Solo para locos

Siempre pensé que los seres humanos somos la suma de los buenos libros que hemos leído. En la existencia de toda mujer y de todo hombre, aparecen en algún momento, una pequeña colección de textos que conforman nuestra personalidad y nos ayudan a descubrir perfiles hasta entonces ignorados. Mi manual para enfrentarme a la vida, se escribe con la tinta de tres grandes obras de la literatura universal.

De la poesía completa de Jaime Gil de Biedma, aprendí que la vida siempre va en serio, que nunca se vuelve a ser joven y que el principal rival de cada persona es esa especie de anti-yo que todos llevamos dentro. Como cantaba Battiato, ese animal que no nos deja ser felices. Poseemos una fascinante facilidad para diseñar a nuestro más cruel enemigo. También aprendí que la poesía, como una dama en la intimidad, mejor desnuda y con luz. Cuando algo es auténtico, las ropas y las sombras estorban.

De 1.984 incorporé casi todo. Le debo lo que soy y lo que no quiero ser. Mis aspiraciones y lo que un día abandoné. Entre sus lineas comprendí que el poder es el mal en si mismo. Que no es factible su correcto uso, por la misma razón por la que no se conciben cebras sin rayas, ni  caimanes veganos. Descubrí que vivo en Eurasia. Una de las  estructuras políticas existentes. Pese a sus distintos nombres y a las forzadas diferencias culturales, se encuentran bajo un orden similar. Daría igual haber nacido en Oceanía o en Estasia. Algunas zonas, las más ricas en recursos naturales, quedan al margen de esos macroestados. Carecen de organización definida y sus habitantes subsisten en la más estricta indigencia. Por dominarlos, los tres grandes se enfrentan de modo continuo. Aunque luego, al estilo de los antiguos piratas,  distribuyan el botín sin tener en cuenta el resultado de la lucha.


Descubrí que en cada país hay cuatro grandes ministerios.  El del Amor que se encarga de la tortura y de reeducar a los ciudadanos que se alejan de la verdad oficial. El de la Paz, cuya función es asegurar un conflicto permanente entre estados. El de la Abundancia, responsable de la economía y de mantener en el límite de la subsistencia a todo ser no afecto a la estructura del partido único. Y el más importante. El Ministerio de la Verdad, bajo cuya tutela se manipulan todo tipo de documentos históricos, para hacer que coincidan con la cambiante "realidad absoluta". Algo así como la Iglesia, pero en laico.

La telepantalla es la principal herramienta para manipular las mentes. De mantener el orden, se encarga la Policía del Pensamiento. También diseña la oposición y cualquier modo de rebeldía conocido. El sistema no teme una respuesta organizada. La crea, la conoce y sabe como atajarla. Muchos se aproximan a la Hermandad, el virtual grupo opositor, sin percibir que entregan su cuerpo y su alma al estado. La resistencia organizada no existe. Tampoco Emmanuel Goldstein, el eterno enemigo del pueblo. Es pura ficción. El alter ego del Gran Hermano. Un instrumento del poder para mantener actualizado el inventario de insurgentes. El sistema solo teme al caos. Al  sentimiento libre, desbocado e imprevisible del ser humano. A la espuma del pueblo. Cualquier orden le resulta favorable. En cada grupo de disidencia coloca al menos un guardián que organice para destruir o que expulse por colaboracionistas a los casos perdidos.


No me quiero extender. 1984 es uno de esos libros que se resume en una cita: “lo más característico de la vida moderna no era su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido.”

 
Me dejo muchas similitudes con la sociedad contemporánea. Esa neolengua que simplifica la comunicación con fines represivos, se parece demasiado al estúpido lenguaje del whats app. Malas noticias para quienes respiren aliviados por la aparente pluralidad de nuestra realidad actual.  Las formaciones políticas son solo las extremidades del partido único, último propietario de los derechos de autor sobre el pensamiento uniforme. No escucharéis en campaña, ni leeréis en un programa, una sola idea molesta con posibilidades reales de alcanzar un mísero lugar en el parlamento. 1984 no es una visión distópica del mundo real, sino la visión real de una sociedad distópica.
La solución ante tanto fatalismo, la aporta el tercero de mis libros vitales: El lobo estepario. Tras años de búsqueda, de luchas, de desesperación ante la ausencia de respuestas, encontramos el camino en la vieja novela de Hesse. Para escapar de este maldito laberinto, basta con emular a Harry Haller y abrir de par en par las puertas del teatro mágico. Aquel lugar de nuestro interior en el que las pesadillas se desintegran y las fantasías se vuelven auténticas. Ese pasillo en forma de U con una puerta que limita el acceso “no para cualquiera” y otra que matiza “solo para locos”. Ambas nos conducen a la extrema realidad de lo imaginario. A la libertad infinita de lo que nadie salvo nosotros, comprende. Allí , bajo el dominio de nuestro deseo, renacen muertos que faltan y desaparecen  vivos que sobran. Y nos hallamos a salvo de la policía política. Solo puede actuar frente a la razón, pero nunca dominar los sentimientos. Nadie es capaz de controlar lo que desconoce. Y además, ya no constituimos peligro alguno. Estamos locos.
  

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