado también, cuando la vida te zurra demasiado:"quizás me he muerto, en unos de mis innumerables síncopes y he despertado en el infierno". quizás seamos solo un holograma...¿quien sabe?. en cuanto a cristina,no se como canta, porque la máquina no me permite oír. lo que siempre me ha parecido es: que era un bombón de mujer. me imagino que el dios saturno, cruel como el que mas ,le habrá dejado sus huellas ,como ha todos. gracias por tu escrito.un abrazo y feliz semana a todos.
ResponderEliminarTexto brutal, cargado de sentimiento. Me ha encantado más que las canciones de la Rosenvinge
ResponderEliminarCómo se nota cuando se disfruta de algo, o de alguien, con la intensidad perfecta.
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