Playas, procesiones y montañas
Como en el poema de Chinato, "de pequeño me impusieron las costumbres". Quizá por eso llevo tan mal que alguien me asigne sus hábitos, que gobierne mis trabajos y mis descansos y que me ordene cuándo debo divertirme y hasta cuándo marchar de viaje. Aunque carezco de creencias, respeto las ajenas mientras el sentimiento sea recíproco; mientras su pública manifestación no se transforme en ofensa para el resto. Ni me gustan los encapuchados que a punta de vela amenazan con lo mal que lo voy a pasar en el infierno; ni me agradan las innecesarias mofas de Leo Bassi por las calles de Lavapiés. Quien esto escribe – ateo confeso –, ni mi pobre madre – creyente de mucha fe –, merecemos semejante trato. Respeto. Solo unas pequeñas dosis de respeto para hacer posible el milagro de la convivencia. Es gratis.
Como antiguo cooperante en la organización de actividades deportivas, conozco lo que cuesta cerrar al tráfico cien metros de calle. Da igual que los críos carezcan de lugares para patinar, montar en bici, entrenar o … jugar. De carreteras ni hablamos. Construir un polideportivo es pan comido. Se reparten comisiones. Pero interrumpir la circulación... El dios coche, propietario por decreto de las vías públicas, solo se arrodilla ante exhibiciones callejeras de imaginería barroca, ante desfiles de moda Ku Klux Clan o ante la colectiva tortura de animales indefensos. Cuanto más medieval, mejor. Si vienen con patrocinador adinerado, igual se rinde ante algún otro placer. Una maratón; el día de la bicicleta (siempre que sea solo uno); el fin de etapa de la Vuelta a España; las migas de Navidad, o el acto de campaña electoral de algún aspirante a parásito... Todo en interés del buen comercio. Todo por la pasta.
A estas alturas, confiar en una promesa electoral de Rajoy es como esperar debajo de un manzano a que caigan moras; pero una de ellas, una de las pocas sensatas, era el traslado de todas las fiestas a lunes, con las lógicas excepciones que impone el sentido común. Como toda idea que en estos tiempos implique cierta cordura, falleció en el olvido. Es Jueves Santo y el país yace parado. Por eso hoy no importan ni la productividad, ni las no-creencias. Nos escapamos a las playas aunque el agua se encuentre helada; hacia las montañas aunque la nieve de las estaciones agonize bajo el sol de primavera; o hacia esas procesiones andaluzas más cercanas a la santería especulativa que a la fe serena. Por la pasta. Otra vez la pasta. Y porque hemos construido un mundo inhabitable y huimos con la esperanza de que cambiando el patíbulo, la tortura se muestre menos dolorosa. No ejercemos el nomadismo; sino la esclavitud consumista.
Desde mi libertad y desde ese respeto que antes reclamaba, paso de conmemoraciones que nada me enseñan y de vacaciones en caravana. Lo acepto. Soy raro. Como Fito Cabrales, "no digo diferente sino raro". Pero no me nieguen que viajar es otra cosa. Y que vivir, lo que se dice vivir... también.
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