El lenguaje de las plantas
Confieso
mi natural animadversión al whatsapp. No reconozco a ese inanimado
sistema otro mérito que una singular eficacia para transmitir
malas noticias. Que fácil fluye por la red el fallecimiento de un
amigo o el número de muertos de determinada catástrofe. Hasta permite plantar a una pareja sin mayor esfuerzo sentimental que el de teclear
unas pocas letras. Nos deshumaniza. Si de la tele aprendimos a
convivir con la violencia y la sangre como si formaran parte de una
ficción programada; los dichosos mensajes nos han enseñado a
charlar con un chip y a atribuir las cualidades inanimadas de
éste a nuestro humano interlocutor. Insultar así no daña. Las
máquinas no padecen.
Esa correspondencia biunívoca entre pensamiento y comunicación no solo entristece el lenguaje. También las ideas y los valores. El móvil se transforma en una especie de cárcel para los sentimientos. Peor resulta el hurto de la comunicación no verbal. Ni soy especialista en la materia ni a las horas a las que escribo estas lineas me apetece consultar bibliografía; pero intuyo que al menos la mitad del mensaje se expresa por mecanismos distintos a las letras. El whatsapp secuestra las expresiones, los tonos, los gestos, las miradas, las lágrimas, las sonrisas y hasta los besos y las caricias que podrían acompañar al texto. Por eso en este primer domingo plácido y soleado de esta triste primavera, agradezco como niño a los Magos de Oriente, el regalo de apagar el teléfono.
Fue
una mañana de gentiles reencuentros. Tras los rigores de un invierno
intenso, largo y duro – incluso en lo meteorológico -; tocaba
abrir el invernadero y saludar a las amistades que dejé encerradas
cuando los días se hacían cada vez más cortos. De abrazos mejor
nos olvidamos. Mas del 80% de los residentes son cactus y no saldría
bien parado. Como siempre, como cada año, el
inventario tras el natural letargo, deja buenas y malas noticias:
aquel injerto que funcionó, estos plantones que agarraron y esta que
… murió. Han sobrevivido casi todas. Casi todo está igual que
en aquel lejano día de aquel lejano noviembre. Por desgracia falta la pieza
mas preciada. Resistió hasta marzo, pero por razones que se me escapan, no pudo con los rigores de las últimas semanas. Lo lamento. Era bella, delicada y con unas afiladas
púas que le daban el punto exacto de agresividad. Las plantas, como
las personas, me gustan con espinas. Resultan más creíbles. De ahí
mi pasión por las crasas.
Hoy
mis plantas me decían que así es esto. Que nadie podrá ocupar el
lugar de mi preciosa agave victoria reginae, pero que la vida sigue y
tendremos que aprender a pasar las horas en su ausencia. La tentación de intentar hacerme con otra igual se torna inviable. Cada ser es único y no admite recambio. A riesgo de parecer loco, confieso que me encanta conversar con las plantas. Quizá porque como en la vieja canción de Radio Futura, escuchando su lenguaje he aprendido a esperar sin razón.
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