Ir pa na. Una contracampaña electoral que enfadará a todos.

Tras las preprimarias, las primarias y la subsiguiente resaca con debate sobre los resultados, nos hallamos inmersos en plena precampaña electoral. Aunque no termino de dominar el concepto, todo el mundo empieza a reclamar el voto para sí o a imponerlo hacia los afines, bajo sanción de complicidad en el desastre en caso de resistencia. Los que por principios nos negamos a embestir a la muleta, la ofrezcan por el lado amarillo o por el rojo, tendremos el mismo derecho a justificar nuestra conducta. Desde la humildad de la simple opinión personal, tan inútil pero tan legítima como la de cualquiera, a ello dedico estas líneas.


Si algo hemos aprendido de este crack económico al que nos empeñamos en denominar crisis, es a distinguir entre el poder nominal y el real; entre el que simulan ejercer quienes resultaron comisionados para ello y el que de verdad detentan los que dirigen nuestras vidas de modo efectivo. El primero corresponde a los cómicos, a los títeres, a los políticos que se transforman en millonarios por un papel más o menos protagonista en la película de nuestros días; el segundo a los directivos de las instituciones financieras y a los consejos de administración de las grandes inversoras de capital-riesgo.

Nada ganamos votando a los actores, mientras los guionistas permanecen ocultos a cualquier control. Los comicios no son más que unas simples oposiciones a empleados de banca. Como en los antiguos exámenes a Cajas de Ahorros, la competencia se define desigual. Siempre aprueban los hijos de sus padres y aquellos designados por clientes con el suficiente saldo activo o con las suficientes deudas, como para garantizar la obediencia. En el supuesto de que por error o por disimulo se cuele algún indeseable, quedará convencido de modo inmediato en cuanto adquiera tres trajes de marca; en cuanto comprenda que ante la imposibilidad de revolucionar el mundo, un sueldo de diputado, de alcalde o de concejal, garantizan llegar a fin de mes sin las apreturas propias de la masa. Los egos personales facturarán el resto de la mercancía. Lo justificarán con razones de estado, esas que los tontos no entendemos y que permiten a los listos convertirse en listillos. La idea de “a nosotros no nos va a pasar”, se descarta sin más que contemplar, desde el instante de postularse como aspirantes a aspirantes, los perfiles sociales de revolucionarios con pedigrí. Además de resultar pesadísimos, se declaran en huelga de criterio para ejercer de simples escribanos de sus superiores, de repetidores de consignas, sin el menor atisbo de sentido crítico. Prietas la filas.

Votaría si eligiéramos a los que mandan; a los presidentes de bancos o a los directivos de las grandes firmas. Tampoco descarto que incorporarse a ellos constituya el último objetivo de alguno de los candidatos. Escoger verdugo se antoja conducta propia de prisioneros con síndrome de Estocolmo. Como dicta un viejo proverbio hebreo, “los pastores serán brutales mientras las ovejas sean estúpidas”. Por desgracia el rebaño permanece lo bastante ingenuo como para esperar que el amo proporcione al esclavo los medios para comprar su libertad.

Aun obviando estos inconvenientes, el horizonte se muestra desolador. Inflación de eslóganes frente a una ausencia absoluta de ideas. Se disparan lemas como quien tirotea patos de mentira en las casetas de feria. De derecha a izquierda, ni una sola justificación documental de las propuestas. Una perfecta fusión entre aquel famoso “lo vamos a hacer bien” del Felipe opositor con el “Dad a la gente lo que quiere” de la canción de los Kinks.

¿Revolucionarios aspirantes a las instituciones? Me temo que más bien barrenderos. Hasta ahora su único efecto constatable ha sido limpiar las calles de cualquier elemento hostil al sistema. Tan eficaces se han mostrado en esa tarea que ante la dimisión de ETA y la lejanía del terror islamista, “los buenos” han recurrido al diseño de un enemigo doméstico con el que hacer creíble el invento. Así lo prueban las recientes batidas a los centros sociales liberados en distintas ciudades españolas, donde se detuvieron peligrosos individuos portadores de libros y mecheros. No van mal tirados. Todo este circo solo se comprende como argumento de una mala novela, escrita por un debutante que acaba de fumarse un par de petas de diseño holandés. Ni Podemos, ni Ganemos, ni Ciudadanos, ni Izquierda A Hostias, ni los corruptos del PSOE o los neardenthales de VOX, nos van a sacar de esta encrucijada. Huelen a sudor añejo en ropas de estreno. Como las barbies o los madelmanes de la infancia, el mismo muñeco con el traje adecuado para satisfacer a la carta la ilusión de cada niño.

Todos sin excepción aspiran a recuperar el Estado del Bienestar, el último modelo de evolución capitalista. Simples vendedores de esperanzas a precio de voto útil. El Estado de Bienestar no resulta ni viable ni ético. Lo primero porque dormita sobre unos niveles de endeudamiento público que colocan a los países en manos de los usureros internacionales. En un mundo globalizado no existe otra alternativa. Los afanes antisistema de Grecia quedan reducidos a una simple negociación con los prestamistas. Su gobierno mostrará ademanes de dobermann, pero al final pasan por el aro ante las urgencias de pagar a sus funcionarios. Otro teatro. Otro discutible medio de alcanzar la libertad. Con tramposos o sin ellos, con buenos o con pésimos gestores, el modelo no funciona. Un simple vistazo a la evolución del déficit europeo desde mitad del pasado siglo así lo atestigua.

