Ni jaulas ni peceras

Fue en los primeros años setenta, cuando el nefasto seudofilósofo español Gonzalo Fernández de la Mora, habló por vez primera de la extinción de las ideas como especie conductora de nuestra sociedad contemporánea. En su desdichada obra "El crepúsculo de las ideologías" - todo un canto a la tecnocracia franquista y precursor intelectual del vigente gobierno universal financiero-, consagró la eficacia como destino; como el único fin posible de toda ciencia política. Lo esencial es que las cosas funcionen. Cuestionar las estructuras de organización económica o social se considera de modo despectivo como poesía. Que ya hay que ser bruto para conceder a ese precioso vocablo carácter peyorativo.

Tan lejos de esta tesis como de esos cadáveres de estrellas que aún iluminan nuestras noches, comparto hoy su crítica a los cuerpos ideológicos organizados. Son en gran parte responsables de la actual situación. Picasso definía el arte como "una mentira que nos acerca a la verdad". Las ideologías serían un conjunto de verdades parciales, interesadas y sectarias que nos conducen sin intersecciones, ni posibles desvíos hacia la falsedad absoluta. El viaje intelectual precisa de una estación de partida, pero carece de sentido emprenderlo si el destino aparece ya marcado con una equis mayúscula sobre el mapa. Ir "pa na" es tontería que diría con ese tan manchego sentido del humor, el genial José Mota. A nuestro mundo le faltan ideas y le sobran ideologías. Estas últimas se adquieren como los inmuebles. Como un cuerpo cierto con todo lo bueno y con todas las cargas que los gravan. Se convierten en un gótico corsé que aprisiona la verdad hasta asesinarla por asfixia. Son el pensamiento fabricado en serie. Profesar la trasversalidad te transforma de modo automático en sospechoso para todos de todo. Incluso para aquellos que debieran sentirse más próximos. Con esos principios, el imprescindible entendimiento entre los diferentes se convierte en una amarga ruta hacia el imposible.

Olvidemos las ideologías. Ni se puede ni se debe a estas alturas ser centrista, socialdemócrata o marxista. Se parte desde esas posiciones (o desde otras de más calidad aunque no puntúen para los cuarenta principales) y se compra un ticket hacia el futuro sin más límite que la necesidad de comprenderse. Sin que el argumento de la película nos tenga que sonar conocido; sin que los buenos y los malos estén determinados por contrato; sin que los protagonistas tengan que ser los galanes de moda o la belleza anoréxica del momento; y sin que el miedo a lo desconocido nos impida escuchar y enriquecernos con las ideas ajenas. En eso consiste en esencia el altermundismo. Mi modo altermundista de dar un uso al cerebro. Como la célebre frase del subcomandante Marcos:

"Yo soy como soy y tú eres como eres. Construyamos un mundo donde yo pueda ser, sin dejar de ser yo. Donde tú puedas ser, sin dejar de ser tú. Y donde ni tú ni yo obliguemos al otro a ser como tú o como yo". Me temo que en ese mundo que anuncia el gran profeta zapatista, las patrias, las religiones, las tradiciones, los prejuicios, las organizaciones establecidas, los profesionales de la economía, de la política y del sindicalismo, los intereses personales y todos los "ismos" (fatales herramientas para la negación ajena) serán los primeros obstáculos. A las ideas, como en otro contexto cantaba Lichis, ni jaulas ni peceras.

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