Viriathus
“Llegaron los sarracenos
y nos molieron a palos
que Dios ayuda a los malos,
cuando son más que los buenos”.
(Proverbio popular castellano)
Mientras Roma y Cartago medían sus ejércitos en plena disputa por el Mediterráneo, en Iberia, un pequeño pueblo de pastores se enfrentaba al coloso latino. Los lusitanos luchaban y morían por la simple subsistencia de sus tierras, por la defensa de su modo de vida. Conscientes que en campo abierto resultaba imposible doblegar al enemigo, eligieron la guerra de guerrillas como instrumento ejecutor; lo que hoy llamaríamos violencia callejera o algo parecido. La elección del arma en los duelos, siempre fue un privilegio de la parte agraviada. El conocimiento del terreno y la movilidad de sus guerreros, pusieron el resto. Cayo Vetilio, Cayo Plancio, Unimanus y Cayo Nigido probaron de modo sucesivo la medicina de ese pueblo indómito, al que suponemos afincado en el actual estado portugués y parte de Extremadura.
Ante la posibilidad de una derrota absoluta del sistema -me refiero obviamente al romano-, Marco Pompilio Lenas sobornó a Àudax, Ditalco y Minurus. A cambio de una promesa, sus más ilustres colaboradores asesinaron a Viriathus mientras dormía. Cuando pretendían cobrar su recompensa, se encontraron con aquella lapidaria frase que, cierta o no, se atribuye al cónsul Escipion: Roma traditoribus non praemiat. Roma no premia traidores. Lo de lapidaria, en sentido literal. Según la versión popular, pagaron con su vida la movilidad ideológica. Con más rigor, Apiano afirma que el procónsul les permitió conservar los sobornos, pero “en lo tocante a sus restantes demandas los remitió a Roma” (Iber. 74).
Para una buena parte de los estudiosos de la materia, es probable que el caudillo ibérico ni siquiera fuera tal y represente la figura de un pueblo insurrecto. También que el premio prometido a los bandidos, no consistiera en un puñado de monedas de oro, sino en la esperanza de ocupar la posición del envidiado líder o en el deseo de eludir los enfrentamientos. Quizá pensaron que el mejor modo de servir a su pueblo, era integrarse en la vida social del imperio dominante, firmar la paz con Roma y establecer una relación alejada de lo que ahora llamaríamos conflicto social.
Desconozco los extraños mecanismos del cerebro humano, pero fue leer el certificado de defunción del 15M y aparecer por mi cabeza el recuerdo de este episodio. Lo anunció con alborozo un ilustre tertuliano metido a columnista de un conocido medio. Lo de escritor, solo bajo sobredosis de optimismo. Igual asociación de ideas, cuando me llegan los llantos de determinadas formaciones políticas por la hostilidad que les obsequia la prensa neardenthal o los discursos bajos en nicotina de quienes, hasta que el aroma del poder inundó sus estancias, presumían de revolucionarios de espada y antifaz. Aunque la propaganda de los fieles lo pretenda vestir de persecución a la justicia, es lo que es. El "pago" del imperio a los servicios prestados. ¿Qué esperaban?
Ni la historia, ni este humilde bloguero, escriben una línea contra la indómita actitud del pueblo ibérico. Los reproches se reservan para Àudax, Ditalco y Minurus. Con sus miserias o con sus errores, ellos se lo buscaron.
y nos molieron a palos
que Dios ayuda a los malos,
cuando son más que los buenos”.
(Proverbio popular castellano)
Mientras Roma y Cartago medían sus ejércitos en plena disputa por el Mediterráneo, en Iberia, un pequeño pueblo de pastores se enfrentaba al coloso latino. Los lusitanos luchaban y morían por la simple subsistencia de sus tierras, por la defensa de su modo de vida. Conscientes que en campo abierto resultaba imposible doblegar al enemigo, eligieron la guerra de guerrillas como instrumento ejecutor; lo que hoy llamaríamos violencia callejera o algo parecido. La elección del arma en los duelos, siempre fue un privilegio de la parte agraviada. El conocimiento del terreno y la movilidad de sus guerreros, pusieron el resto. Cayo Vetilio, Cayo Plancio, Unimanus y Cayo Nigido probaron de modo sucesivo la medicina de ese pueblo indómito, al que suponemos afincado en el actual estado portugués y parte de Extremadura.
Ante la posibilidad de una derrota absoluta del sistema -me refiero obviamente al romano-, Marco Pompilio Lenas sobornó a Àudax, Ditalco y Minurus. A cambio de una promesa, sus más ilustres colaboradores asesinaron a Viriathus mientras dormía. Cuando pretendían cobrar su recompensa, se encontraron con aquella lapidaria frase que, cierta o no, se atribuye al cónsul Escipion: Roma traditoribus non praemiat. Roma no premia traidores. Lo de lapidaria, en sentido literal. Según la versión popular, pagaron con su vida la movilidad ideológica. Con más rigor, Apiano afirma que el procónsul les permitió conservar los sobornos, pero “en lo tocante a sus restantes demandas los remitió a Roma” (Iber. 74).
Para una buena parte de los estudiosos de la materia, es probable que el caudillo ibérico ni siquiera fuera tal y represente la figura de un pueblo insurrecto. También que el premio prometido a los bandidos, no consistiera en un puñado de monedas de oro, sino en la esperanza de ocupar la posición del envidiado líder o en el deseo de eludir los enfrentamientos. Quizá pensaron que el mejor modo de servir a su pueblo, era integrarse en la vida social del imperio dominante, firmar la paz con Roma y establecer una relación alejada de lo que ahora llamaríamos conflicto social.
Desconozco los extraños mecanismos del cerebro humano, pero fue leer el certificado de defunción del 15M y aparecer por mi cabeza el recuerdo de este episodio. Lo anunció con alborozo un ilustre tertuliano metido a columnista de un conocido medio. Lo de escritor, solo bajo sobredosis de optimismo. Igual asociación de ideas, cuando me llegan los llantos de determinadas formaciones políticas por la hostilidad que les obsequia la prensa neardenthal o los discursos bajos en nicotina de quienes, hasta que el aroma del poder inundó sus estancias, presumían de revolucionarios de espada y antifaz. Aunque la propaganda de los fieles lo pretenda vestir de persecución a la justicia, es lo que es. El "pago" del imperio a los servicios prestados. ¿Qué esperaban?
Ni la historia, ni este humilde bloguero, escriben una línea contra la indómita actitud del pueblo ibérico. Los reproches se reservan para Àudax, Ditalco y Minurus. Con sus miserias o con sus errores, ellos se lo buscaron.
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