Tiempos de deudas, tiempos de oportunidades

Entre la ceremonia del aburrimiento en que se ha convertido el caso Bárcenas, el café con leche de Botella y las gripes nacionalistas de los últimos días, con el Gibraltar español y la Catalunya lliure de escenario; han pasado tan desapercibidas como una mariposa en el Calderón, las actuales cifras de endeudamiento de la economía española. De eso se trataba, supongo. Al margen de la manida frase sobre quién vivió o no por encima de sus posibilidades, muestran la ineficacia de las políticas del gobierno actual para sacarnos de la desesperada y desesperante esquina en que nos hallamos. Y lo peor -no nos engañemos- la inadecuación de las alternativas propuestas desde lo que queda de oposición. Lo anticipo, son aterradoras.

Según los datos oficiales del Banco de España, completados en algún caso con los elaborados por Juan Laborda para Vozpópuli (enlace), el endeudamiento público asciende al 92,2% del PIB. Otras fuentes lo sitúan por encima del 118% , entre ellas la estadística oficial europea. A estos niveles casi es irrelevante esa diferencia. Las economías domésticas deben el 78,4%, las empresas no financieras el 110.7 y el sector financiero el 126%. Nos pongamos como nos pongamos y contemos como contemos, la deuda total de la economía española se cifra por encima del 400% del Producto Interior Bruto. Traduzco para los no iniciados: por cada euro que producimos, adeudamos 4 y, para quedar en paz con nuestros acreedores, deberíamos prescindir durante cuatro años de absolutamente todo. De la comida, de la bebida, del móvil, de la luz, del agua, del médico y, por buscar el lado bueno, de los políticos, del coche, de la Casa Real, de la tele, de la policía y de eso que algunos, sin motivo aparente, se empeñan en bautizar como justicia. Lo de repartir culpas entre los distintos miembros de la familia, está bien para una campaña electoral o para demostrar nuestros conocimientos o nuestra ignorancia en la típica conversación de tasca, pero al final... lo debemos y a efectos de encontrar soluciones, empieza a resultar indiferente el origen.

Cierto que como demostró Roger Lewin en su más célebre ensayo (“La interpretación de los fósiles, una polémica búsqueda del origen del hombre”), cada cual termina observando en los datos aquello que confirma su tesis y niega la de los contrarios. Pero con todo, esos terribles porcentajes permiten extraer una serie de conclusiones objetivas.

Con independencia del sesgo político de cada cual, las propuestas de Rajoy se han verificado fallidas. El tiempo- ese guionista que siempre encuentra el final perfecto, que diría Chaplin- se ha encargado de colocar las cosas y las cifras en su sitio. La idea de que mediante la contención de los salarios y del gasto público alcanzariamos la reactivación, se ha demostrado errónea. Cuando los sueldos medios se reduzcan hasta el entorno de esos 500-600 euros que parecen ser el dramático objetivo, nuestra competitividad vía costes aumentará. Pero... para “hacer la guerra” a países en el umbral de la miseria, o te colocas en su misma posición o como en el tenis, pierdes por un triple 6-0. Los periodos de bonanza por estas tierras se corresponden más con altas tasas de demanda interna que con favorables balances exportadores.

Es probable que durante el “todo vale” de los gobiernos de Aznar y Zapatero, las rentas salariales se situasen por encima de lo razonable. Basta con asomarnos a sectores como el de la construcción para verificarlo. Dos mil euros netos por "llevar el cubo" en una obra, se muestran el abono perfecto para cualquier especie de burbuja. Pero no se intuye menos cierto, y eso nadie parece intentar corregirlo, que la clase empresarial española se encuentra afiliada al negocio fácil, al tan ibérico pelotazo por proximidad al amigo político, y tiene alergia por la innovación y por todo aquello que no permita multiplicar el dinero invertido a velocidades de cohete interestelar y con el riesgo de un parque para nenes de 5 meses. Y también que ese sector financiero, "ejemplo para los países de nuestro entorno", bajo la supervisión del “estricto e infalible” Banco de España, resultó al final un monigote de feria. Un juguete virtual en manos de una clase dirigente sin escrúpulos que colocó las Cajas al servicio de sus intereses personales y de los de sus organizaciones y partidos. Y de esto no se libra nadie. No olvidemos que las cúpulas sindicales o resultan vitalicias o un concurso de méritos para ocupar ministerios y consejos de administración . Y tampoco que la presidencia de la CEOE se confunde con la sala de espera de la prisión de Soto del Real.