Lo segundo porque se fundamenta sobre un triple expolio: el de la naturaleza, el de los territorios del llamado tercer mundo y el de la mujer respecto al varón. Lo de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades se constata como una de las pocas verdades que se nos han vertido en los últimos tiempos. Hemos vivido y seguimos en ello, por encima de las posibilidades del planeta, del resto de la humanidad y del aguante de las hembras en cuanto a la injustificable sumisión a los caprichos del varón. Con coleta o con la clásica raya de toda la vida, los defensores de semejante nave, no son más que los paladines de una injusticia repetida. Con conciencia o como el infierno, empedrados de buena voluntad, solo sirven al mantenimiento de un régimen nefasto al servicio exclusivo de una minoría privilegiada.

Que nadie entienda estas líneas como una cruel invitación al suicidio colectivo. Las presiones de los que solo la vida pueden perder  y el agotamiento de los recursos naturales, sobre todo los energéticos, pondrán con el tiempo las cosas en su lugar. En vez de malgastar fuerzas y alguno de nuestros mejores talentos en perseguir imposibles, lo sensato es prepararse para cuando acontezca lo inevitable, para cuando la falacia del capitalismo financiero perezca por causas naturales. Desde una perspectiva histórica, ningún imperio en plenitud fue derribado por los opositores, todos murieron de viejos. Hasta Franco. Los Bárbaros no derrotaron a Roma, se vencieron los romanos solos. Aprovechemos la fuga de oportunistas que al olor del poder han huido de nuestras filas, para construir entre todas una sociedad alternativa a la presente; al margen de sus normas, de sus leyes, de sus dictados, como opción más razonable para aprovechar el colapso en construir algo nuevo. Sobrevaloramos el voto en igual proporción en la que despreciamos el consumo. El capital ya no precisa de nuestro trabajo para hacer negocio, pero con un simple vistazo a los programas electorales, todos basados en el crecimiento económico, se comprueba que seguimos resultando imprescindibles como destinatarios finales de sus productos.


¿Utopía? No lo creo. Lo utópico, lo absolutamente ilusorio, es esperar que lo que siempre ha fracasado triunfe ahora por un simple cambio de peinado. Un tipo por el que siento escasas simpatías, nos ha obsequiado en fechas recientes una lección de inteligencia. Fernando Alonso podría haber permanecido en Ferrari para luchar por el segundo puesto en ese estúpido espectáculo que denominamos F1. Consciente de la imposibilidad de vencer a Mercedes bajo las actuales circunstancias, ha optado por arriesgar, por desarrollar un nuevo prototipo que tener listo para cuando los vientos se vuelvan favorables. En las carreras de coches, como en la política, solo sirve la victoria. Quedar segundo puede interpretarse como un éxito personal, pero no es más que un fracaso colectivo. 

Ni pienso votar, ni se me pasa por la cabeza callarme. Quienes se conforman con lo menos malo, quienes no conciben que para echar a alguien no es preciso colocar a otro en su lugar, quienes gustan de pasear por carreteras asfaltadas, que lean alguno de esos peligrosos libros incautados las semanas precedentes o se acerquen a cualquiera de los centros y aprendan a disfrutar del placer de caminar descalzos por la tierra desnuda. El cambio, el de verdad, no lo regala ningún iluminado. Nunca la política cambió a una sociedad, sino a la inversa. Nunca la economía cambió una sociedad, sino a la inversa. Nunca las leyes cambiaron una sociedad. Fue siempre a la inversa. 


Para calibrar el peligro que una alternativa supone para el adversario, basta con observar su respuesta. Ante Podemos, Ciudadanos y demás innovaciones presuntas, dispara con titulares de prensa; ante los que pretenden construir desde la base una vida paralela, fuego real a poco que la cosa se vuelva un poco chunga.

Se puede argumentar con criterio que ambas vías se muestran compatibles; que nada impide el cambio desde abajo por concurrir a unas elecciones. Parece factible, pero lo único sensato que aprendí de la pseudociencia que tengo por profesión es que cuando los recursos se hallan escasos no conviene estacionarlos en vías muertas y que las expectativas adquieren tanta presencia como las realidades. La mejor vacuna frente al progreso, el de verdad, es la desilusión repetida.

Quien de veras pretenda cambiar, que cambie. Como el viejo refrán castellano, el movimiento se demuestra andando. Los que para empezar la ruta exigen el previo peaje del voto, no resultan de mucha confianza. “Ir pa na, es tontería” que dirían con su habitual ingenio Cruz y Raya.

Comentarios

  1. Coincido en buena parte de tus opiniones, pero no termino de entender la causa por la que desperdicias el don literario que posees en escribir de estas cosas. Vales para mucho más tío. Crea y pasa de estos petardeos. Un beso.

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    1. Eso es una amiga. Gracias Miriam, me encanta que me sobrevaloren de ese modo. Lo que no esperaba es que coincidiéramos en el criterio. Un beso.

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