Gwendal. Noces de Granit. #VDLN 223

Verano en el hemisferio norte. Calor sofocante, vacaciones. Para algunos, los menos, incluso descanso. Las redes se inundan de entradas en las que cada cual describe su destino. Prohibida la infelicidad. Toca gastar lo que se tiene y lo que se va a ganar. Pepero el último.


Unos a chupar playa, buscando en la humedad de la costa la tregua de unas temperaturas asfixiantes regalo de ese cambio climático que los mercaderes del mal aún se empecinan en negar. Que nadie observe en mi comentario el menor tono agrio. Es solo que Benidorn, Marbella o Roquetas constituyen en esta época la más exacta representación del infierno que mi limtado cerebro es capaz de concebir. Aglomeraciones, sol, cremas, agua salada, arena hasta las orejas y señores encogiendo barriga mientras intentan atizar a una pelota con una raqueta de madera. Todo cuanto me molesta reunido en un pack propio de la rebajas por fin de temporada en unos grandes almacenes. Hasta Es Talaier, una pequeña cala menorquina convertida por mi memoria en Jardín del Edén, muestra en agosto su cara inhóspita.

Otros a conquistar montañas en el momento del año en el que las cumbres se vuelven más desapacibles. Gente, mucha gente por donde camines, una buena parte sin la experiencia adecuada para la actividad a realizar. Luego vienen los desastres. A la ruta del Cares o a los mágicos paseos por Aigualluts solo les faltan semáforos para parecer la Gran Vía en navidades.

Los menos, o los más in, deciden viajar muy lejos. Pocas cosas más excitantes que un buen terremoto grado siete en la escala de Ritchter, una enfermedad contraída por picadura de insecto exótico o un paseo a las cuatro de la tarde bajo el romántico sol de la tierra de los césares.

Quizá por hacer honor a esa triple R (raro, rancio y ridículo) con que alguien muy querido me calificaba en la juventud, nada se me antoja tan desagradable como cualquier desplazamiento durante el mes oficial de vacaciones. Agosto son días de turismo no de viajes. Y a mí, desde siempre, me apasionó tanto lo segundo como aborrecí lo primero.

Por llevar la contraria a quienes publicitan hasta sus visitas al cuarto de aseo, alcancé el convencimiento que lo mejor de la vida es siempre aquello que no se puede contar. Como las sensaciones que el pasado sábado provocó en mí el reencuentro con Gwendal, al pie de Cabeza del Oso, un emblema de la sierra de San Vicente en el recuperado festival de la Luna Celta. Espero que les gusten.





Feliz #VDLN, feliz semana. Continúen disfrutando de sus vacaciones como tengan por conveniente, faltaría más, con mis mejores deseos de salud y libertad.






Comentarios

  1. Rafa, qué de recuerdos me trae el primer vídeo. Estuve un par de años en el festival celta de Ortigueira y nada que ver con los megafestivales de ahora.

    A mí también me gusta mucho viajar si no fuera por los turistas.

    Feliz #VDLN

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