Hilario Camacho. Fin de viaje. Proscritos (VI). VDLN 224

Mientras gente como Ana Belén, Víctor Manuel, Serrat o Sabina se forraban merced a las listas blancas y negras de los primeros ayuntamientos democráticos de izquierdas (vaya ojo, por cierto); mientras no quedaba capital de provincias en manos de esos eufemismos de la derechona de siempre que conocimos como UCD o Alianza Popular en la que gentes como Raphael, Rocío Jurado o Norma Duval no firmaran su bolo para las fiestas; el bueno de Hilario se comía su talento en pequeñas salas para incondicionales amantes de la excelencia sonora. De ideas reconocidamente libertarias, hasta con CNT mantuvo algún que otro conflicto cuando un iluminado pretendió convertirlo en la voz artística del sindicato. Las ideologías, los partidos, los sesgos incapaces de comprender que el arte exige una visión de independiente globalidad contraindicada con los sectarismos. Hilario Camacho nunca quiso erigirse en portavoz de nadie diferente a sí mismo. Tampoco en un poeta con apellido, un músico con bandera o un intérprete a sueldo de una discográfica mercantilista. Alto precio el pagado por aquella frase que lo exilió para siempre en la república de los proscritos: «Me niego a acudir a un recital con el carné de no sé qué en la boca».

Imagen: On the way (Janet Ternoff). Óleo sobre lienzo.

Hoy casi nadie recuerda que buena parte de los éxitos de Sabina, de María del Mar Bonet, de Luz Casal, Pedro Ruy Blas, Pablo Guerrero e incluso de Manolo Tena, o que las bandas sonoras de series como Tristeza de amor o David el Gnomo nacieron de aquella acústica en la que el madrileño musicaba sus versos. Con la sobrevalorada Movida que nada movió, salvo el estatus económico de alguno de sus protagonistas, el estigma del cantautor le sumió de nuevo en un semiostracismo del que ya no se levantó. Dónde iba a parar la modernidad de quienes su mayor valor se encontraba en la vestimenta, el maquillaje o el corte de pelo, o de algún tipo con pedigrí de barrio, más tarde transformado en sabelotodo televisivo.

Valiente hasta en el modo de decidir el epílogo, se despidió el dieciséis de agosto de hace ahora doce años en una nota manuscrita con aroma a reproche hacia muchos de los compañeros que después se apuntaron a sus homenajes. Ya se sabe que en este mundo nuestro no hay nada como morirse para alcanzar reconocimiento.

Hilario Camacho, uno de los grandes que apenas sonará a las nuevas generaciones. Incluso su dominio web, hasta hace poco brillante reducto de la mejor creación contemporánea, se encuentra en venta. Un calificativo de los tiempos. Una herida en la historia de la música española. Un berrinche para quienes aun con los disfraces de la época nos sentíamos adictos a la infinita belleza de sus composiciones.

Porque se cumple el aniversario de su muerte. Porque esta serie veraniega la dedicamos a los excluidos, cualesquiera que sean las razones. Y porque en algún lugar se hallaba escrito que, prisionero en una calle sin farolas ni portales, el final de mi viaje solo puedes ser tú.



Espero que les agrade uno de mis imprescindibles. Feliz VDLN, feliz semana. Como siempre, con mis mejores deseos de salud y libertad.





Comentarios

  1. Buena elección, sí.
    Y es que... vivimos en el mundo, lo importante es no dejar que el ritmo de la sociedad nos globalice.
    Saludos y buen finde.

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  2. Yo lo conocía personalmente y era de una sencillez extrarordinaria. La última vez que le vi, en mi pueblo, coincidimos comiéndonos unos churros, antes de dar un concierto. Este gran talento musical condenado al ostracismo ,por lo que tu muy bien indicas, creo que fue el sufrimiento que le llevo a la muerte Me impresionó mucho ,pero no me extrañó.Q.E.P D

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