Desde la izquierda política el panorama no es menos desolador. Las medidas estrella parecen sacadas de algún museo medieval y se derriban solas sin más herramientas que bolígrafo, calculadora y ... sentido común. Es obvio que como país padecemos unas elevadísimas tasas de fraude fiscal. También que la mayor parte se concentra entre las grandes empresas, nacionales o de importación. Pero suponer que controlándolo vamos equilibrar presupuestos y a relanzar la economía vía gasto social, es tan ingenuo como confiar a la Virgen en procesión, la compleja tarea de acabar con una sequía. España, la península para que nadie se ofenda, no es un territorio atractivo para inversores. Ni lo es, ni lo ha sido nunca; salvo cuando la permisibilidad de la Administración, la han convertido en un especie de paraíso fiscal de hecho … para unos cuantos privilegiados. Recordemos el desarrollismo franquista de los sesenta, el solchaguismo ochentero y los ratos aznarianos. Si eliminas esas ventajas, no queda un inversor a quien cobrar impuestos. Marcharán a otro lugar. Somos mercado o mano de obra barata. El famoso I+D o la innovación no entran en nuestros planes. La masiva fuga de multinacionales en cuanto la Agencia Tributaria ha apretado un poco en los últimos tiempos, demuestra este fenómeno. Aquí solo se hace negocio si perteneces al gremio de los tramposos. Las PYMES con más frecuencia de la deseada, no son más que un ignorante con pasta y buenas relaciones. El atractivo ibérico se convierte al observarlo con los cristales de la verdad, en una colección de ventajas competitivas que los sucesivos gobiernos han regalado a determinados sectores empresariales. A quién no le suenan construcción, comunicaciones, energéticas ... Entendamos bien. La lucha decidida contra los distintos modos de evasión fiscal - no solo el fraude- se torna como exigencia irrenunciable de justicia social, pero pasó el momento en que debamos contemplarla como herramienta eficaz de política económica.

La otra gran idea de este grupo ideológico es aumentar los impuestos patrimoniales y una mayor progresividad en los tributos directos. Con perdón de la expresión: otras cagadas. Demagogia fácil a la sudamericana. Aunque lo documentaremos con mayor rigor en próximas entregas, los tributos patrimoniales tienen dos graves problemas como para convertirlos en fiables herramientas de política económica: una escasa (escasísima) influencia en la recaudación total y el tratamiento de los bienes afectos a actividades empresariales. Si gravas los elementos productivos estarás perjudicando el crecimiento y la creación de empleo; si los dejas exentos, conviertes el tributo en una pesadilla con dedicación exclusiva para asalariados con fortuna o para profesionales ingenuos con un pésimo asesor fiscal. Su influencia final en la recaudación puede apreciarse sin más en el cuadro que cierra este comentario. Además aumentan la denominada presión fiscal psicológica y la propensión al fraude, sin apenas beneficio para las arcas públicas.



La progresividad en los impuestos directos tampoco parece herramienta de fácil aplicación. Al cierre de 2012, nuestro país era el quinto de la unión europea en tipos marginales más altos. Solo Bélgica, Francia, Dinamarca y Suecia, nos superaban. Y en todos los casos se trata de territorios con niveles de renta incomparables a los nuestros en cuanto a ingresos y servicios que reciben a cambio (ver fuente) . En síntesis, más que posiblemente nos encontramos en uno e esos puntos de la curva de Laffer, en los que un aumento de los tipos se traduce de modo inevitable en menos recaudación. Lo sucedido con el IVA, así parece indicarlo. Para evitaros la necesidad de buscar en goggle, aclaro que la citada herramienta, relaciona recaudación con tipos impositivos. Y sostiene que existe un óptimo que otorga a la Hacienda Pública los máximos ingresos. Superado ese umbral, una subida en las tarifas, reduce la cuantía obtenida.


La idea de auditar la deuda, última de las grades propuestas de esa izquierda política, se muestra tan interesante desde el punto de vista ético como inútil en el económico. Entendamos bien. Dejar de pagar no será un acto voluntario, sino una obligación financiera. No es que no queramos. Sencillamente, -como demostraban las cifras de los cuadros anteriores- no podemos. Pasó el tiempo para ello.

De las propuestas socialdemócratas de PSOE y UPyD, mejor no hablar. Son híbridos sin demasiada sustancia entre las dos posturas que hemos definido. Se quedan a media salida y esa suele demostrarse como la peor decisión posible para un portero. El gol se antoja inevitable.

¿El suicidio entonces como solución?. En absoluto. Desde el capitalismo y sus exigencias político-financieras no hay salida, eso es cierto. Nada nuevo. Echen cuentas. Tiene más que ver con la proximidad al límite de la función de crecimiento económico que con medidas o políticas concretas. Pero se nos presenta la inmejorable ocasión de aprovechar la coyuntura para emprender un rumbo impensable en otras circunstancias. Llegó el momento de prescindir de la economía financiera (y de los economistas si fuera posible), de acabar con el interés y con los endeudamientos, de abolir el impuesto de sociedades y someter sus rentas a tributación por IRPF, de reducir las jornadas de trabajo no solo como herramienta de creación de empleo, sino sobre todo, como instrumento para mejorar la calidad de nuestra existencia. También ayudaría una nueva visión de la imposición indirecta. Gravar con mayor intensidad los productos y actividades con mayores tasas de contaminación ambiental y social, parece un modo prudente y razonable de cambiar las cosas. En resumen, aprovechar el caos al que de modo inevitable nos enfrentamos, para construir ese mundo nuevo que algunos llevamos en nuestros corazones.



Comentarios

Lo más heterodoxo