Rock and Roll en la plaza del pueblo

Siempre admiré la música independiente. Esos grupos que sin medios graban una maqueta en un estudio casero y se dedican a regalar esencia de arte, a todo aquel que la quiera escuchar. Por eso, disfruté como el crío que era en los primeros 80 y por eso, me aparté del espectáculo cuando las multinacionales decidieron ocupar también ese pequeño vacío del mercado.

En la primavera del 2011 volví a percibir las notas que me gustan. Cambió el estilo, se modificaron los arreglos, pero la melodía principal sonaba conocida. Los mismos acordes con una nueva instrumentación más adaptada a los gustos de esta época. El talento viajó en el tiempo oculto en una lámpara de aceite. Alguien la frotó y despertó a un genio que se ofreció a concedernos tres deseos. Pedimos justicia, libertad y un nuevo modo de vida. Total nada.

Foto: Rafa Hernández
Mientras éramos cuatro músicos, hacíamos gracia y las canciones sonaban rápidas, frescas y divertidas. Una buena parte de la burguesía política llegó a tararear los estribillos camino del Congreso. Algunos hasta se acercaban a echar unas birras con nosotros para convencernos de que eran de “los nuestros”. Cuando nos empezamos a convertir en orquesta, los dueños de los teatros otearon el peligro; las multinacionales el negocio. Ahora ya no nos dejan actuar en la calle. Las grandes discográficas han fichado a quienes necesitaban para vender discos y se afanan en arruinarnos a base de dumping. Cada vez que anunciamos un concierto, ellos contra-programan un festival. La batalla es desigual. Como en los mejores tiempos de Bono en Castilla La Mancha, sacan del dinero público los fondos necesarios para invitar a transporte y bocata, sin más contraprestación que la de inundar el recinto de banderas publicitarias. Su repertorio está muy gastado. Versiones rancias de canciones viejas, con letras pasadas de moda. Un intermedio entre el Porompompero y la variante tecno de los pitufos. Pero no podemos competir. Son funcionarios. Ellos tienen el poder del dinero y el dinero de un poder que como los malos boxeadores, amaña combates buscando rivales fáciles. Esos que bien conocen el momento en que toca fingir el KO. Nosotros solo poseemos razones y, es posible, que hasta una buena parte de razón.
Y lo peor es que las discográficas con menos cuota de mercado, a golpe de talonario, quieren contratar a nuestros músicos y a nuestros público, para que apoyen a sus artistas en la próxima edición de operación triunfo. Se equivocan. Aunque nos apaguen la megafonía, nos echen de la tarima y nos roben los instrumentos, mientras tengamos voz, seguiremos cantando; y mientras tengamos manos, daremos palmas. Es muy posible que con lo que llueve, la tan reclamada unidad de la izquierda resulte imprescindible. Prefiero el concepto de unidad ciudadana, más amplio, más horizontal y mucho menos excluyente. Da igual. No estamos para tantos detalles. Trasformar la sociedad exige concentrarnos en el enemigo. Estorban quienes nos obligan de modo permanente a vigilar los flancos y la espalda.

Cada cual que se apunte a la actuación que más le agrade. Unos se colarán en la Yupifiesta de Mecano aquella en la que hay coca cola para todos y algo de comer. Otros preferimos la celebración pagana del Mago de Oz, la tierra de los sueños, ese lugar sobre el arco iris, donde no existe cárcel ni tumba capaz de enterrar el canto libertario. Mientras nos dejen y aun después, nos vemos en las calles.

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