Ahora que vamos despacio ...

Lamento que ninguno de los temas que como buitres sobre la estepa, sobrevuelan estos días la actualidad mediática, tengan para este heterodoxo aprendiz de bloguero, interés alguno. La inminente comparecencia de Rajoy en el Congreso, no me seduce. No preciso que un tipo que casi nunca dice nada, me explique algo de lo que todos tenemos pleno convencimiento. Desde una perspectiva de política partidista - eso que algunos vienen a denominar democracia – resulta imprescindible y hasta decente acudir a las Cortes para justificar lo injustificable; pero desde lo personal, paso. Me siento como si en los ya lejanos tiempos en que me ganaba la vida enseñando mates financieras a decenas de larvas de economistas, me hubieran inscrito en un curso de aritmética elemental.


Respecto al desdichado accidente de Santiago, poco puedo aportar. Por lo que se lee y se escucha en prensa y lo que se comenta en esa especie de barómetro social que denominamos redes sociales, vivimos en el territorio con mayor densidad de ingenieros ferroviarios de todo el planeta. Cientos de periodistas, tertulianos e internautas se posicionan con tanta vehemencia que sólo cabe suponer su absoluto dominio de la materia. Que si el maquinista, que si la baliza, que si la curva … Para mi desgracia pertenezco a ese uno por ciento de ignorantes que carecen de la menor idea del funcionamiento de la seguridad en los trenes, que nada saben acerca del ritmo adecuado para circular por cada tramo de vía y que se reconocen incapaces de apreciar a ojo y por la tele la velocidad punta de un convoy. Mis desdichadas limitaciones me imponen como penitencia esperar al resultado de los informes técnicos antes de expresar cualquier juicio. De todos modos, deducir que el “piloto” es el único culpable por un comentario de facebook, se antoja arriesgado. Puede que el hombre se mostrase como enfermizo admirador de aceleraciones y vértigos. Pero por las mismas, podríamos considerar un sex-symbol al más feo de los Calatrava. En cierta ocasión, afirmó que le gustaban los concursos de belleza...


Lo de Rosa Díez y esa suposición de que media España simpatiza con su partido, pero todavía no lo sabe, bordea la astracanada. Es como si una buena mañana descubres en la punta de tu nariz una verruga de dos centímetros de diámetro que hasta hoy te pasó inadvertida. Me temo que Doña Rosa, prejuzga en el resto de los españoles un intelecto similar al de su compañero de grupo Toni Cantó. Lástima.

No es sensato distraerse con semejantes espectáculos. Resultan simples maniobras para la confusión. Para alejarnos de lo esencial y concentrarnos en lo anecdótico. Huele a elecciones y todos empiezan a preparar el caldo, no sea que el avión de los invitados aterrice con adelanto y nos pille a medio guiso. Vendrán los profetas de la derecha a convencernos de que sólo empobreciéndonos para que otros se enriquezcan, conseguiremos recuperar la agradable senda de la prosperidad. Llegarán también los mesías de la izquierda más o menos parlamentaria, para indicarnos que todo irá mejor con más consumo. ¡Viva Keynes y el socialismo nacionalista del siglo XXI! Muy moderno, muy actual y muy adaptado a las necesidades … de hace setenta años.



Todos nos ocultan la verdad. Como con la preferentes de Bankia, desconozco si es consecuencia de una maldad interesada o de una ignorancia culpable. Un simple vistazo a los datos macro de esa maldita economía global, nos revela que el PIB mundial se estanca y que el consumo de recursos naturales es muy superior a su capacidad de regeneración. La célebre paradoja de Jevons demuestra que el progreso tecnológico en el que tanto confían los unos y los otros, conduce de modo inevitable a unas mayores necesidades de materias primas, en especial energéticas. El conocido efecto rebote. Aunque las limitaciones formativas de buena parte de esa clase política, impidan verlo, no es ningún concepto nuevo. Se publicó en 1856. Nada que ver con ecologistas paranoicos. La crisis no es tal crisis. Como el título del imprescindible directo de los Nightwish, es el fin de una era. Nadie ha conocido una situación tan intensa y tan sostenida de “crecimiento negativo”, de modo simultáneo en tantos “países desarrollados”. El mundo se mueve hoy entre dos límites: el colapso social cuando no hay crecimiento económico y el colapso ecológico cuando ese crecimiento existe. No se trata de la bíblica alternancia entre vacas gordas y flacas; sino de la extinción de la especie bovina, sin que quepa distinguir entre reses obesas o anoréxicas.


¿Existen alternativas?. Claro. Basta con salir del círculo infernal del consumo, con abandonar la pseudociencia económica como referente social y con eliminar los principios de competencia y competitividad como ejes vertebradores de las relaciones humanas. Se impone organizar nuestras vidas en función de la necesidad y no de la ganancia. Desterrar las clasificaciones. Eliminar de la gramática los ordinales, en cuanto se usan para cuantificar a los seres. Educar para la felicidad y no para la producción. Configurar el trabajo para el desarrollo de la personalidad propia y no para acumulación de riquezas ajenas. Sentirnos partes de la Tierra y no sus dueños. Considerar la propiedad como lacra y no como derecho... José Luis Sampedro hablaba de una economía para las personas. Contradigo al maestro. A mis cincuenta y con más de la mitad dedicado a cuadrar presupuestos y balances, llegué a la conclusión que son términos antónimos. 

Nada de esto lo encontrarás en los programas ni en las intenciones de Mariano, de Alfredo, de Rosa, de Cayo o de sus equivalentes pueblerinos con irrenunciables anhelos nacionalistas. Ni siquiera en alguna de las plataformas alternativas para unir-desunir la izquierda que a los vapores del 15M, aparecen en estos días, como las setas con las lluvias de otoño. Al igual que los críos en los viejos trenes Toledo- Madrid que previo trasbordo en Aranjuez, conseguían el imposible de tardar dos horas en recorrer setenta kilómetros; nuestra corrupta clase política parece cantarnos aquello de ahora que vamos despacio (mucho), vamos a contar mentiras (muchas y gordas).


¿Pesimista? En absoluto. Coincido con Chaplin. El tiempo es el mejor autor y siempre encuentra el final perfecto. Solo agradecería que se diera un poco de prisa.

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