Fiesta?
Reconozco
que las tradiciones llegan a producirme sarpullidos en la espalda.
Siempre me parecieron una excusa para disfrazar de correcto lo
inaceptable. En el caso de “los sanfermines” mi incredulidad
alcanza límites religiosos. Supongo que algunos buenos amigos que
conservo o conservaba por aquellas tierras – después de esto ya
veremos-, me dirán que su fiesta es mucho más que eso. Seguro que
tienen razón. Que todo es fruto de mi desconocimiento y que en
cuanto me inviten como es debido a disfrutar de esos para mi dudosos
placeres, modifico el criterio. Pero hasta hoy y desde la ignorancia,
lamento no encontrar gracia alguna a un acontecimiento que empieza a
las ocho de la mañana con unos animales torturando a otros animales
y que puede terminar a altas horas de la madrugada haciendo el amor
de modo más o menos consentido, en cualquier lugar público.
Coincido con Woody Allen en que el sexo solo es sucio cuando se hace
bien. Follar a las cinco de la mañana, borracho, en un parque, ante
la mirada seminconsciente del vecino de “habitación”, lo
encuentro de una limpieza inaceptable.
Durante
el tradicional chupinazo, se produjeron los ya habituales y duros
enfrentamientos entre partidarios y detractores de empezar los
festejos con una bandera vasca como telón de fondo. Como casi
siempre que se discute por dioses, naciones y demás inventos de la
clase dominante para manipular al resto, terminaron a torta limpia.
No quiero ni pensar la que me hubiera caído si me meto en mitad de
las filas abertzales con una bandera española al hombro o si cruzo
la zona españolista con algún símbolo inequívoco del
independentismo vasco. Sin embargo, si una mujer borracha es
manoseada en pechos y genitales como gracia y en masa, nadie levanta
la voz. Desconozco si las damas se sometieron a semejante tratamiento
de modo voluntario o no; pero consta en las imágenes que ninguno de
los mamarrachos que se agolpaban a tocar teta, como quien intenta
coger toro en el encierro mañanero, pedían permiso. Y las
prácticas sexuales cuando se realizan sin el consentimiento expreso
de una de las partes, tienen un nombre muy claro y un sonido a delito
que destroza los timpanos a cualquiera con un gramo de sensibilidad
en los oídos. Nadie se movió. No hubo por ello ni palos ni
violencia. Quizá porque el nacionalismo de uno u otro signo cumplió
su función. Quizá porque en las escuelas a unos y en las ikastolas
a otros nos enseñaron que un trapo está por encima de la dignidad
humana; que la patria tiene mayor valor que una persona, sobre todo
si esta es mujer. Hay momentos de la historia en que la inacción nos
transforma en complices. Este es uno de ellos. Cada día me alegro más
de que la nacionalidad, ese sobrevalorado rasgo del estado civil,
conste en mi pasaporte por puro imperativo legal.
A la tarde, como gustan decir por esas tierras, la celebración se traslada a la plaza de toros. Más diversión. Si en los albores del día llamábamos valientes a quienes corren 200 metros delante de unos cabestros, perdidos entre una multitud; por la tarde al heroe lo vestimos de arlequín con brillos y aplaudimos cuando tortura hasta la muerte a un torillo adolescente. Que sería el equivalente humano a la condición que tiene un animal de esa especie a los cuatro años. Los valores de la masculinidad mal entendida y peor interpretada, encuentran aquí ecosistema favorable. Torear es cosa de machos. De muy machos y muy españoles. El hecho de denominar “suertes” a las diversas fases del espectáculo, no hace sino aumentar la humillación. Poner títulos floridos a las distintas payasadas no las convierte en arte. Verónicas, medias,chicuelinas, gaoneras, naturales, manoletinas, ayudados, largas cambiadas, estatuarios, redondos o pases de pecho son solo los distintos nombres del engaño y la tortura. El volapié, el encuentro o la “suerte” de recibir, los diversos modos de referirse al asesinato ¿Fiesta? Para mi una fiesta es cantar, bailar, divertirse, un concierto, disfutar de los amigos y de los deconocidos, beber o incluso cosas mejores ... Algunos argumentarán que el animal morirá de todos modos para servir de alimento. No seré yo quien pretenda imponer a nadie mis hábitos nutricionales. Me encuentro en esa fase de la vida en que empiezo a aceptar mi propia muerte como natural. Como para no asumir la de un bovino. Admito hasta la más que discutible condición de cazador instintivo del ser humano. Pero disfrutar con el sufrimiento ajeno, según mi siquiatra, no distingue a los depredadores, sino a los psicópatas.
Es muy
probable que tengan razón mis amigos. Que la Fiesta sea mucho más
que eso. Quizá Pamplona tuvo la desgracia de que un genio de las
letras, americano y alcóholico, exportara al mundo una imagen
equivocada en su famosa novela del mismo nombre. Y quizá hayan
terminado celebrando la creación de Hemingway y no la tradición
navarra.
Esta
mañana leía en distintos medios que los Torrestrella tenían una
media de dos corneados por encierro y eran la ganadería más
peligrosa de cuantas recorren estos días las calles de Pamplona. Se
equivocan. Los animales más crueles y sanguinarios ni pertenecen a
esa familia de señoritos andaluces apellidada Domecq; ni procede
del cruce entre machos de Curro Chica y hembras de Carlos Núñez; ni
corre por sus venas el menor resto de sangre Velagua; tampoco sale a
la plaza marcado con divisa azul y oro. En realidad viste de blanco
manchado con vino, porta al cuello un pañuelo rojo, se autodenomina
inteligente y dice divertirse pegandose con sus semejantes,
torturando animales, emborrachándose como fin y este año, para innovar,
practicando la agresión sexual en grupo. Seguro que la fiesta no
es eso. Pero no se a qué esperan los que tanto la quieren para
limpiarla de mierda. Lo lamento por mis muchos amigos navarros, pero así lo siento, así lo escribo. Perdonarme. Como afirmo en el prólogo de este blog no soy mala hierba, solo hierba en mal lugar.
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