Más allá de la doctrina Parot
Vivimos en una sociedad domesticada por las urgencias y las prisas. La actualidad domina y lo actual no es lo vigente, sino lo último en llegar. Se evita así el análisis reflexivo sobre cuestiones que lo merecen y se sustituye por el comentario veloz, sesgado e impreciso. Nos conquista la pasión del momento y dejamos escapar esa mirada distante, serena y amplia; imprescindible para abordar con garantías el cálculo integral que diría un viejo profe de mates. En caliente -mala metáfora he escogido-, no se debe ni declarar amor a una pareja, ni dejarla plantada. Nos arrepentiremos de por vida. Para evaluar el alcance de la inundación, tendemos a sumergirnos en las zonas donde el agua alcanza mayor profundidad, cuando lo sensato y lo que nos concede mejor perspectiva , es observar desde las alturas. Quizá ese error metodológico, explica el radical modo de polarizarnos hasta el fanatismo, tan característico de los habitantes de la península ibérica. El reciente fallo del Tribunal de Estrasburgo sobre la llamada doctrina Parot, ilustra con la exactitud del ciclo lunar, ese reprobable vicio.
En una esquina del cuadrilátero quienes en aras de la seguridad jurídica, terminan por aplaudir la liberación de un monstruo, de una Hannibal Lecter de carne y hueso que se inventó una justificación política para sus tropelías. ¡Como si existiera una excusa capaz de legitimar la muerte! En la otra, los que por defender la integridad personal, pretenden convertir la justicia en venganza y el derecho en plastilina moldeable, según los intereses de las manos que lo manejan. Desconozco quién y por qué extraña razón, o mejor, por qué extraños intereses, se esfuerzan en presentar como incompatible lo que de naturaleza resulta complementario. Seguridad jurídica y seguridad personal no son antónimos, sino conceptos hermanos. En el centro, a ningún árbitro se le ocurrió recordar que la Constitución Española, en su artículo 25, impone que "las penas privativas de libertad... estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social". No escuché a nadie cuestionarse si Inés del Río vuelve a la calle rehabilitada o no, después de cumplir su castigo.
Incalificable la actitud de próximos y familiares a víctimas y verdugos. Conste que suscribo aquella frase anónima que rezaba más o menos que cuando los hijos, los amigos o la pareja entran en conflicto, toca ponerse a su lado con razón o sin ella. Pero ese espectáculo... Esa salida de prisión cubierta con la bandera vasca, agriaba el mejor de los desayunos. Qué tendrá que ver la ikurriña con la muerte. Guste o no, Inés no fue condenada por sus ideas políticas. Guste o no, ingresó en la cárcel por asesinar a 24 personas. No entro a valorar razones porque, salvo el envenenamiento de los cerebros, no se ha inventado el instrumento capaz de transformar en aceptable lo que nace intrínsecamente perverso. Por amistad y por otras afinidades, tengo una especial cercanía a aquellas tierras y a un número significativo de sus habitantes. Conozco vascos “españolistas” que muchas veces han sentido miedo de expresar sus sentimientos en público. Vascos “peneuvistas” (lo siento, no es mi culpa que suene tan mal). Vascos claramente abertzales. Y vascos, con los que más coincido, que se sentirán como los venga en gana pero a los que importa una mierda todo ese gazpacho. No tengo constancia de haber echado cerveza o café con ningún criminal. Por eso me repugna que se mezcle el símbolo de una tierra, con el instrumento de la muerte. Cualquiera que sea el futuro que cada uno pretenda construir, la sangre no resulta buen material sobre el que asentar cimientos.

Me asusta el empeño de ambos bandos en mantener una guerra tan absurda como todas. En los dos bloques habitan seres que han hecho de la confrontación su medio de vida. Y, después de tanto tiempo, no resulta sencillo reconvertirlos. Como en todos los campos y órdenes de la existencia. Nada nuevo. Quizá viene de perlas a los amos de este mundo nuestro, uno de esos conflictos en los que la gente se mata por cambiar de collar, en lugar de revelarse e intentar quitárselo. Nietzsche decía que “la guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”. Cierto. Y lo peor es que no termina cuando se firma un armisticio, un tratado de paz o una rendición. Una guerra solo se puede dar por concluida, cuando las partes en conflicto adquieren por igual, la exacta conciencia de haberla perdido. En esta, ya va siendo hora.
casi de acuerdo con todo, pero la parte final en la que pones a la misma altura a dos bandos uno que mata y otro que puede que digan barbaridades pero que no es delito decirlas, por otro lado una victima de un accidente elige cojer un coche y sabe que esta espuesto a tenerlo lo que es triste es que por pensar diferente te peguen un tiro en la nuca. por lo demas totalmente de acuerdo
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