Spandau Ballet. Lento y con riesgo. #VDLN 156

Tras el desayuno y la correspondiente llamada al aeropuerto, en un intento baldío por recuperar el equipaje, lo primero era conseguir algo de ropa, no íbamos a estar cuatro días sin muda. Mi caso resultaba mucho más sencillo, Antonio, con un poco de buena voluntad, casi cuadraba con mi talla; algo más bajo y bastante más fuerte, pero me apañaba. El de ella presentaba peor diagnóstico. Ninguna de las chicas alcanzaba ni de lejos su estatura y mucho menos su delgadez extrema. Preguntamos en recepción por algunos lugares en los que proveernos e invertimos el orden natural de la visita: primero las compras, solos, que no era cuestión de fastidiarle a nadie el plan por un problema que nos pertenecía; luego el ocio y la cultura, ya reintegrados al grupo después del almuerzo. En nuestro peregrinar por las tiendas del centro de la City, no mentamos el incidente de la noche pasada, pero… allí estaba, en medio de los dos, como un invisible muro de hormigón que, de algún modo, nos separaba. Creo que ambos nos vimos infectados por el mismo mal: el miedo a revisar unos segundos que deseábamos no hubieran existido. Al salir de uno de los comercios se decidió. Aparcó las bolsas en el suelo, tiró de mi solapa y me amarró por el cuello para propinarme uno de esos besos con los que concluían las películas de antes. Lo interpreté como un modo de solicitar el perdón tras su ataque de ira incontenida o, tal vez, de demostrar que era ella quien había disculpado mis omisiones. Juiciosa osadía, la de despreciar lo que nos distanciaba sin requerir de motivos. Ni los comentarios de un par de indígenas que abandonaban el establecimiento, lograron interrumpir nuestra personal ceremonia de la reconciliación.



Por la noche, en el Soho, lo primero fue pillar un poco de «aquello», de compleja tramitación aduanera, que en los ochenta considerábamos imprescindible para salir de fiesta. Menudos precios, cómo para quejarnos de regreso al estafador de San Blas que en Madrid nos servía de intendencia. Después, ronda de clubs hasta localizar el nuevo templo neorromático, tras el cierre del mítico Blitz de Covent Garden. Aquí ya no hallaríamos a Steve Strange ejerciendo de «segurata», siempre atento a que al recinto no accediera nadie que no diera «la imagen». Se cuenta que llegó a negar la entrada al mismísimo Mick Jagger, porque en lugar tan sagrado no había espacio para los rockeros. Tampoco a los Spandau Ballet en sus inicios «synth pop», cuando ejercían de banda residente. Pero nos valía para entrar en materia de cara al próximo concierto de los londinenses sobre el que, a fin de cuentas, se construía la excusa de nuestra expedición.

Una de las compañeras se espesó con los chicos de Gary Kemp. Nos narró verdades y mentiras, desde sus orígenes bajo el nombre de The Makers, hasta el éxito de masas, tras abandonar la asfixiante etiqueta «new wave» y abrazar para siempre el soul de calidad, lo suyo. Pasada de alcohol, se volvió reiterativa. Tres veces nos descubrió la procedencia del nombre del grupo: Spandau venía de un distrito de Berlín, célebre por albergar entre sus muros el presidio en que cumplieron condena los dirigentes nazis que sobrevivieron a la última gran guerra; lo del ballet constituía una cruel metáfora sobre el movimiento del cuerpo de los condenados, en plena ejecución por ahorcamiento. A medida que la charla avanzaba, desconecté del presente para perderme en mis habituales filosofías baratas. A nuestra sociedad contemporánea, la creemos prisionera de la enfermedad del tiempo. Una falsedad, trabajamos menos horas que en cualquier otra época y gracias al proceso tecnológico, con mucho menor desgaste físico. El demonio es la velocidad. Todo con prisa para que quepa más, para hacer más productivo hasta lo que por naturaleza carece de medida. Los plazos, las obligaciones autoimpuestas, los ritmos…



Además del conciertazo en Camden Palace, si algo bueno obtuvimos de aquel borrascoso viaje a Londres, fue el atrevernos a cruzar las estúpidas barricadas que unas veces nos separan del prójimo, otras de quienes más queremos y, con mayor frecuencia de la deseable, hasta de nosotros mismos.

La canción en sí, narra la complicada relación sentimental entre un católico y una protestante, en pleno conflicto de Irlanda. Una especie de homenaje de los miembros del grupo a un amigo que murió, víctima de la brutalidad de la policía británica. Una buena lección para estos tiempos de absurdas distancias. Spandau Ballet, Through the Barricades, lento y con riesgo, como debe hacerse todo lo que en esta vida merece la pena, incluso el amor.

Aunque empiecen a sonar a antigualla, espero que les gusten. Feliz #VDLN, feliz semana. Salud y libertad.

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Comentarios

  1. Llega un momento en la vida en el que las canciones lentas cobran un nuevo sentido.

    Feliz #VDLN

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    1. Totalmente de acuerdo. Llega un momento en que todo empieza a cobrar sentido. Feliz semana.

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  2. También hay una tendencia actual que defiende la lentitud o hacer las cosas con tranquilidad, con el tiempo que requieren. Por eso también es importante hacerle un hueco a la llamada música lenta, como a Spandau Ballet.
    Feliz semana.

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  3. Elegancia total.
    Hay que ser elegante hasta para cruzar barricadas, e incluso derribarlas. Gran vídeo, de una gran canción. y gran texto, como siempre.
    Un abrazo

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    1. Creo que esa palabra, elegancia, es la que mejor define la música de esta gente. El paso del tiempo ha convertido esta canción en una especie de himno. Feliz semana. Un abrazo.

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  4. Sí señor, elegancia atemporal ante todo :) Buena forma de empezar el lunes, sin estrés! Feliz semana!

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