Belver Yin. Mis razones para dejar de "ser de izquierdas"
Supongo
que sería la generacional necesidad de hallar referentes culturales
distintos a los de mis mayores, la que me condujo hasta las
filosofías orientales. Sucedió en los primeros años ochenta. Muy
pronto. Como todo militante postmoderno, me bebí de dos tragos el
Belver Yin de Jesús Ferrero a la vez que tarareaba el “Suck it to
me” de Fabio y Almodóvar.
Con el tiempo, concebí las enseñanzas de Buda, de
Brahma
,
de Visnú o de Shivá como una especie de cristianismo de ojos
rasgados, pieles oscuras y proverbios formulados
con frases incompletas.
Lo
mismo que venden en Roma pero a
lo místico y
con fino envase de porcelana china. Aunque hoy
considero que la mayor virtud de la novela-icono de aquellos
instantes
de ilusión,
fue su brevedad; rescaté de entre sus lineas, una enseñanza que me
ha llevado a recorrer la existencia de modo diferente: el
principio de complementariedad entre los opuestos.
A
través de esa sobrevalorada
historia
narrada por un tipo al que había conocido meses antes, en
circunstancias olvidables,
descubrí
que el Yin y el Yang forman los dos lados de una carta de doble cara
que se complementan y se sostienen. El uno regala el sentido al otro
y el otro al uno. Como el bien y el mal; como dios y el diablo; como
el blanco y el negro. Nunca sabremos si es Lucifer el que concede a
Dios Padre su papel en la peli o a la inversa. Se necesitan. Quedan
definidos por oposición. Terminan siendo la misma cosa pero
observada desde diferente perspectiva.
Si
aplicamos ese principio a
esa batalla de intereses que hoy llamamos política,
podremos comprender la percepción de hastío que se ha apropiado de
buena parte de la ciudadanía. Derechas e izquierdas, el Yin y el
Yang, son gemelos a los ojos de los seres
libres. Por eso cada vez en
mayor número
nos consideramos al margen del juego tras
ejercer la renuncia
a las etiquetas. "Ser de izquierdas" en el contexto actual
no supone una vocación de cambio social, sino la justificación
necesaria para el mantenimiento del sistema. Lo que concede
licenciatura democrática a una tropelía. Si observamos la reacción
del adversario comprendemos esta afirmación. A unos se contesta con
palabras altisonantes y mesas compartidas. A otros con polis y palos.
No extraña la vehemencia de "la izquierda" en condenar a
"los violentos". Con intencionadas comillas en cada uno de
los términos.
Se
antoja imprescindible distinguir entre quienes pretenden jugar de
otra manera y quienes aspiran a modificar las reglas del juego. Los
primeros difieren en la táctica. “Son
de izquierdas”. Con
un tradicional 4-4-2 o con tres delanteros, siguen trabajando para
Messi o Ronaldo. Buscan a su estrella para que resuelva la papeleta.
El resto a su servicio. Pero sin perder la finalidad última de
servir al espectáculo. De conseguir que la gente se divierta y que
los accionistas obtengan dividendos. Se
muestran incapaces de mirarse al espejo y observar las arrugas de su
rostro. Los
otros, los malos, los violentos por voluntad
legal, ya
no llevan
etiqueta zurda. Ahora se denominan antisistema y proponen
eliminar el fuera de juego e imponer que la pelota se distribuya
entre todos los integrantes del equipo. Frente al individualismo
mesiánico el colectivismo natural.
No
es difícil adivinar en mis ideas un elevado componente del ecologismo
social, del municipalismo
libertario de Bookchin o del autonomismo de Castoriadis. Tampoco de
la vocación transversal de alguien tan congruente como para abrazar
una inmerecida cuota de relativo fracaso social, a cambio de mantener
su independencia: Fernando Márquez. Por eso he dejado de “ser de
izquierdas”. Porque semejantes fuentes de inspiración poco tienen
que ver con el neokeynesianismo al uso, con esa especie de asesino en
serie que denominamos “estado del bienestar” o con la defensa por
huevos de lugares y regímenes de los que la gente tuvo y tiene que
escapar a escondidas. Hace poco alguien de quien me separa tanta
distancia geográfica como me aproxima afinidad personal, recordaba
una acertada frase de Pío Cabanillas Gallas: “ya no se si soy
de los nuestros”. Yo tampoco. El lo hace para ilustrar
su acercamiento a determinada formación política de nueva creación.
En
mi caso
para justificar
el
definitivo alejamiento de todas. Empiezo a dudar que alguna vez los
nuestros fueran de los nuestros. Los
nuestros siempre fueron los suyos.
Que
torpes. Lo que hemos tardado en darnos cuenta.
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