Resistencia

Con el tiempo, sólo con el tiempo - que diría Borges - hemos aprendido que buena parte del secreto de la felicidad consiste en descubrir el lado favorable de cada suceso, de cada persona. La bondad y la maldad absolutas no existen. Son pura ilusión. Una ficción diseñada para negocio de religiones y de guionistas de Disney. Hasta una noche de dolorido insomnio presenta, si sabemos escarbar entre la hojarasca, algunas setas de indiscutible talento culinario. Unas resultarán alucinógenas; otras de sabor exquisito y digestión ligera. Todas tienen su momento.

A eso de las cuatro, cuando el puñetero Horton empezaba a remitir, me propuse jugar a los físicos. Competir con Einstein, con Poincaré y con Hawking. Descubrí que el motor del tiempo funciona con energía solar y circula a dos velocidades. Acelera a fondo durante el día y casi se detiene en la oscuridad. La media sale a sesenta segundos el minuto o a sesenta minutos a la hora que según afirman los sabios, vienen a ser lo mismo.

Foto: Rafa Hernández

 Un rato más tarde me encuentro a Keynes. Con él, ocurre como con Jesucristo o con Marx, lo malo son sus seguidores. En el terror de una noche de terror, los imagino como a un enorme apatosaurus. Un precioso animal prehistórico, adaptado de modo perfecto para sobrevivir en un mundo que, posiblemente, nunca existió. Razón tenía el sabio de Cambridge: "la dificultad radica no tanto en desarrollar nuevas ideas, más bien en escapar de las viejas".

A las cuatro, me acordé de Enrique Bunbury y de como mi vida ha navegado entre dos de sus canciones. Una antigua – El Club de los Imposibles – y otra mucho más reciente a la que bautizó como “Lo que más te gustó de mí, es lo que quieres cambiar”. Un fantasma personal que me acompaña desde que me conozco y que suele aparecerse con sábana y cadena, en cuanto empiezan a conocerme.

Casi a las cinco, se me vino a la memoria la entrevista que el genio aragonés concedió a El Periódico. ¡Que colección de frases para rebosar un libro de citas! . “El veganismo es posiblemente la revolución personal activa más importante que un hombre puede realizar de manera cotidiana”. Como siempre Enrique trasciende a sus propias palabras. No nos habla de hábitos alimenticios libres, voluntarios y respetables todos o casi todos; nos invita a la autorrevolución. A dejar de depender para construir. Nos informa de nuestra afición a fijar metas inalcanzables con la finalidad de justificar la siesta. Del “ir pa ná es tontería”. De la adicción a la historia y de la afición a querer trasladarla al porvenir. Del fatal hábito de recluirnos en el papel de votantes y olvidar otros en cuyo contrato laboral no se establecen cuatro años de vacaciones pagadas. Esa sociedad a la que tanto criticamos no es más que la suma de individuos. El cambio está en nosotros. Como el sexo, mejor en compañía. Pero ya está bien de excusarnos en que a la de al lado le duele la cabeza. Se puede, pero no se quiere. ¡Dónde vamos con revolucionarios que precisan del Estado y del poder para defender su causa!  Disminuir la huella personal como objetivo diario es nuestro cotidiano cóctel molotov contra el sistema. Nuestra pacífica forma de golpear donde duele que diría Unabomber.

Pasadas las seis y cuarto se me cruza en forma de alucinación, el titular de la entrevista: “ya no creemos las mentiras aprendidas, ahora todo está en cuestión, la democracia, el sistema económico mundial, la monarquía, la constitución...”. Esa es la victoria del 15M y de los movimientos ciudadanos universales que, pese a la contrapropaganda de enemigos y de algunos que de modo ingenuo tenemos por amigos, viven, colean y asustan. Solo en la cabeza de un estúpido se concibe que la semilla muere cuando el cereal empieza a crecer. "El quince" ha salido de las plazas y se pasea por toda la ciudad. Está en la PAH, en los grupos ecologistas, en Equo, en la huelga de hambre de Sol y en las que siguen en la sombra, en el X, en la CGT, siempre estuvo en CNT.  Está en cada intento de plantar cara a esto; en las buenas gentes de la derecha que las hay y muchas; en las del PSOE; en el movimiento okupa; en buena parte de ese paraíso de la democracia que limita por estatuto la libertad de expresión, llamado IU y sobre todo, está en los miles de ciudadanos de  marca blanca, deseosos de que alguien explique cómo, para decir basta.


Ni cinco minutos de reposo. Los ojos pesan. Las puñeteras cabezas (tengo dos y ninguna buena) me han metido otra paliza y busco una frase ocurrente que me anime a levantarme. “Correré hasta que duela o deje de doler”. Es una opción, pero va a ser mucho Bunbury para una sola noche.  Viene en mi auxilio una de esos seres que no necesitan la fama para ser importantes. Un amigo al que reconozco mejor de lejos y de espaldas. Así es como suelo ver su figura cuando jugamos a los deportistas e intento seguir su rastro sobre la nieve. Para mi son marchas, para él carreras de esquí nórdico. Hemos coincidido en algunos lugares insólitos. Nunca antes en una habitación perdida en mitad de la Castilla profunda. Justo al amanecer, recuerdo un texto con el que Luis Ibergallartu logró emocionarme. Lo publicó en su muro de facebook.  No lo compartí porque entendí que el tema merecía el respeto de los próximos y no la admiración de los lejanos. Hablaba de resistir. Resistir. Resistir. Resistir. Lo que hacemos los enfermos crónicos. Lo que gritamos en las plazas. Con lo que nos animamos al intentar evitar el desalojo de un centro o el deshaucio de una vivienda. La medicina de los parados, de los sin techo, de los marginados, de los africanos, de los críos de la Asia pobre, de los que se encuentran solos en el peor sentido imaginable. Lo que hacemos las especies amenazadas de extinción o lo que hago cada día desde que no me soporto. Lo que intentamos cuando se nos muere una ilusión. Para Luis “resistir es agarrar tus sueños con las manos y no soltarlos nunca”. Para mi también. Gracias por descubrir las palabras. Resistiremos amigo. Resistiremos aunque se nos rompan las manos y nos sangren los sueños. Resistiremos. No sabemos hacer otra cosa. Buenos o malos, cada uno con su técnica, con su físico, en su distancia y a su ritmo, nacimos fondistas. Y ya sabemos que las enfermedades congénitas son de difícil cura. A veces, ni con la muerte. 

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