Aperetura española
La
teoría ajedrecista proclama que las aperturas cerradas, las de dama, dan
lugar a partidas con predominio del juego posicional. El control de los cuatro escaques centrales se torna objetivo primario. Los enfrentamientos se
vuelven largos e interesantes para eruditos, pero un
poco aburridos para el gran público. Brillan como una especie de reino de la estrategia,
en donde cada movimiento se supedita a la consecución
de un objetivo intermedio, no siempre explícito. Con frecuencia las
piezas parecen moverse a su voluntad y servir más a sus propios intereses como
alfil, torre o caballo que a los colectivos que afirman defender.
Las aperturas abiertas, por el contrario, suelen obsequiarnos con el clásico juego combinatorio. Te como, me comes. Pim, pam. Peón por peón, torre por torre. Las piezas se vuelven pasionales y aficionadas al cuerpo a cuerpo. Olvidan la disciplina de grupo y sus anhelos personales para luchar por cada casilla como sí les fuera la vida en ello. Quizá porque les va.
Hace meses renuncié al ajedrez. Descubrí que una buena parte de los que se proclamaban adictos a las negras, no eran los grandes maestros que prometían, sino simples jugadores de ventaja. Trileros de cerebro humilde e intenciones de marfil. El enroque y el ocultarse tras las piezas menores, su estrategia preferida. Pese a ello, el sábado estaré como el peón orgulloso que me siento, en la primera línea del tablero. Consciente de que las figuras nobles ambicionan un juego aburrido. Consciente de que una vez conseguidos sus objetivos personales no tendrán inconveniente en firmar unas productivas tablas. Consciente de ello y de más detalles que no resulta ni elegante ni prudente expresar en público. No hay dobleces. Decida lo que decida el adversario tengo claro mi primer movimiento: peón cuatro rey. Frente a la apertura española, la defensa Morphy. Si es posible en su versión abierta, como dicta la más estricta teoría. Y al que no le guste el comer y arriesgarse a ser comido que se pase a las damas. Como juego, resulta mucho más sencillo y más adecuado para los adictos a avanzar deprisa.
Que nadie siegue conclusiones equivocadas. Solo hablo de ajedrez.
Las aperturas abiertas, por el contrario, suelen obsequiarnos con el clásico juego combinatorio. Te como, me comes. Pim, pam. Peón por peón, torre por torre. Las piezas se vuelven pasionales y aficionadas al cuerpo a cuerpo. Olvidan la disciplina de grupo y sus anhelos personales para luchar por cada casilla como sí les fuera la vida en ello. Quizá porque les va.
Hace meses renuncié al ajedrez. Descubrí que una buena parte de los que se proclamaban adictos a las negras, no eran los grandes maestros que prometían, sino simples jugadores de ventaja. Trileros de cerebro humilde e intenciones de marfil. El enroque y el ocultarse tras las piezas menores, su estrategia preferida. Pese a ello, el sábado estaré como el peón orgulloso que me siento, en la primera línea del tablero. Consciente de que las figuras nobles ambicionan un juego aburrido. Consciente de que una vez conseguidos sus objetivos personales no tendrán inconveniente en firmar unas productivas tablas. Consciente de ello y de más detalles que no resulta ni elegante ni prudente expresar en público. No hay dobleces. Decida lo que decida el adversario tengo claro mi primer movimiento: peón cuatro rey. Frente a la apertura española, la defensa Morphy. Si es posible en su versión abierta, como dicta la más estricta teoría. Y al que no le guste el comer y arriesgarse a ser comido que se pase a las damas. Como juego, resulta mucho más sencillo y más adecuado para los adictos a avanzar deprisa.
Que nadie siegue conclusiones equivocadas. Solo hablo de ajedrez.
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